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Crímenes misteriosos

Sonia Iglesias: la madre que nunca abandonaría a su hijo

Sonia Iglesias, de 37 años, desapareció en pleno casco urbano de Pontevedra la mañana del 18 de agosto de 2010

La investigación señaló a su pareja, Julio Araújo, que estuvo imputado.

Su cartera, hallada ese mismo día cerca del poblado de O Vao, es uno de los pocos rastros que la víctima dejó tras de sí.

Una mujer alegre, responsable en su trabajo y orgullosa “madraza”, desapareció una veraniega mañana de agosto. Después de ir al zapatero. En pleno casco urbano de una de esas ciudades en las que casi todos se conocen. Fue, literalmente, como si se la tragase la tierra.

Solo habían transcurrido unas horas y Carmen, su madre, ya se temía lo peor. “¿Qué le hiciste?”, le preguntó aquella tarde al padre de su nieto, al hombre con el que su hija compartía su vida desde hacía casi dos décadas.

Ya han transcurrido 12 años desde aquello. El día que se rompieron sus vidas fue el 18 de agosto de 2010. Y la hija a la que no volvieron a ver desde esa triste fecha es Sonia Iglesias Eirín. La mujer cuya fotografía mostrando una amplia sonrisa ha dado la vuelta a España. La mujer que provocó una movilización y una marea de solidaridad en su lugar natal y de residencia, Pontevedra, sin precedentes en esa ciudad.

La última pista de la pontevedresa se pierde tras acudir a una zapatería del casco antiguo

Trabajadora de Massimo Dutti, en la céntrica calle Benito Corbal, Sonia era muy conocida y querida en Pontevedra. Tenía 37 años y un hijo de 9. Y ningún motivo para irse dejando todo atrás. Lo dijo su familia desde el minuto uno. “Nunca abandonaría a su niño”, repitieron hasta la saciedad. La Policía Nacional, al cargo de las pesquisas, también fue pronto consciente de que aquella era una desaparición de las que en al argot se conocen como “inquietantes”. Una “desaparición forzada”, describiría un mando policial. El paso del tiempo apuntaló esa hipótesis. Porque a día de hoy no parece haber dudas, y así lo ha asumido la familia, de que Sonia fue víctima de un crimen.

La pontevedresa tenía 37 años cuando se le perdió la pista

La pontevedresa tenía 37 años cuando se le perdió la pista Rafa Vázquez

¿Qué ocurrió aquel caluroso día de verano?

Pero, ¿por qué? ¿qué ocurrió aquel caluroso día de agosto? ¿Qué se sabe de los últimos pasos de la víctima? ¿Cómo era su vida y de qué manera influyó en lo ocurrido? Imposible dar respuesta a todas estas preguntas. Porque aún hay muchas incógnitas. Demasiadas lagunas en los acontecimientos de aquella jornada. Tantas que, pese a los esfuerzos y a que no se escatimaron medios, ni siquiera se ha conseguido, al menos todavía, hallar su cadáver.

Pero empecemos desde el principio. Desde tres días antes al de la desaparición de Sonia. Desde el 15 de agosto de 2010. Ese domingo su hijo hizo la Primera Comunión. Ese niño era su “tesoro” y la mujer se mostraba radiante y feliz. Lo que quería por encima de todo era que el pequeño disfrutase de esa fiesta. De su fiesta. Por eso, solo por eso, decidió postergar para más allá de esa jornada las consecuencias de una difícil decisión que le había tocado adoptar. Nada debía estropear el festejo al menor.

La mujer iba a separarse de su compañero; lo retrasó para después de la Primera Comunión del niño

El paso que iba a dar esta pontevedresa, el que retrasó para que en aquella Primera Comunión se respirase normalidad, era el de separarse del que había sido su compañero sentimental desde los 19 años, Julio Araújo. Algo que no era un secreto para sus más íntimos: ya se lo había comunicado a su familia y a su círculo de amigos.

