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Adónde irán los besos

Dolan intenta abrirse vías nuevas con una propuesta irregular en la que alterna brillantez con aburrimiento

Fotograma con Gabriel D'Almeida Freitas y Xavier Dolan. // FdV

Xavier Dolan se ganó a pulso pegarse la etiqueta de niño prodigio del cine. Fue lo bastante mimado por crítica y festivales como para creerse un genio que, evidentemente, no es. Lo malo de ser un talento precoz es que el tiempo pasa y la etiqueta pesa mucho. Que se lo digan a Orson Welles, condenado a vagar por medio mundo rodando como y cuando podía, o en versión menor a Kenneth Branagh, penando como artista con sueldazo gracias a horrores como Artemis Fowl. Con 30 años, Dolan parece que intenta buscar variantes al estilo que le dio un nombrecito, aunque manteniendo intacta su preocupación temática y sus deseos compungidos por escoltar con más ruido que furia los destinos y desatinos de personajes que no encajan en el mundo. Por diversas razones. Con "Matthias & Maxime", el cineasta lucha con encomiable esfuerzo por romper algunas de sus marcas de fábrica sin renunciar a sus señales de identidad confusa y dispersa, pero las buenas intenciones, no exentas de chispazos de inventiva visual que hacen la experiencia interesante a ratos, no impiden que el resultado final sea errático, irregular al máximo y por momentos profundamente aburrido.

Tras ocho títulos que fueron de más a menos, Dolan no se pasa tanto de la raya por mero capricho, ganas de epatar o simple inseguridad hacia lo que narra y prefiere unas formas que, dados sus antecedentes, casi se pueden calificar de sencillas a la hora de explorar terrenos resbaladizos de conocimiento y reconocimiento. Todo nace al calor inocente, quizás inofensivo, de la amistad. Dos seres que mantienen una afinidad muy sólida a pesar de que entre ellos hay pocas cosas en común. Suele pasar: los polos opuestos y tal y cual. Y entonces sucede lo imprevisto. Gracias al cine (tan mentiroso, tan sincero) esas dos personas que creían conocerse bien descubren, beso mediante, vías alternativas que desconocían. Y, claro, llega el momento oscuro del disimulo y la ocultación. Hundirse para sobrevivir. La escena del baño en el lago, con burbujas voraces y veraces, es la cota más alta de una película que en sus mejores instantes transmite autenticidad y en los peores aburre a las piedras.

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