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Resonancias de Rosalía

Amancio Prada recitando a Rosalía. // Luis Polo

A Bibiano Morón, bardo atlántico, in memoriam.

Empecé a leer a Rosalía a los diecisiete años. Había llegado a Valladolid para estudiar Dirección de empresas agrarias. Viví allí tres años, y allí, en Castilla, sentí por primera vez la nostalgia de la tierra. Extrañaba el aire, el campo de mi Bierzo natal? Y los versos de Rosalía me hacían revivir os airiños aires. Fue aquella emoción lo que me llevó a cantarlos. Casi sin querer, comencé a oír dentro de mí la música de su poesía y a cantarla. Ni siquiera pretendía entonces hacer una canción: simplemente revivía los versos, me los iba diciendo, susurrándolos, semellando leve gasa que sotil o vento move? y al dictado de su resonancia, la entonación se convertía en canto. Con el viento, como el viento, la oración de la tierra. Así nacieron las primeras canciones: Cómo chove miudiño, Un repoludo gaiteiro y Pra A Habana.

En el verano del 69 volví a coger el tren en Ponferrada para ir a Valladolid a por el certificado académico que me permitiría matricularme en la Sorbona para estudiar Sociología. Fue durante el viaje en aquel tren cuando me enteré de que se iba a celebrar un concurso de canciones, el Festival de la Juventud, en Alar del Rey: Qué cosas, durante mis años de bachiller en el Bierzo había sido vocalista de una orquestina de pueblo que se llamaba Orquesta Juventud. Todo era joven. Aunque no llevaba conmigo la media guitarra que entonces tenía, decidí presentarme en Alar. "Malo será -pensé- que alguno de los participantes no me deje la suya". Me apeé en Valladolid, recogí los papeles académicos, y dando vueltas por la ciudad, por hacer tiempo, me paré delante de una tienda de música, cerca de la Plaza Mayor. En el escaparate había expuesta una guitarra que me llamó la atención: era una guitarra dorada, flamenca? e inalcanzable: costaba diez mil pesetas. Seguí caminando hacia la estación y me subí al tren de Alar del Rey. Alar era un pueblo cereal, también dorado. Los jóvenes concursantes seríamos doce o quince, además de un artista invitado, Patxi Andión, estrella ascendente y recién llegado de París, por cierto. Era verano y en aquel pueblo palentino se respiraba un clima cordial, entusiasta y bullicioso. Comenzó el festival. Cuando llegó mi turno, alguien, en efecto, me dejó su guitarra. Alguien, que, muchos años después, me saludaría en la emisora de RNE en Valladolid, donde trabajaba como técnico de sonido. "Fui yo quien te prestó la guitarra en Alar del Rey, Amancio. Me llamo Oscar Cuervo". Le di otra vez las gracias y un fuerte abrazo, claro. Y en aquel festival canté Pra A Habana, un poema largo sobre la esforzada emigración de los gallegos en tiempos de Rosalía, pero que yo sentía muy actual pues eran tantos los españoles que en aquellos años emigraban a Francia, a Suiza o a Alemania? Pra A Habana no era una canción fácil, no sé por qué decidí cantar ésa, cuando tenía alguna más risueña, como Un repoludo gaiteiro, por ejemplo. Supongo que la escogí porque la acababa de componer, y uno tiene cierta predilección por el pan recién sacado del horno. Bueno, el caso fue que, ante mi sorpresa, me dieron el primer premio: ¡la Galleta de Oro! Y además, con la galleta, un sobre con ¡diez mil pesetas!

Me volví pitando a Valladolid a por la sonanta. Aquella guitarra fue la llave que me abrió las puertas de mi primer otoño en París. Tenía veinte años. Y qué cosas, la primera canción que compuse con aquella guitarra que había ganado cantando a Rosalía fue mi primera canción sobre un poema de Federico García Lorca: La guitarra. "Arena del Sur caliente que pide camelias blancas"? De Rosalía a Federico. Pero ésa es otra historia.

Durante los cinco años que viví en Francia continué leyendo y rondando a Rosalía, además de otros estudios y quereres. En Follas Novas encontré poemas en los que Rosalía se expresaba de manera más honda, entrañable; versos impregnados, me parecían a mí, de un dolor existencial, sobre todo los de su último libro, En las orillas del Sar. Una poesía intimista, "anque en verdade, ¿qué lle pasará a ún que non sea como se pasase en todol-os demáis?". También poemas comprometidos con su tierra y con su gente, su alianza con los humildes, sintiendo la desgracias y el dolor ajeno como propios: "Non pode o poeta prescindir do medio en que vive e da natureza que o rodea, ser alleo a seu tempo e deixar de reproducir, hasta sin pensalo, a eterna e laiada queixa que hoxe eisalan tódolos labios. Por eso iñoro o que haxa no meu libro dos propios pesares ou dos alleos, anque ben podo telos todos por meus, pois os acostumados á desgracia chegan a contar por súas as que afrixen ós demáis". Si en mi primer disco, Vida e Morte (Paris, 1974), incluí dos de las primeras canciones de Rosalía, Cómo chove miudiño y Un repoludo gaiteiro, la afición y el estudio de aquellos años vividos en el Barrio Latino me animaron a dedicarle mi segundo disco, Rosalía de Castro (Madrid, 1975). Desde entonces, no he dejado de cantar a Rosalía. En 1997 le dediqué otro disco monográfico, Rosas a Rosalía, que grabé con la Real Filharmonía de Galicia y una guirnalda de cantoras amigas: María del Mar Bonet, María Dolores Pradera, Amélia Muge, Ginesa Ortega, Martirio, Marisa Paredes, Nuria Espert y las Pandereteiras de Baio. En 2005 edité con el Círculo de Lectores un tercer monográfico, Rosalía siempre, tomando como referencia la grabación de un programa especial de la TVG.

Dijo Juan Ramón Jiménez: "Un poema no se acaba nunca, sino se abandona. Yo llevo mi poesía dentro de mí; es como el árbol que da flores, las mismas flores, tan distintas". Así llevo yo a Rosalía. Ninguna obra puede tener, mientras su autor viva, sino un valor transitorio. Por eso, agotadas las ediciones anteriores, en el 2014 decidí producir un álbum con todas mis canciones rosalianas: Resonancias de Rosalía. Ni más nuevo, ni más lejos; más hondo. Más adentro en la espesura. Porque la poesía es un mar que le devuelve a los ríos su antigua memoria, y una canción no se acaba de cantar nunca.

Nadie se baña dos veces en la misma canción. Se lo comentaba a Bibiano la última vez que nos vimos, cuando fui de su mano, una vez más, a cantar a Vigo para celebrar los 40 años de aquel primer disco a Rosalía de Castro. Lo recuerdo ahora como el bardo y buen amigo que fue, siempre sonriente, e no bico un cantar.

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