Cien minutos, más de siete mil planos y veintidós años desde que la claqueta bajó por primera vez, el 1 de diciembre de 1993. El rodaje de "Transeúntes" ha sido un proyecto de larga gestación, sin duda la más larga de una película española hasta la fecha, por el que han pasado actores como María Galiana, Sergi López y Santiago Ramos, y cientos de técnicos. Tras ganar el premio Fipresci del Festival del Cine de Sevilla, "Transeúntes", segunda película de su director, Luis Aller, recorre los cines para acercar al espectador el caos de la ciudad a través de una amalgama de historias de supervivencia, de soledad, de amor fácilmente identificables porque son comunes a todos. Aller y el jefe de producción de esta cinta, el vigués Pedro Vila, asistieron ayer en los Multicines Centro al estreno de esta cinta en Galicia.

"La película es una especie de retrato del caos. Habla de lo que aparece y desaparece, de las mezclas. Y a partir de ahí se articulan una serie de historias que le suceden a personas corrientes. Lo que he querido mostrar en esta película es que nuestras vidas son intercambiables. Vivimos las experiencias de una forma intensa e individual, pero esas mismas experiencias ya las han vivido otras personas antes, con la misma intensidad y la misma forma individual que tú", explica Aller, realizador leonés afincado en Barcelona. "Escogí Barcelona para hacer esta película porque es la ciudad donde vivo y donde trabajo, pero ese caos es propio de todas las grandes urbes", explica.

Aller tomó como punto de partida diciembre de 1993 porque, tras los Juegos Olímpicos, Barcelona despertó a la realidad. "Después de dos semanas, Barcelona dejó de ser el centro del mundo y se encontró con la realidad. Esto nos sumió a todos en una especie de depresión, a la que se sumó la crisis", explica el director.

El primer plano de la película es la figura del Quijote, como imagen de la pulsión, explica, entre las ilusiones de las personas y la implacable realidad. "La realidad es la que pone cada cosa en su sitio", puntualiza.

Antes incluso de comenzar el rodaje, sabía que esta película le llevaría varios años -al menos tres-, aunque reconoce que no se imaginó que al final se convirtieran en veintidós.

"A medida que fuimos rodando, la película fue creciendo y también me di cuenta de que acercarme al caos era más complicado de lo que pensaba. Además, yo mismo necesitaba ser otra persona, mirar la historia desde la perspectiva de los años. Porque tú eres el mismo hoy y mañana, pero probablemente no seas la misma persona o no veas las cosas de igual manera cinco, seis, siete años después", argumenta. En 2012, la claqueta bajó por última vez. "En 2009-2010 sentí que la película estaba ya cerca de lo que quería, pero no tenía prisa y preferí esperar un poco más. Hasta 2012", explica.

Esta cinta, un collage de historias que se mueven entre los géneros de ficción y documental, podría clasificarse como cine experimental, aunque su autor asegura que es cine "del más normal". "Para mí el cine tiene que ser lo más libre posible, aunque esto no es así. A mí no me molesta que digan que esta es una película experimental, aunque yo no lo siento así. Sin embargo, también soy consciente de cuál es la distribución. Se rueda el mismo tipo de cine, aunque dentro de este mismo tipo de cine hay títulos magníficos en los años 20, 30... también ahora. No sé si merece la pena copiar siempre a los grandes directores, cuando tenemos sus obras originales", explica.