En "pequeñas mujeres rojas" no hay nada al azar: desde la p minúscula del titular, el cuidado lenguaje escogido al detalle, hasta el momento político en el que la historia ve la luz. Es un relato de fosas comunes, de mujeres violentadas y niños desaparecidos, con el que la escritora Marta Sanz busca dejar una enseñanza: no se trata de reabrir viejas heridas, sino de sanarlas para siempre.

- La crítica sitúa "pequeñas mujeres rojas" como su mejor obra. ¿Así lo pensaba cuando la escribió?

-Un escritor quiere creer eso. Yo necesito creer eso, porque esa opinión, lo que avala, es la idea de que a lo largo de los años, con la escritura de cada novela, vamos aprendiendo cosas que nos ayudan a mejorar en nuestro oficio, porque yo considero que escribir es eso, un oficio. Quiero creer que voy aprendiendo, mejorando y afinando en las cosas que quiero decir, y, sobre todo, en cómo quiero decirlas.

- Define la obra como una novela de leer despacio. En tiempos de inmediatez, ¿es arriesgado filtrar tanto el público potencial?

-Yo lo digo mucho, porque me parece fundamental: si es una novela política lo es porque habla de las fosas comunes, de la violencia contra las mujeres, de la Ley de Memoria Democrática; pero sobre todo lo es porque es poética. Es algo revolucionario, en tiempos de prisas, de titulares, de inercias, en las que el vértigo, la velocidad y la espontaneidad están tan sobrevaloradas, proponer un pacto de lectura diferente, de decir: espera; párate, lee por debajo, disfruta del placer de la lectura, que no tiene nada que ver con patinar por encima de las palabras para ver con claridad el final, sino con recorrer el camino y ver cómo ese camino tiene que ver con tu propia vida.

- Su protagonista es mujer, rara avis

-Soy consciente, como mujer que escribe, de que me he educado con unos modelos, con unos géneros literarios y unos personajes de referencia que forman parte de nosotras. Es difícil quitárselos, las escritoras estamos buscando nuevas maneras de mirar y de decir, eso afecta a la construcción de los personajes que ofrecemos en nuestros libros. De una forma consciente, no he querido que Paula Quiñones ni Luz Arranz, la narradora de la novela, asuman roles estereotipadamente masculinos. Desde la p minúscula del título son mujeres fuertes, inteligentes, hermosas aunque cojas, hermosas aunque menopáusicas, pero que se empequeñecen en la evidencia del amor, porque hemos sido educadas en eso, en un papel subsidiario en las relaciones sentimentales. "pequeñas mujeres rojas" son mujeres que tienen esa misma experiencia y se rebelan contra ella. A través del personaje de la Tortolica, esa niña que quiere ser peona caminera y cantante, y pone la oreja en la tierra para ver si escucha lo que hay debajo, quería hablar del personaje literario de la loca del desván, esas mujeres que por su curiosidad sexual, su creatividad, su adhesión a ciertas ideas, son metidas en el cajón de las locas.

- ¿Es una forma de rebelarse contra el borrado que han sufrido las mujeres, su papel y su sufrimiento en la Guerra Civil y otros episodios de la historia?

-A mí lo que me interesaba, y de ahí mi preocupación por el lenguaje y cómo el lenguaje se relaciona con la realidad y con los valores que tenemos cada uno de nosotros. Para mí, lo prioritario era expresar cómo los modos de representación de la violencia contra el cuerpo de las mujeres, o contra el cuerpo de los perdedores, han conseguido que esas violencias se naturalicen, que nos parezcan normales. Cuando en un museo hemos representado un pasaje bíblico tan espantoso como "Susana y los viejos" con colores suaves y blandos, lo que estamos haciendo es convertir el horror en eufemismo. Cuando convertimos una violación de la mujer en estímulo para suscitar el morbo, estamos normalizando el horror e incluso convirtiéndolo en deseable. Es importante ver de dónde viene el origen de nuestros deseos: de una cultura tremendamente machista, por eso es tan relevante el lenguaje, la poesía, cómo se relaciona la manera de decir las cosas con la realidad.