“Fue ella la que tomó la decisión y era definitiva; lo habló con él y se lo dejó claro”, cuenta en la actualidad Mari Carmen Iglesias, hermana de la desaparecida. La convivencia entre Sonia y su pareja, quien tenía entonces 52 años de edad, se había desgastado. La razón fundamental habría sido el estilo de vida del hombre, que nada tenía que ver con el de ella. “Él llevaba ya dos años sin trabajar, no aportaba nada, tenía miles de vicios, era un vividor y un juerguista; el único dinero que entraba en casa era el de mi hermana, el piso era de mi hermana, el coche era de mi hermana…”, describe esta familiar. Y agrega que lo que le dio “fuerza” a Sonia para tomar esa decisión y emprender una nueva etapa fue “conocer a otra persona”. La “ilusión” de empezar otra relación. En definitiva, darse cuenta que había “más vida”.

Sonia, que se mostraba vitalista pese a los problemas que atravesaba, no solo comunicó la inminencia de la ruptura a sus más cercanos. Meses antes de su desaparición, en noviembre de 2009, se puso en contacto con una asociación de ayuda a mujeres maltratadas de Pontevedra: el colectivo Luz. Concertó una cita con la presidenta en una cafetería. “Quería asesoramiento y pedirme consejo porque tenía interés en separarse; noté mucha tristeza en ella y que había algo que no me contaba; pero en ningún momento me dijo que hubiese sido maltratada”, contó esta mujer cuando años después declaró como testigo en el marco de la causa judicial que se abrió tras perdérsele la pista a la pontevedresa.

Durante las primeras semanas hubo múltiples batidas con amplia colaboración ciudadana Gustavo Santos

Y a las puertas de la ruptura definitiva, la desaparición

Este era, en resumen, el escenario familiar ese agosto de 2010. Y una vez se celebró la Primera Comunión del niño, lo acordado era que Julio debía irse del piso hacia finales de esa semana inmediatamente posterior. De hecho, el menor se fue esos días para la casa de su tía Mari Carmen. Su madre no quería que viviese aquello en primera persona. Que tuviese que pasar por la difícil situación de ver a su padre abandonar el domicilio familiar. En este contexto, a punto de consumarse la ruptura, llegó el día 18. Era un miércoles. Y ese fue el día en el que se le perdió la pista a Sonia para siempre.

¿Qué sucedió? La pregunta es simple. No así la respuesta. Muchas piezas del complejo puzle en que se ha convertido la desaparición de Sonia aún no encajan. Vayamos entonces primero con lo que parece más o menos claro. Lo que por ejemplo se sabe de aquella jornada es que la pareja se levantó temprano en su piso de Campo da Torre, una zona ubicada al lado de la plaza de toros pontevedresa y cerca del río Lérez. Si no lo hicieron antes, al menos se despertaron a las 08.36 horas: el sumario del caso recoge que en ese momento hubo una llamada al teléfono fijo de la vivienda y que fue contestada. La comunicación se prolongó 137 segundos.

Aquella jornada la víctima y su pareja salieron juntos de casa en coche para hacer unos recados

Cuando salieron del piso, cogieron el coche, un Daewoo Kalos. Él se puso al volante y ella iba en el asiento del copiloto. Fueron a una zapatería de la calle Arzobispo Malvar. Y el responsable de ese negocio del casco antiguo pontevedrés se convirtió involuntariamente, al margen de Julio, en la última persona que vio a Sonia Iglesias con vida. Ella entró allí sola. Este testigo clave relataría tiempo después a los periodistas que no podía precisar el momento exacto, pero que serían las diez y pico de la mañana. La investigación no descarta que este intervalo temporal pudiese ir hasta las 10.30 horas. La mujer dejó unos pares de zapatos para arreglar. “Yo solo la vi a ella, a él no; fijamos un día para que viniera a recogerlos y se fue”, concretó.

Y es a partir de ese momento cuando el misterio se extiende como un manto sobre el caso. Lo que declaró Julio Araújo es que él la estaba esperando fuera, en el coche, para seguir haciendo recados. Pero, según su versión, ella se acabó bajando del utilitario ya que el tráfico no les dejaba avanzar y la mujer quería agilizar las tareas que le quedaban pendientes antes de empezar a trabajar. El hombre habló en sus primeras versiones de un atasco y más tarde de un vehículo que les entorpecía el camino. En todo caso, lo que aseguró es que la dejó en la ciudad y ya nunca más la volvió a ver.

