No se entiende la historia del patrimonio cultural sin las casualidades: hizo falta que unos campensinos se pusieran a cavar en busca de agua en un campo a 40 kilómetros de Xian para que apareciese el formidable ejército de terracota del emperador chino Qin Shihuang; o que Napoleón proyectase sus sueños de grandeza sobre Egipto para que uno de sus soldadados encontrase la piedra de Rosetta en el muro de un fuerte.

Igual que, en su debida escala, fue necesario que la educadora social Mar López Sotelo pasase por un difícil momento personal para que agarrase su cámara de fotos, se pusiese a explorar la Ribeira Sacra y en uno de sus paseos, conducida por una amiga, se diese de bruces con una sorprendente y misteriosa decoración en la fachada de una casa.

Fue el primero de los cerca de 500 esgrafiados en unos 130 núcleos que ha documentado en esta zona pródiga en riqueza histórico-artística, pero en la que (casi) nadie había reparado en este ornamento tan especial dentro del contexto gallego. El último de los hallazgos, de hace solo unos días, es el más espectacular: toda una escena de caza completa.

El esgrafiado es una técnica decorativa que consiste en raspar la primera capa de una superficie lisa previamente enlucida conforme a un dibujo -desde motivos geométricos hasta figurativos-, de modo que se crea un efecto de contraste entre los dos colores que que quedan a la vista. Esgrafiados son, por ejemplo, las típicas decoraciones que llenan los muros de la Alhambra o las de numerosas fachadas de Segovia.

Esgrafiados están, también, los muros de San Andrés de Teixido, en este caso contrastando el blanco de la cal con la piedra. Esto dos materiales son los que se usan también en los encintados de la Ribeira Sacra, aunque la variedad de dibujos es mucho más rica que en ese ejemplo, probablemente el más reconocible de la comunidad.

Desde aquel paseo inicial con la bodeguera Araceli Vázquez, Mar López, ahora de nuevo residente en Pantón tras años fuera de Galicia, empezó a escudriñar los rincones de la Ribeira Sacra en busca de más de estos motivos. A través de un blog y de una página de Facebook fue difundiéndolo y el éxito la fue retroalimentando: cada vez más gente le hablaba de esas decoraciones en esta o en aquella aldea. Aparecieron en casas, en un monasterio, en hórreos, en alpendres, hasta en torres de electricidad. Algunas tan esquivas que tuvo que colgar la cámara de una rama para poder hacer la foto por control remoto.

Ello, educadora social con formación en etnografía, lo hacía como pasatiempo, pero pronto empezó a despertar el interés entre varios estudiosos. El pasado verano una selección de fotos estuvo expuesta en el Museo Etnográfico Liste de Vigo, en cuya colección permanente se pueden seguir viendo. También empezó a colaborar con Rafael Ruiz Alonso, un especialista en este tipo de decoración que, sin embargo, desconocía su implantación en esta parte de Galicia.

Ahora, además de seguir con el trabajo de campo y de alimentar un mapa en línea con el que cualquiera puede localizar los hallazgos, Mar López Sotelo está centrada en dos puntos: difundir este singular patrimonio, hasta ahora más bien oculto, y tratar de elucidar los enigmas que lo rodean. Para lo primero está en estos momentos inmersa en la preparación de dos exposiciones, y también se ha involucrado en charlas y rutas.

El por qué y el quién

Con respecto a lo segundo, se intuyen novedades. De los esgrafiados documentados, el más antiguo data de 1791, aunque no se descarta que los haya anteriores. El porqué recurrir a esta técnica se puede tomar de la bibliografía comparada. El esgrafiado es una técnica decorativa, sí, y como es habitual, cuanto más rica, mayor estatus social indica. Pero no es solo cuestión ornamental, la cal usada también protege de humedades y hongos la piedra, el elemento constructivo más valioso.

Falta el quién. Con los cerca de 130 puntos en el mapa, Mar López observó un patrón; son más abundantes a lo largo del Camino de Invierno a Santiago, así que esa puede ser una vía de difusión de esta técnica.

Sin embargo, se encontró en las aldeas con que los propietarios de las edificaciones esgrafiadas no sabían de dónde habían salido ni quién las podría haber hecho. Ahora acaba de encontrar un hilo del que tirar. En un viejo diccionario del lenguaje de un clan de canteros se topó con la palabra charuja, que viene a significar lo mismo que esgrafiado.

Los canteros, es sabido, fueron un gremio muy celoso de lo que hoy llamaríamos su propiedad industrial. Y se desplazaban por Europa construyendo iglesias desde que en la Edad Media comenzó la peregrinación a Compostela. Una hipótesis para empezar a conocer mejor este nuevo filón del patrimonio cultural de Galicia.