Un año antes había sufrido un rapto exprés en Patos; vivía con miedo, nunca salía solo a la calle

Guillermo Collarte López tenía miedo. No salía solo a la calle. Lógico, ya que este empresario ourensano había sufrido un secuestro exprés. El 12 de agosto de 1998, en Patos (Nigrán), lo capturaron dos individuos portugueses que, tras vendarle los ojos y dar vueltas con él en un coche blanco, le dieron diez días para pagar 150 millones de las antiguas pesetas, bajo amenaza de muerte para él y su familia. Los raptores sabían que esperaba recibir ese dinero por la expropiación de unos terrenos en Santiago. Conocían mucho sobre él. El constructor no llegó a abonar ese dinero y, durante un tiempo, tuvo protección de la Guardia Civil.

El miedo nunca desaparecería. En octubre de 1999 había transcurrido poco más de un año y este empresario de 72 años vivía entre Ourense y Patos (Nigrán). Lidiaba con aquel rapto y su delicado estado de salud. Sufría diabetes y arrastraba secuelas por un derrame cerebral. Pese a ello, una dura rehabilitación le había permitido retomar su actividad. Su salud era “de cristal”, pero se negaba a una vida de jubilado. “Si me sientas en una silla y me haces vivir como un inválido es mejor que me mates”, le confesó a su hija. Llevaba una vida ordenada, pero no quería dejar algo que le apasionaba: trabajar.

Por eso, la mañana del 5 de octubre de aquel 1999 Collarte viajó desde Patos a una reunión en Valença do Minho (Portugal). Conducía José Gerardo, socio y amigo que, conocedor del secuestro que había sufrido en 1998, sabía que el empresario siempre se hacía acompañar por alguien. Iban a ser solo unas horas. A la tarde Collarte debía estar de vuelta ya que tenía otra cita en un despacho de abogados de Vigo. Al encuentro en el país vecino irían más personas, entre ellas otro promotor pontevedrés, Luis; y José Lopes, un exconcejal luso (en la actualidad ya fallecido) que era gestor administrativo de los negocios del ourensano en Portugal.

El día que se le perdió la pista el constructor, de 72 años, pasó la mañana con unos socios en el país vecino

Ya en Valença, fueron primero al Edificio do Mercado, una construcción en marcha a cargo de Fronteira S.A., empresa entre cuyos accionistas estaba Collarte. La reunión continuó en las oficinas. Y a las doce del mediodía el empresario acompañó al exedil a otro terreno, el del antiguo Hotel Valenciano, junto a la estación de Valença. Allí se iba a levantar otro inmueble. Fue Lopes el que le pidió que lo acompañara debido, le comentó, a problemas con el dueño de una parcela colindante. Y fue en aquel solar donde el exconcejal dejó solo unos minutos al septuagenario para ir a buscar, le dijo, un certificado registral a su coche.

Collarte, que a lo largo del último año se había hecho acompañar en todo momento por el miedo con el que vivía tras el rapto, quedaba a su suerte. Sin un solo testigo que después pudiese arrojar luz sobre lo sucedido. Y allí se le perdió para siempre la pista. Aquel día comenzaba un calvario para sus cercanos. Una pesadilla para su esposa y para sus tres hijos, Berta, Luis y Guillermo, que nunca han podido pasar página pese a la lucha emprendida para esclarecer lo ocurrido y encontrar los restos del constructor.

La familia de Guillermo Collarte nunca ha cesado su búsqueda

Las alarmas saltaron desde el mismo día de la desaparición

Pero sigamos en 1999. Tras la desaparición las alarmas saltaron de inmediato. Casi desde el minuto uno se presumió que podría haber sido víctima de un secuestro. Ahí estaba, como fatal preludio, el rapto de un año antes. La familia, además, tenía presentes sus problemas de salud. El septuagenario debía medicarse. Su vida corría peligro de lo contrario. “Estamos dispuestos a cualquier cosa por liberar a nuestro padre; [quienes lo hicieron] se pueden poner en contacto con nosotros de cualquier manera”, suplicaba su hija Berta a través de FARO.

Pero no se recibió ninguna llamada pidiendo un rescate. Al tiempo que la Guardia Civil en España y la Policía Judiciaria en Portugal investigaban, la familia llegó a ofrecer una recompensa de diez millones de pesetas a quienes facilitasen cualquier dato fiable. Ni así las pistas llegaban. Mientras, el dormitorio de Collarte se mantenía intacto, con su ropa, su sombrero y todas sus pertenencias, tal y como las había dejado. Con la esperanza, que se iría disipando con el paso del tiempo, de que acabaría apareciendo con vida.

La familia sospechó desde el principio que el hombre, de salud frágil, había sido secuestrado

¿Qué pasó en aquel solar? La investigación en Portugal empezó a visibilizarse en 2008, casi una década después. Un dispositivo dirigido por el tribunal de Valença que llevaba el caso, en colaboración con la Policía Judiciaria de Oporto, buscó el cuerpo del empresario en una finca de un lugar boscoso de la villa fronteriza lusa. En un terreno donde estaban en pie las ruinas de la “telleira” de Bogim se adentraron los bomberos, junto a especialistas equipados con un georradar. Los rastreos concluyeron sin resultados positivos. Ni rastro del empresario.

Los vecinos de la zona siguieron expectantes ese dispositivo en la ferigresía de Cerdal por el caso del “español mayor” desaparecido en la villa. Y referían a los periodistas como también se había especulado con la posibilidad de que los restos del ourensano pudiesen estar en los pilares del edificio de Correos del municipio, inmueble que cuando se le perdió la pista estaba en construcción.