Las movilizaciones para arropar a los padres y a los demás familiares de la mujer se suceden desde el inicio Gustavo Santos

La investigación contó con testimonios de viandantes que llegaron a situar a Sonia caminando ya a media mañana por el centro de Pontevedra. Como el de una persona que aseguró haberla visto en la calle Oliva entre las 11.00 y las 11.15 horas. Un segundo testigo la ubicó también allí y prácticamente en el mismo momento. Eso afianzaría la versión de Julio. ¿Era ella? Fuentes próximas al caso lo ven altamente improbable, argumentando que se revisaron las cámaras de la zona sin que se pudieran corroborar tales impresiones. Por ello, estas fuentes insisten en situar la última pista “fehaciente” de la víctima en la zapatería. “La desaparición se sitúa entre las diez y las once de la mañana, incluso podemos abrir esa ‘ventana horaria’ hasta las 11.45 horas”, concretan. Ahí está la clave del caso Sonia. Pero la verdad sobre lo ocurrido se sigue resistiendo.

Entre los interrogantes, otra evidencia: nunca llegó a su trabajo

Entre tantas lagunas e interrogantes, hay otra evidencia. Y esa es que la pontevedresa, cuyo turno en Massimo Dutti empezaba al mediodía, nunca llegó al trabajo. Allí la esperaba su hermana Mari Carmen, acompañada por su hija y por el niño de Sonia. “Estoy de cumpleaños en agosto y ella me dijo que pasase por la tienda para recoger el regalo”, rememora esta familiar.

Cuando el reloj marcó las 13.00 horas Sonia no apareció. “Seguí allí y a las 13.30 horas, extrañada por su tardanza, la llamé al teléfono móvil; me salió el buzón de voz”, relata. Una empleada de la tienda también la telefoneó, obteniendo idéntico resultado. Así que la trabajadora optó por contactar con el fijo de la casa de su compañera. Quien descolgó fue Julio. La mujer tampoco estaba en su domicilio.

Su hermana la telefoneó, extrañada de que no llegase a la tienda de moda, y ya le saltó el buzón de voz

La hermana de Sonia esperó todavía un poco más en el establecimiento de Benito Corbal hasta que decidió marcharse con los niños al domicilio de sus padres, en el barrio de Monte Porreiro. Ya era hora de comer. En aquel momento, rememora hoy, todavía no estaba preocupada. “Lo que pensé es que se había equivocado en la hora en que empezaba su turno, o que, despistada, se había entretenido con alguien”, explica. Y esa fue la impresión que también transmitió a sus progenitores al llegar a casa.

Pero Sonia no había sufrido ningún despiste. Pasado el mediodía continuaba sin dar señales. El buzón de voz seguía siendo la única respuesta en su teléfono. Y entonces sus padres y su hermana sí que se empezaron a inquietar. La madre fue la primera en ponerse en lo peor. Sonia era muy responsable. Nunca incumpliría así, sin más, su horario laboral. “Llevaba muchos años en ese trabajo y solo faltó para dar a luz a su hijo”, ejemplifica Mari Carmen.

La búsqueda de Sonia, pese a los esfuerzos, no dio resultados positivos Rafa Vázquez

Así que lo que hicieron a continuación fue contactar con Julio, que fue a recoger a su suegra pasadas las tres de la tarde. La madre de Sonia quería recorrer los hospitales y centros de salud de la ciudad. Temía que su hija hubiese sufrido algún accidente y no pudiese contactar con ellos. Pero la búsqueda fue infructuosa. Esa noche el compañero sentimental de la mujer acabaría interponiendo la denuncia de una desaparición que pronto conmocionaría a toda Pontevedra. Y que con el tiempo fue noticia en toda España.

