El olor a tinta, como el pan fresco, impregnará esta mañana a quienes pregunten en las librerías por la nueva y esperada novela de Domingo Villar, "O último barco", que sale al mismo tiempo en gallego (Galaxia) y en castellano (Siruela) y llega el día del aniversario del autor vigués. El inspector Leo Caldas vuelve a la carga tras "A praia dos afogados" y "Ollos de auga". Mañana -a las 19.30 horas- se presentará en la Escuela Municipal de Artes y Oficios (EMAO).

-Tras diez años de espera, llega "O último barco". Hace tiempo se dijo que estaba a punto de presentar su novela, pero la rehizo. ¿Está satisfecho de la 'nueva criatura'?

-Si no estuviera satisfecho, no habría libro. Me comprometo conmigo mismo en hacer un libro con el que esté satisfecho, no en escribirlo en un tiempo determinado. Y ahora sí estoy contento. En otro momento me daba la sensación de que al libro le faltaba emoción. En lo que yo más me paro, más que en tramas excesivamente trepidantes, es en que la narración establezca relaciones emocionales con los lectores. La historia no fluía como deseaba y preferí esperar.

-Los escritores cuando están en silencio, escriben. ¿No?

-Cuando un autor está en silencio parece que está parado, pero es al revés. Nuestro oficio es extraño: pasamos de ser eremitas a ser exhibicionistas. Yo soy más feliz cuando estoy en la cueva con mi chocolate, con mi café y escribiendo. He estado mucho tiempo documentándome. A pesar de ser contadores de historias, creo que mi oficio tiene más que ver con tener la boca cerrada y las orejas y los ojos abiertos. Ver lo que hay en el mundo permite luego restregarlo en los personajes, para darles densidad. Paso mucho tiempo cavilando historias, soy muy concienzudo. En esta ocasión tenía un manuscrito de más de 300 páginas, pero no estaba satisfecho. Tenía la opción de corregirlo o de empezar de nuevo, y eso fue lo que decidí. Así salió este "O último barco", que se parece muchísimo al libro que quería contar cuando empecé a escribir.

-La ría sigue presente. Y ese barco de pasaje está ahí, quizás interiorizado en usted, aunque escribe desde Madrid. ¿Cómo es esa relación con Vigo?

-Cada año vengo 4 o 5 veces a Vigo y aún así no es todo lo que quisiera. Es un paraíso perdido. Un poco como Ulises con Ítaca. Estar aquí y reencontrarme con las gaviotas, oler la bajamar... En realidad, los autores tenemos dos vidas: la vida corpórea, que está delante del ordenador y en los papeles, y la vida que imaginamos. Y esa vida en la que están los personajes, te acaba afectando como si fuese real.

-Ha sido un pionero en instaurar rutas literarias por lugares reconocibles la ciudad.

-Esta novela tiene tres escenarios fundamentales: la EMAO, el barco que cruza la ría hacia Moaña, y Tirán. Este último es un sitio especial, porque es la zona menos habitada de la franja de O Morrazo frente a la ciudad de Vigo. Está entre Cangas y Moaña, aunque pertenece al Concello de Moaña y es una zona con unas playas vírgenes estupendas. Se oyen los pájaros y, de vez en cuando, se acercan los delfines y hay una calma insospechada. La ciudad de Vigo está extendida como un animal en la margen de enfrente. Resulta increíble que a 12 minutos en barco haya algún sitio con tanta paz. Como le pregunta uno de los personajes a Leo Caldas: ¿de verdad quiere que le diga por qué me vine a vivir aquí?

-Las menciones a la Escuela de Artes y Oficios de Vigo (EMAO), ¿son un homenaje?

-El libro cita en los agradecimientos a los que enseñan, a los que hacen las cosas despacio, y a los que aman el mar. La Escuela de Artes y Oficios es un lugar en el que se aprenden oficios tranquilos. Aún queda un espacio para la artesanía. La EMAO es como una burbuja en este Vigo tan hirviente. Muchas veces pasamos por delante sin percibir la sutileza y la paz que hay dentro. Es un homenaje a los artesanos, pero también a todos los que hacen las cosas despacio, con calma.

-Hay varios personajes 'reales' que ha rescatado de la EMAO.

