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Lluvia de lágrimas por el replicante Rutger Hauer

El actor holandés, romántico guerrero de Lady Halcón, muere a los 75 años

Rutger Hauer en Blade Runner

Ha muerto Rutger Hauer, el actor holandés que pronunció el monólogo más famoso de la historia del cine. Tenía 75 años y un único papel le convirtió el icono de la posmodernidad en la pantalla grande: el replicante rebelde Roy Batty de Blade runner (1982) que moría al final de su enfrentamiento con Harrison Ford tras unas míticas palabras agonizantes que fueron enriquecidas por el actor con la aprobación de Ridley Scott. "Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir".

La hora de morir llegó a Hauer el pasado el 19 de julio tras una breve enfermedad, según su agente. La familia decidió no hacer público el fallecimiento hasta que se celebrase su funeral en Holanda. Hauer tuvo en los años 80 unos tiempos de gloria -incluido un "Globo de Oro" por su trabajo en el telefilme Escape de Sobibor en 1987- que poco a poco se irían desvaneciendo, aunque tuvo apariciones interesantes en Sin City, Batman Begins, Confesiones de una mente peligrosa, Valerian y la ciudad de los mil planetas o la reciente y estupendísima Los hermanos Sisters.

Rutger Oelsen Hauer nació el 23 de enero de 1944 en Breukelen. Genes artístiscos: sus padres y tres hermanas se dedicaron a la interpretación. Frustrada su vocación militar, apostó por seguir la estela familiar. Su encuentro con el cineasta Paul Verhoeven fue decisivo, primero en televisión y luego en cine con Delicias turcas (1973), un taquillazo que levantó algunas ampollas por su atrevida forma de montar el sexo. Hollywood le llamó en 1981 para ser un malvado que ponía las cosas difíciles a un barbudo y ceñudo Sylvester Stallone en Halcones de la noche. Fue reclutado para Blade runner, que en su momento tuvo una escuálida vida comercial sin que nadie pudiera sospechar que, con el tiempo, acabaría siendo una película de culto. La idea de las lágrimas en la lluvia fue suya. Al año siguiente, Hauer se bajó el sueldo para trabajar en la última película del gran Sam Peckinpah, Clave: Omega, que fue gravemente alterada por los productores. Otro cineasta maldito, Nicolas Roeg, le llamó para Eureka (1984), pero sería el eficaz artesano Richard Donner quien vio en él posibilidades figura romántica y le dio el protagonismo junto a una poco conocida -y ya deslumbrante- Michelle Pfeiffer en Lady Halcón, un cruce de aventuras medievales, fantasía y amores imposibles que contaba la historia de dos desdichados amantes hechizados por un malvado obispo: de noche ella es una mujer y él un lobo, y a a luz del día ella es un halcón y él un hombre. Vaya frustración. Pero la historia acaba bien. Verhoeven volvió a su vida para darle el protagonismo en Los señores del acero (1985), crudísima visión de la Europa de 1501 con violaciones, matanzas y pestes. Hauter enlazó en su década prodigiosa proyectos de autor (La leyenda del santo bebedor, de Ermanno Olmi, con otros comerciales (Carretera al infierno, Se busca vivo o muerto, Furia ciega).

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