Arranca la compleja investigación

La Policía Nacional se hizo cargo del caso. A los efectivos de la comisaría pontevedresa pronto se unirían agentes llegados desde Madrid. Las diligencias recayeron en el Juzgado de Instrucción número 2 de la ciudad. Las pesquisas se centraron desde el principio en el entorno más próximo de la víctima. Y durante semanas derivaron en un sinfín de búsquedas para tratar de recabar pistas. Las “xunqueiras” del Alba y de O Vao, el río Lérez, parroquias lindantes, el lago Castiñeiras, el embalse de Pontillón do Castro, montes como el de Campañó… Estos y otros lugares fueron objeto de batidas en las que no faltaron, junto a los medios de emergencia habituales, ni perros especializados ni expertos buzos. Los ciudadanos colaboraron además de forma ejemplar. Los voluntarios se contaban por centenares.

Pero ni rastro de la víctima, a la que durante esos dolorosos primeros días y semanas también se lloraba en concentraciones y manifestaciones que en algún caso llegaron a congregar a prácticamente 5.000 personas. “Todos somos Sonia”, fue el lema de unas convocatorias que sirvieron para arropar a una familia abatida. Pontevedra se volcó con ellos. “Sabemos que no te has ido voluntariamente, no nos harías pasar por esto. Y sabemos que por nada del mundo dejarías que tu hijo sufriese”, leyó la hermana en uno de los primeros actos. Cuando todavía había esperanza.

Familiares y amigos de la víctima peregrinaron en 2010 hasta los Milagros de Amil en Moraña para implorar que apareciese Gustavo Santos

El único vestigio que quedó de Sonia Iglesias fue su cartera, encontrada la misma mañana de su desaparición en una zanja en el entorno del poblado de O Vao. A las 11.41 horas. Aquello no arrojaba nada bueno. ¿Cómo había llegado allí? Era otra cuestión fundamental que había que aclarar. Su DNI, mientras, acabaría apareciendo en una entidad bancaria de Pontevedra, pero este hallazgo carecería de interés, más allá de afianzar la hipótesis de que la mujer no se había marchado voluntariamente. ¿Cómo hacerlo sin ningún tipo de documentación? Los agentes averiguaron que simplemente lo había olvidado en el banco tiempo antes del suceso.

“Sabemos que no te has ido voluntariamente, no nos harías pasar por esto”, decía su familia en las multitudinarias manifestaciones

La investigación fue sumando meses. El secreto sumarial impuesto por el juez impedía que trascendiesen demasiados detalles. Pese a ese mutismo, ya era un secreto a voces en Pontevedra que el foco se había puesto sobre Julio Araújo. Pero oficialmente nada se decía. Y la familia de Sonia, aunque sospechó de él desde el principio, optó durante mucho tiempo por no expresarlo en público. “La familia no sospecha de nadie, y mucho menos de Julio”, llegó a asegurar una portavoz en rueda de prensa.

Ni siquiera hubo reproches públicos cuando el hombre inició acciones judiciales contra la madre de Sonia. Esgrimía que su suegra lo había injuriado y calumniado. La acusaba de involucrarlo, en círculos privados, en lo que le había ocurrido aquel 18 de agosto a la mujer. Aquella denuncia, sin embargo, no llegó a ningún lado. La Justicia no tardó en archivarla.

Pontevedra se volcó saliendo a la calle año tras año para exigir la resolución del caso Gustavo Santos

Y casi dos años después, la imputación judicial del sospechoso

Y cuando estaba a punto de cumplirse el segundo aniversario desde la desaparición de Sonia, el juzgado dio el paso que la familia, pese a guardárselo para sí, tanto tiempo llevaba esperando. El juez instructor imputaba a Julio en el procedimiento que se seguía por la desaparición de su pareja. ¿El delito? El de detención ilegal. Así que el 19 de julio de 2012 declaró ante el magistrado y el fiscal jefe de la provincia de Pontevedra, Juan Carlos Aladro, quien desde ese año lleva personalmente el caso.

Los interrogatorios no eran algo nuevo para este hombre. Ya había tenido que dar explicaciones en varias ocasiones a la Policía Nacional. Serafín Castro, exjefe de la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV) en Madrid, fue uno de los mandos que pasó por esta investigación. Llegó a relatar a los medios de comunicación cómo fueron esas conversaciones con el sospechoso, al que siempre ha definido como “frío” y “calculador”. Lo que dijo del pontevedrés es que contestaba un “eso lo dice usted, demuéstrelo” cuando le ponían ante sí datos que apuntarían a su posible implicación. O que daba la “callada” por respuesta cuando se veía contra las cuerdas. “Si se ve acorralado baja la cabeza y no te mira a la cara; calla y no contesta”, desveló el comisario.

