Aquellos que más o menos intentan estar al día en esto de las series seguramente habrán oído mencionar ya que en el octavo capítulo de Twin Peaks pasaba "algo". ¿Ya lo habéis paladeado? A estas alturas, a nadie le pilla de nuevas las excentricidades de David Lynch como cineasta. Hace unas semanas, cuando se estrenaron los nuevos episodios de Twin Peaks (25 años después), ya dijimos que la serie regresaba reivindicando su rareza.

Pues Lynch ha vuelto a rizar el rizo cerrando uno de los episodios más transgresores emitidos jamás por una televisión. No por su excesiva violencia, ni por escenas subidas de tono. Con el octavo episodio de Twin Peaks, el arte de vanguardia entra en la pequeña pantalla por la puerta grande. Seguramente no será un plato del gusto para todos los espectadores y habrá alguno que no aguante ni diez minutos.

En algunas escenas tengo que admitir que sonreía maléficamente al recordar que Twin Peaks desembarcó en su día en España de la mano de Tele 5. ¿Qué cara pondrían los espectadores de Hombres, Mujeres y Viceversa si se encuentran con este episodio en su pantalla amiga?

Seguramente en redes sociales el episodio de marras no habrá suscitado tantos artículos como la emisión del primer episodio de la séptima temporada de Juego de Tronos. Aunque sí se los merece. La cosa oscilaría entre quienes piensan que es una genialidad y los que creen que es una tomadura de pelo. Tengo la sensación de que sobre el papel ganan los del primer bando. Más que nada, porque los del segundo grupo hace tiempo que se bajaron del barco de Lynch. Con este director siempre hay que esperar lo inesperado y siempre consigue llevar al espectador por un sendero muy alejado de su zona de confort. A aquellos que aceptan el juego de dejarse volar por sus imágenes sin prejuicios, les espera una experiencia audiovisual fascinante. Ya lo decía Monica Belucci en una reciente entrevista. "Me ha llenado más un minuto en Twin Peaks que tres blockbusters como protagonista".

Cuando David Lynch vendió a la cadena ABC Twin Peaks en los años 90, éste no tenía intención de desvelar el gran misterio que se escondía detrás de la serie: ¿Quién mató a Laura Palmer? Lo importante para el realizador no eran tanto las respuestas como la forma de contar la historia. Fueron los ejecutivos de la cadena quiénes le forzaron a dar respuesta a esa pregunta hacia el ecuador de la segunda temporada. Y es precisamente en ese momento cuando llegó el declive de la serie. Después de que se desvelara la identidad del asesino, Twin Peaks cayó en una acumulación de excentricidades de las que tanto Lynch como Mark Frost se habían desvinculado para centrarse en otros proyectos profesionales.

No fue hasta los episodios finales cuando Lynch regresó al pueblo de los abetos. el café y la tarta de manzana, ampliando su universo al entrar en profundidad en la trama de la Logia Negra. Ese sitio con cortinas rojas, baldosas con dibujos triangulares y enanos que hablaban al revés. Años después, cuando Showtime apadrinó la resurrección de la mítica serie, Lynch ha evitado vincular toda la trama a la resolución de un gran misterio.

Poca duda cabe tras ver estos nuevos episodios que el control creativo de Lynch sobre su criatura ha sido absoluto, a pesar de las tensiones y pulsos que la cadena y el cineasta protagonizaron en los primeros meses del nuevo proyecto. A lo largo de estos episodios hemos visto la historia del agente Cooper escapando de la Logia Negra, donde había quedado atrapado al final de la serie anterior, mientras que su doble malvado había quedado suelto por el mundo.

Una de las constantes del cine de Lynch ha sido el mostrar el contraste entre la inocencia y el mal absoluto. En la nueva Twin Peaks, este contraste viene sobre todo entre los dos Cooper. Uno diabólico, poseído por Bob, por un lado, y el bueno de Doug, totalmente inocente y que se limita a repetir todo lo que le dicen, por el otro. Cuando uno ya pensaba haber captado las claves de por dónde iban a ir los tiros, la cosa ha dado un giro totalmente inesperado.

En el octavo episodio, la trama general parece darse un descanso y la mayor parte de su argumento (aunque haya gente reacia a usar esa palabra para este capítulo en concreto) es un flashblack que nos da un contexto mucho más amplio en la historia de Laura Palmer. Todo arrancaría en el año 1945, durante los ensayos de la primera bomba atómica en el desierto de Nuevo México.

El episodio es todo un ejercicio de estilo en el que hay que dejarse llevar por las imágenes. ¿Cómo definir un plano de cinco minutos en el interior de un hongo nuclear, con una música estridente y psicodélica e imágenes que podrían figurar en los pasillos de galerías de vídeoarte en cualquier museo de arte contemporáneo? Pero que nadie se lleve a engaños.

Detrás de todo este estallido de plasticidad abstracta hay un verdadero discurso narrativo. El día de la explosión se desató un nuevo mal en el mundo y comenzó un conflicto entre entes sobrenaturales que siempre han estado moviendo los hilos de los destinos de los personajes. Hay una guerra del bien contra el mal. Y parece que Laura Palmer era una pieza clave dentro de ese conflicto. No era una adolescente escogida al azar para ser asesinada.

A uno podrá gustarle o no esta forma de narrar, pero al menos hay que reconocer su gran personalidad y que estamos ante algo distinto, muy diferente a esas series que se limitan a copiar los clichés de lo que ya funciona. Los planos de Lynch son puro arte, pero también los sonidos y las atmósferas que crea.

Entre los pintores a los que el cineasta homenajea con sus planos se encuentran Francis Bacon, Edward Hopper o Arnold Böklin. ¿Han llegado las vanguardias a las series de televisión para quedarse o todo se quedará en una rareza? Algunos lo verán como una diarrea mental, otros lo vemos como ARTE, así con mayúsculas.

Porque si a alguien no le había quedado, ésta es el agua y éste es el pozo. Bebe todo y desciende. El caballo es lo blanco del ojo y la oscuridad interna. ¿Ha quedado claro? En cuanto pueda, veré el 10.