-Miguel Vázquez es el maestro titular del taller de cerámica y el jefe en la ficción de Mónica Andrade, que tuvo la osadía de prestarse a que lo convirtiese en personaje literario. Al igual que Ramón Casal, otro de los personajes importantes, que es el maestro de lutería antigua. Ramón se jubiló en la primavera de 2016 pero sigue haciendo instrumentos musicales; replicó los instrumentos del Pórtico de la Gloria... Son sabios que se expresan con las manos.

-Y también lo fue Carlos, del "Eligio", que, por cierto, reabrió.

-Carlos, el del Eligio, es otro de los personajes reales y era uno de los amigos que compartimos Leo Caldas y yo. Me gusta mucho eso de introducir la ficción en la realidad de la ciudad e imbricarla hasta que no se sepa hasta dónde empieza la ficción y cuándo llega la realidad. Teniendo mucho cuidado, eso sí, porque se está hablando de crímenes y hay que tener especial delicadeza.

-Otro espacio-personaje es el barco.

-Sí. El libro habla del amor por el lenguaje. Cada capítulo está encabezado por una palabra polisémica. Y también el título tiene ese juego: por una parte está ese último barco real que cruza la ría y que cogió Mónica Andrade el día que desapareció. Y por otra, el libro habla de últimas oportunidades, y de la sensación de que siempre hay una escapatoria, o una forma nueva de plantear la vida.

-Se citan hechos luctuosos bastante pormenorizadamente.

-Hago una documentación bastante intensa en lo que se refiere a lo extrapolicial. Pasé muchas horas con los ceramistas, con los luthiers... Así como para escribir "A praia dos afogados" las pasé con los marineros. Pero la cuestión policial prefiero dejársela a mi instinto. Sigo los pasos que yo seguiría en el caso de estar en los pies de Leo Caldas. Y tengo una amiga magistrada que me apunta cosas, porque hay una parte sobre el procedimiento judicial que no conozco bien. Ella le da un barniz al texto para que no falle la nomenclatura.

- ¿Lee novela negra Domingo Villar?

-He leído mucha, pero en la parte final del proceso de escritura, no. Leo cuentos porque puedo empezarlos y terminarlos y, cuando voy a la cama, puedo soñar con mi historia. He leído a Manuel Vázquez Montalbán, Andrea Camilleri, Dashiel Hammet... Soy bastante omnívoro en mis hábitos lectores. Ya no existe el prejuicio que mantenía en el 'averno literario' a los autores de género. Una de las pruebas de esto es que el último premio Princesa de Asturias de las Letras es una autora francesa de novelas policiales, Fred Vargas.

-Hábleme de grietas. Hay detalles en el libro que llevan a otros momentos. ¿Hay que haber vivido para escribir?

-Igual que los niños juegan al fútbol porque quieren ser Iago Aspas, yo escribía porque quería ser Hemingway. Luego la vida te deja en un escalón del camino. La literatura, al menos como yo la entiendo, está sembrada de pequeños enlaces con otros mundos: con la música tiene una relación grande. Porque mi trabajo tiene algo de rapsodia. Leo en alto todo lo que escribo. Mientras vivió mi padre [murió en 2013] le leía a él. Luego, he ido cogiendo otros penitentes. Ahora le leo a mi madre, a quien dedico el libro, a mi hermano Andrés...

-¿Cuántas veces le han dicho que incluya el narcotráfico en sus novelas después de "Fariña"?

-Ya había leído "Fariña" antes del secuestro del libro. Me parece una crónica estupenda y con una escritura muy amena. Tengo un amigo editor que hace tiempo que me comenta que debería hablar de este tema y también otra persona que estuvo en la cárcel por narcotráfico y quería que contase su vida. Pero a mí me gusta mirar el mundo por un agujero pequeño, las historias íntimas, tratar de contar un relato que arañe por dentro a los lectores.

-¿Tiene ya propuestas de guionizar para el cine?

-(Silencio). "A praia dos afogados" tiene 500 páginas que, condensadas en una película de hora y media, reducían prácticamente todo el libro a la espina dorsal de la trama policíaca. "O último barco" no creo que se pueda condensar en una película, es más extensa. No sé si alguien querrá hacer una serie, nunca lo pensé.

-¿Y habrá que esperar otros diez años por la siguiente?

-Estoy escribiendo una obra de teatro y siempre escribo cuentos para 'desengrasar'. Tengo ideas para varios libros, pero no sé si el siguiente llegará en tres o diez años. Estará cuando esté.