Un mando policial destacó la “frialdad” del investigado; si se veía acorralado, “callaba y no contestaba”

Otras fuentes revelan que en esa comparecencia judicial de julio de 2012 hubo dos momentos en los que claramente “se rebotó”. Uno de ellos, cuando las preguntas empezaron a girar en torno a un preservativo que el entonces imputado esgrimía como prueba de que las cosas no le iban mal con Sonia. Porque él siempre ha negado que aquel verano estuviesen ante una crisis irremediable, que la separación fuese inminente. El preservativo era la evidencia, argumentaba, de que habían mantenido relaciones sexuales antes de la desaparición. Pero una vez analizado, solo apareció ADN de él. Ningún rastro genético de Sonia. Ni de ella ni de nadie más. Y que eso centrase parte de aquel interrogatorio, cuentan, le sacó de quicio.

Sea como fuere, lo cierto es que de esa declaración judicial salió en libertad. Eso sí, seguía imputado. Y la Policía comenzó a someterlo a una estrecha vigilancia. Oficialmente no se confirmó, pero se hablaba de que le seguían los pasos durante las 24 horas. Y eso fue lo que, apenas dos días después de declarar por el caso Sonia, permitió detectarlo de madrugada ebrio al volante. Al intentar aparcar, chocó con otro vehículo. Triplicaba la tasa de alcoholemia permitida. Circulaba además con el carné caducado y sin la ITV en regla. Tuvo que volver al juzgado. Aquello le costó una condena de 1.080 euros de multa y diez meses sin conducir.

Julio Araújo, en una imagen de 2018 Rafa Vázquez

Y mientras, la investigación por la desaparición seguía su curso. Análisis de llamadas telefónicas, triangulaciones sobre la situación de los móviles, visionados de cámaras de tráfico y de establecimiento públicos de la ciudad, tomas de declaración a testigos... En ese maremágnum de diligencias los investigadores trataban de encontrar la prueba definitiva.

En septiembre de 2013 el caso cambió de juzgado, pasando al de Instrucción número 3 también de Pontevedra, especializado en violencia de género. Una de las primeras decisiones de la nueva jueza fue levantar el secreto sumarial. En las siguientes semanas practicó nuevas diligencias y, a las puertas de las navidades, interrogó a Julio Araújo. Las preguntas se centraron sobre todo en las horas previas y posteriores a la desaparición de la víctima.

Tras un primer archivo provisional, la inesperada reactivación de la causa

Y fue en el verano de 2014 cuando, con el procedimiento en un callejón sin salida, la magistrada sobreseyó provisionalmente la causa. El imputado quedaba libre de todo cargo. Aunque había datos que “permitían sospechar” de Julio “en los hechos investigados”, no constituían “indicios sólidos”, argumentó la jueza. La Fiscalía y la abogada de la familia de Sonia recurrieron ese archivo, pero la decisión del juzgado instructor fue confirmada un 21 de abril de 2015 por la Audiencia Provincial de Pontevedra. Lo hacía en un auto judicial en el que también rechazaba la petición del Ministerio Público de que se le practicase al pontevedrés la prueba neurofisiológica P-300. Conocida popularmente como “test de la verdad”, ya se había usado en el caso de Marta del Castillo.

El mazazo fue terrible para la familia. La causa solo se podría reabrir si aparecía algún nuevo dato que permitiese retomar la hipótesis que se acababa de cerrar o emprender nuevas vías de investigación. Y lo difícil sucedió. El juzgado instructor reactivó la causa en 2017. Y en la misma dirección: el foco se volvía a situar en Julio Araújo. Como consecuencia de este nuevo impulso, este pasado 20 de febrero un verdadero “ejército” de policías tomó una vivienda propiedad de la familia del sospechoso, en la que él y Sonia vivieron años antes de la desaparición. Una casa ubicada al lado de la capilla de San Mauro. Un inmueble donde en la primera fase de la instrucción judicial se había encontrado una pistola que se desvinculó del caso.

