Leonardo y Miguel Ángel, las dos cumbres del Renacimiento italiano, coincidieron en Florencia entre 1501 y 1505. Leonardo rondaba la cincuentena, mientras que el genial Buonarroti era un jovenzuelo de unos 25 años al que Da Vinci, que no vivía sus mejores momentos, miraba por encima del hombro. Sin embargo, fue Miguel Ángel quien se hizo con el encargo de esculpir el David, tarea que ejecutaría mientras Leonardo pintaba La Gioconda. Después, ambos se vieron confinados en una misma sala del Ayuntamiento florentino para sumergirse en un duelo de titanes: pintar sendos frescos bélicos en muros opuestos. Ambos quedaron inacabados.

La estadounidense Stephanie Storey, historiadora del arte, arranca de esta rivalidad para imaginar la parte que le puede corresponder a la furia emulativa en la ejecución de dos obras tan apreciadas como el David y la Mona Lisa. Y lo hace en una sólida y entretenida novela que, al basarse en largas investigaciones, no necesita recurrir a vacuos preciosismos para enlucir carencias documentales.