Santiago Auserón rememora en un libro cómo hace 30 años, como miembro de Radio Futura, empezó a sembrar en España la semilla del son cubano con una antología discográfica ya emblemática que fue posible, escribe ahora, por la "generosidad radicalmente participativa" de sus herederos, sin resquemores.

"La discusión sobre la apropiación cultural, por ejemplo en el ámbito del flamenco, que es fruto de múltiples contagios, es una discusión estéril. Hay que prender la mecha por las dos puntas: preservar la tradición y que otros la transformen", opina en una entrevista con Efe.

Premio Nacional de Músicas Actuales, Auserón (Zaragoza, 1954) está considerado uno de los mayores expertos actuales en los llamados "palos de ida y vuelta" que puentearon el Atlántico desde que en 1991 publicara el disco "Semilla del son", mismo título que ha dado a la obra que ahora edita con Libros del Kultrum.

"Cuando en Radio Futura vimos que el pop español empezó a removerse, intentamos adelantarnos y sacarles chispas más artísticas a los formatos, que las letras incluyeran una poética menos común. Con Cuba lo que buscábamos era que el verso en español fluyera sobre la rítmica internacional", explica.

Así llegó Auserón a aquel país para descubrir unas formas y una dicción en un momento en el que, con contadas excepciones que habían logrado penetrar los muros del franquismo como las de Olga Guillot o Bola de Nieve, "no había conciencia de la especificidad de la tradición cubana".

"Después de una resistencia burocrática inicial ante una especie de extraterrestre con mochila que apareció allí interesado en cosas que ellos prácticamente habían olvidado", el zaragozano se granjeó la alianza de periodistas y figuras solventes en el ámbito cultural cubano, como su "camarada" Bladimir Zamora, para bucear en archivos sonoros maltratados por la combinación de soportes endebles y clima caribeño.

Con la ventaja de su condición de hispanoparlante, algo contra lo que no podían competir artistas anglosajones que iniciaron un camino de indagación similar, como Ry Cooder y David Byrne, Auserón descubrió numerosos tesoros, unos traspapelados, otros en carne y hueso que eran memoria viva de la tradición musical cubana, como Compay Segundo, al que dedica un capítulo entero.

De él dice que sumaba "siglo y medio de canciones" entre su experiencia y el conocimiento de sus ancestros en cuanto nieto de "una mulada de carácter que fumaba mucho tabaco y que le daba lengüetazos en la piel para comprobar si venía de bañarse en el mar, cosa que le tenía prohibido por el peligro", rememora divertido.

"Cuando Compay apareció por primera vez en Sevilla en 1994 en el Patio de la Carbonería, delante de los musicólogos y los gitanos flamencos de Utrera y de Lebrija, hubo un impacto de canciones cocinadas durante 150 años, muy juguetonas y fundamentalmente lúdicas, pero de una estabilidad formal impresionantes", destaca.

Es por ello que Auserón no duda en afirmar que el son cubano es "el hijo mulato que mejor sabría hacer sonar su lengua materna".

"El delirio expresivo no lo ha conseguido nadie como los flamencos, que han puesto el español en llamas, pero en términos de dicción, en la música popular cubana hay una capacidad de seducir con una claridad paradigmática como la de Frank Sinatra en los estándares norteamericanos", subraya, al señalar a figuras como Miguel Cuní o Benny Moré, sobre cuya tumba cumplió el rito de derramar ron.

Auserón no se plantea su nuevo libro como un ejercicio de nostalgia, sino más bien "como un resumen de memoria para asentar lo ya hecho y, sobre ese sustrato, plantar nuevas cosas".