Los últimos registros fueron en una vivienda cercana al cementerio de San Mauro, a donde también se dirige la lupa policial

El despliegue incluyó un georradar que peinó la finca de la vivienda. Un pozo fue achicado y se inspeccionó una fosa séptica. El registro se extendió al subsuelo de la capilla. Lo que buscaban los policías era el cuerpo de la desaparecida, pero no hubo resultados positivos. Las sospechas policiales parece que también se encaminan al cercano cementerio de San Mauro y más concretamente al enorme panteón que los Araújo tienen en el camposanto, con más de 30 nichos. Pero ahí no se hizo ninguna inspección.

¿Qué motivó la reapertura del caso? Las fuentes consultadas señalan que el estudio de las cámaras, junto a otros herramientas de investigación, permitieron hacer una “reinterpretación” del trayecto que pudo haber hecho Julio en el Daewo Kalos durante el período temporal clave de la desaparición de Sonia. El coche aparecería en determinadas imágenes que permitirían trazar “casi al milímetro” una ruta que acabaría situando al hombre en ese entorno de San Mauro donde se desarrolló el operativo policial de febrero.

De hecho, a ese despliegue de medios se unió que el eterno sospechoso fue citado en la comisaría de Pontevedra en calidad de investigado policialmente. Y en esta ocasión por homicidio. Visiblemente desmejorado, se acogió a su derecho a no declarar. También con esa condición de investigado, sin que haya trascendido el ilícito, fue convocado su hermano David.

La policía en un registro en la vivienda de San Mauro Rafa Vázquez

Sonia Iglesias, declarada como fallecida

Juzgado de Primera Instancia Número 5 de Pontevedra ha declarado oficialmente muerta a Sonia Iglesias Eirín. La familia de la joven pontevedresa, concretamente su hijo Alejandro, solicitó que se iniciara el expediente de declaración de su fallecimiento coincidiendo con el décimo aniversario de su desaparición, en agosto de 2020. Ese expediente se abriría el 24 de noviembre de 2020 y se cerró en mayo del año pasado, tras la correspondiente exposición pública y el posterior visto bueno de la Fiscalía. Así, y tal como dicta la jurisprudencia, la fecha oficial de la muerte de Sonia será entonces el 18 de agosto de 2020, diez años después de su desaparición, el plazo legal existente para solicitar una declaración de fallecimiento en personas desaparecidas.

Así, y tal como dicta la jurisprudencia, la fecha oficial de la muerte de Sonia será entonces el 18 de agosto de 2020, diez años después de su desaparición, el plazo legal existente para solicitar una declaración de fallecimiento en personas desaparecidas.

Mari Carmen Iglesias, el pasado agosto junto a una foto de su hermana Gustavo Santos

Con la muerte de la pareja de Sonia y único sospechoso, Julio Araújo, en septiembre de 2020, tras cuatro años padeciendo cáncer de pulmón, se perdió también casi toda la esperanza de llegar a resolver el caso.

Perfil: Una mujer que conmovió y movilizó a toda una ciudad

Sonia Iglesias

Pocos sucesos han calado tan intensamente en Pontevedra como el de la desaparición de Sonia Iglesias. Centenares de personas se unieron a las batidas en su busca. Miles salieron a la calle para arropar a la familia en las concentraciones. Esta mujer tenía 37 años cuando, tras perdérsele la pista, conmovió y movilizó a toda una ciudad. Y es que allí era muy conocida. Trabajaba en un céntrico establecimiento de moda. Llevaba casi 20 años de relación con su pareja, de la que había decidido separarse, y tenía un hijo de 9 años. “Era una madraza, lo adoraba”, describen las personas que la conocían.

Sonriente, extrovertida, habladora, optimista, alegre…, Sonia era también, recuerda su hermana, “coqueta y presumida”. Cuenta que le encantaba cocinar. Mari Carmen no se extraña de todas las muestras de cariño, de toda la solidaridad que han recibido desde aquella fatídica jornada de agosto. “La conocía todo el mundo; y la querían”, dice. Y concluye emocionada: “Era un cielo de hermana”.

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