- Habla de perdedores. ¿Tiene la intención la novela de derribar el mito de la guerra fratricida, en la que todos perdimos?

-Sí, esta novela es un relato sobre la memoria mala, no sobre la mala memoria, la memoria que quiere tergiversar las cosas que pasaron. El otro día leía en una entrevista a Viggo Mortensen que la memoria era algo muy raro, que estaba basada en una percepción que no era fiable, que tenía que ver con la bruma. La memoria, además de eso, es un sonajero que está metido en el delantal de Catalina, que fue fusilada y arrojada a una fosa común. La memoria son objetos tangibles, con lo uno y lo otro recuperamos el relato histórico. Es fundamental hacer memoria personal y colectiva, porque sino se producen situaciones intolerables como que un señor de Vox diga que el actual es el peor gobierno en 80 años, lo que supone blanquear no solo la Guerra Civil, sino 40 años de represión y precariedad para mucha gente. El pasado no es un lugar exótico donde ambientar novelas, es algo que está dentro de ti, la memoria del pasado se proyecta en el presente. Un país sin memoria es un país enfermo. No hay que tener miedo a hacer memoria, a recordar con rigor.

- Es algo común en las personas que buscan a sus muertos. Hacer memoria no se trata de reabrir heridas, sino de cerrarlas para siempre.

-Exacto, no se trata de abrir heridas, sino de que se haga un callo de fractura en el hueso, y poder construir sobre él y no sobre la llaga, de constituir una base sólida que nos permita ser la democracia avanzada que nos merecemos.

- ¿Seguimos pagando, como sociedad, el precio de no haber enterrado al franquismo del todo en su momento?

-Yo cuando me planteo escribir esta novela, lo hago porque empiezo a sentir que un montón de logros democráticos, que yo pensé que estaban conquistados, se vuelven a poner en tela de juicio con dos eslóganes políticos de la ultraderecha: el de la ideología de género y el de la ideología de la memoria democrática. Es algo que sentíamos fuertemente antes de la pandemia: desde tribunas públicas a las feministas se nos tildaba de lesboterroristas, se camuflaba el horror de la violencia de género llamándola violencia intrafamiliar. Damos pasos hacia atrás, pone los pelos de punta encontrar otra vez este tipo de discurso. La eclosión de este discurso tiene que ver con nuestro pasado franquista, pero también con una ultraderecha pujante; la de Trump, Bolsonaro, la ultraderecha del bulo, de la propaganda a lo Goebbles. Es lo que pretendo contrarrestar con este estilo literario, para que el lector construya su conciencia crítica y cuestione los fakes.

- El libro pone de manifiesto una tesis de la que no se ha empezado a hablar hasta hace pocos años , pero que comienza a desenterrarse: las elites de ahora son las mismas que entonces, pues se cimentaron por la represión franquista.

-Para mí uno de los temas más importantes de la novela es hacer una aproximación, a través de una historia personal, de cómo se acumularon capitales durante el franquismo, y cómo esa acumulación de capitales que tenía que ver con un régimen criminal se traduce en quiénes son ahora los ricos y los pobres. Ahora son otro tipo de ricos y de pobres, pero hay fortunas que vienen de ahí. Cuando dicen que el pasado no tiene importancia, tenemos que entender que la tiene hasta el punto de que esas circunstancias condicionan quiénes son mis patrones, si me explotan o no. Hay otra cosa que es importante, porque no solo refleja la realidad en la literatura, sino que la construye: cuando hemos hablado de memoria, hemos pecado de un exceso de solemnidad y de sentimentalismo. Yo quería que las voces de las mujeres asesinadas y los niños desaparecidos usasen un sentido del humor bestia e insecticida, para que el receptor escuche y se de cuenta de que están haciendo chistes y divirtiéndose, aprendiendo. Esa manera de romper las expectativas es una forma de hacer pensar a través de un lenguaje literario imprevisible. El fondo y la forma están unidos.