Primero, los hechos. El 25 de marzo de 1980, el semiólogo francés Roland Barthes fue atropellado por una furgoneta en las proximidades de la Sorbona. Venía de una comida entre relevantes miembros de la intelectualidad parisina y el todavía precandidato socialista a la Presidencia François Mitterrand. Atento siempre a descifrar el calado del más disimulado de los signos, Barthes no fue, sin embargo, capaz de percibir la llegada del vehículo que habría de poner fin a sus días. Veinticuatro horas más tarde falleció en el hospital parisino de la Salpêtrière.

Ahora, la novela. El francés Laurent Binet (1972), autor de la celebrada y denostada HHhH (2010, 2013), ha imaginado que Barthes fue asesinado. La causa: en alguno de sus bolsillos llevaba una escueta hoja de papel que desarrollaba las características de la séptima función asignada al lenguaje por el lingüista ruso Jakobson. Hasta donde se sabe, la teoría de la información de Jakobson sólo atribuye seis funciones al lenguaje. La séptima, calificada de mágica o encantadora, concedería a quien la domine el extraordinario poder de convencer de cualquier cosa a cualquiera en cualquier situación.

La Presidencia de la República, o sea Giscard, que busca su reelección en las presidenciales de 1981, pone a investigar el asesinato -y a buscar la preciosa hojita- a un inspector, dechado de carcundias, que tiene el olfato de acercarse en busca de ayuda a la rojísima y postestructuralísima Universidad parisina de Vincennes. Allí reclutará como ayudante a un joven doctorando en Semiótica capaz de orientarle en el galimatías conceptual que, intuye, se le viene encima.

Comienzan así 450 páginas de trepidantes aventuras que llevarán a la pareja por Francia, Italia -donde hablarán con Umberto Eco y serán testigos de la masacre de la estación de Bolonia - e incluso Ithaca (Estado de Nueva York), cuya universidad Cornell será el escenario de un coloquio en el que los postestructuralistas se medirán, hasta la muerte incluso, con los analíticos anglosajones, sus acérrimos detractores, que tachan su pensamiento de ''niebla francesa''. Además, esta investigación les franqueará las puertas de una antigua sociedad secreta, el Logos Club, cuyos miembros se retan en durísimas justas oratorias, sangrientas en ocasiones. Muchos lectores reconocerán en el Logos Club de Binet una deuda evidente, y admitida por el propio autor, con el Fight Club de Chuck Palahniuk.

¿Funciona la entretenida novela armada con estos desmesurados mimbres por Binet? Pues depende. Si al lector le dicen algo los nombres de Foucault, Derrida, Deleuze, Guattari, Althusser, Kristeva, Bourdieu, Lacan, BHL o Philippe Sollers es muy probable que disfrute con la sátira despiadada a la que se entrega el autor. Lo mismo ocurre con el retrato satírico de Mitterrand y de su círculo más íntimo de colaboradores (Lang, Fabius, Attali). Binet ha recurrido a frases extraídas de textos de los postestructuralistas, las ha descontextualizado y las ha reinsertado en el nuevo escenario generado por su ficción. Seguro que la aldea intelectual parisina se ha partido las ingles, aunque oficialmente haya despreciado la novela. Seguro también, cómo no, que los lingüistas hispanohablantes encontrarán fallos "imperdonables" en algunas citas y mofas. Cabe, pues, apostar que serán quienes sólo conozcan a medias el trasfondo intelectual de la historia quienes más la disfruten.

Al margen de estas consideraciones, no puede dejar de señalarse que, como tantos escritos kilométricos, la novela tiene pasajes autoindulgentes en los que Binet, quien los califica de surrealistas, da rienda suelta a su fantástica capacidad para el delirio sin apiadarse del lector. Como tampoco debe silenciarse que, aunque el autor sostenga que, al igual que en HHhH, explora las relaciones entre realidad y ficción, una vez leídas las 450 páginas, una vez reído todo lo habido por reír, queda la sensación de que, más allá de la sátira y del entretenimiento logrado, que no es poco, Binet no tiene otra pretensión. O si la tiene, permanece tan oculta como la séptima función del lenguaje.