La finca ubicada en una zona de monte de Valença donde se hizo el rastreo y en la que hay una construcción en ruinas FDV

Avances judiciales una década después

Un año después de los rastreos fallidos se daba un paso de gigante. O eso parecía entonces. La Fiscalía lusa, con base en las pesquisas de la Policía Judiciaria, acusaba a cuatro personas por su presunta implicación en el secuestro y desaparición del industrial, entre ellas los dos socios españoles y el exconcejal luso que estuvieron con él en Valença aquel 5 de octubre.

Imágenes del juicio contra los acusados de secuestrar a Guillermo Collarte

El cuarto imputado era Vítor Manuel Dias Pereira, atracador de bancos que, según la tesis acusatoria, habría actuado por encargo y a cambio de dinero. Cuando Collarte se quedó solo en el solar, sostenía la acusación, se habría encargado de meterlo en un vehículo y llevárselo “a un lugar incierto”.

La hija de Collarte recibió amenazas: “O nos pagas o te haremos lo mismo que a tu padre”

La familia creía que por fin se iba a hacer justicia. Las esperanzas no solo estaban sustentadas en la acusación de la Fiscalía de Portugal, a la que los Collarte, personados con un abogado en la causa, se adhirieron. También en que meses antes la Audiencia Provincial de Ourense ya había sentenciado, en firme, a dos de las personas que iban a ser juzgadas en el país vecino, al exconcejal José Lopes y al atracador Vítor Dias, por extorsionar a la familia Collarte tres años después de perdérsele la pista al empresario.

El exedil encargó intimidar a la hija, a Berta, para cobrar una deuda que “entendía” que le debía el desaparecido. Para ello entregó a Vítor y a un cómplice, Joao Fernandes Mateus, dinero, una tarjeta prepago e información sobre la familia. Vítor acosó a la mujer por teléfono entre junio de 2002 y marzo de 2003. Las extorsiones partieron con reclamaciones de 10.000 euros, pero que llegaron a alcanzar los 1,2 millones. La contrapartida era clara: “O nos pagas o te haremos a ti y a tu familia lo mismo que a tu padre”.

Así, con ese antecedente judicial, arrancaba en noviembre de 2010 el juicio en el Tribunal Judicial de Valença. “Todo esto me parece una majadería”, decía uno de los empresarios minutos antes. Ya en la sala de vistas se acogieron a su derecho a no declarar. El proceso se prolongó. Llegó a comparecer como testigo la esposa del desaparecido, Celsa Rodríguez, entonces de 82 años. Con entereza, pese al largo y duro interrogatorio, la mujer desveló que el día anterior al de su desaparición su marido sacó 400.000 pesetas del banco, que llevó consigo a Portugal “dobladiñas” en el bolsillo del pantalón. “He venido para saber dónde está mi marido”, clamaba aquel día.

Juicio contra los acusados de secuestrar a Guillermo Collartes

La sentencia absolutoria: un nuevo golpe para la familia

Poco se podía imaginar esta mujer que la sentencia le asestaría un nuevo golpe. No le facilitaría ni esa ni ninguna otra respuesta. El tribunal portugués (mixto, formado por magistrados y ciudadanos) no condenó a los acusados. En una abarrotada sala de vistas el 28 de febrero de 2011 el magistrado ponente leyó una resolución en la que se exponía “la ausencia de materia probada” contra todos ellos. En virtud del principio in dubio pro reo, el fallo era exculpatorio. “Nada mais resta, pois, que absolver os arguidos”, se concretaba en aquella sentencia.

“Para mí no fueron declarados inocentes; quiero decir alto que fueron declarados no culpables por falta de pruebas”, afirma ahora Berta, la hija que desde el principio se erigió como portavoz familiar. Tras la absolución tuvo que cumplir la promesa hecha a su marido y a sus hijos. Que tras años de lucha, de implicarse sin pensar en las consecuencias... iba a descansar. “Hice de todo; pero lo único que conseguí fue vivir amenazada de muerte por no callar, mis hijos necesitaron protección policial…”, cuenta.

La familia de Guillermo Collarte nunca ha cesado en buscar justicia

“Hice de todo; me duele profundamente no haber sido capaz de encontrar a mi padre”, confiesa su hija

“Sigo teniendo presente a mi padre cada día; y mi madre es la viva imagen de una persona que lo perdió todo”, describe esta mujer. Le duele “profundamente” no haber sido capaz de encontrar a su progenitor. Lo expresa con palabras y el tono de su voz tampoco deja lugar a dudas. El sufrimiento sigue muy presente 18 después de aquel viaje sin vuelta del empresario a Valença.

Perfil: El hombre que construyó una gran empresa y una mejor familia

Guillermo Collarte

Natural de San Andrés de Ribadavia (Ourense), Guillermo Collarte nació en el seno de una familia humilde. “Salió de su casa con las botas al hombro para no gastar las suelas”, describe su familia. En Ourense capital trabajó como carpintero y poco a poco, tras estudiar Bachiller ya estando casado y lograr empleo con un conocido constructor, se hizo un nombre en ese sector. Sus valores eran el trabajo, el esfuerzo y la austeridad. Llegó a ser presidente cofundador de la Confederación de Empresarios de Ourense. También presidió, en esa provincia, la Confederación de Empresarios de la Construcción.

Uno de sus grandes empeños era que sus tres hijos pudiesen estudiar y labrarse un futuro. Lo logró y eran su orgullo: una médico, un ingeniero y un arquitecto. Con 61 años sufrió un derrame cerebral que le obligó a apartarse de su empresa. Las secuelas fueron importantes. Pero tras una dura rehabilitación regresó a la promoción inmobiliaria, centrando en esa nueva etapa sus negocios en la zona sur de Pontevedra y en Portugal. Con 72 años, tras reunirse con unos socios en el país vecino, desapareció.