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Crímenes misteriosos

Elena Calzadilla: el asesino esperaba detrás de la puerta

La azafata viguesa Elena Calzadilla falleció tras ser brutalmente golpeada en la cabeza en su casa de veraneo de Porto do Son

El agresor accedió con llave, esperó a la víctima e intentó simular un robo rompiendo el cristal de una ventana

La hipótesis principal surgió de inmediato y siempre se mantuvo: un crimen por encargo ejecutado por un profesional

María Elena Calzadilla Eugui acababa de cumplir 40 años. Casada y con dos hijos, uno de 20 años y el más pequeño de 11, aquel primer fin de semana de diciembre de 2005 celebró en su casa de la parroquia viguesa de Beade ese cumpleaños especial que marcaba un cambio de década. Nada hacía presagiar el trágico destino que pronto se cruzaría en el camino de esta azafata que desarrollaba su labor en tierra, como jefa de turno en el aeropuerto de Peinador. Muy familiar, en su faceta profesional también se volcaba: le apasionaba su trabajo.

Elena Calzadilla en una foto familiar

Elena Calzadilla en una foto familiar FDV

Tras la celebración de aquel aniversario arrancaba otra semana. El 5 de diciembre de 2005 era lunes. Por delante estaba el largo puente de la Constitución. La mujer se levantó temprano. A las nueve y media de la mañana salió de su casa de Vigo al volante de su Citroën Saxo. Iba a su segunda residencia, un chalé de veraneo en Porto do Son, en Aguieira, anexo al de su hermana. Ambas habían quedado prendadas de esa localidad coruñesa desde que de niñas iban allí con sus padres y su otro hermano.

El motivo del viaje era recoger unos bañadores que tenía en la vivienda, aunque a un amigo también le comentó que debía coger “unos papeles” que le había encargado su marido. Iba a por ropa de playa en pleno invierno ya que, al día siguiente, partiría a las Islas Canarias para pasar allí el período festivo con su esposo. Poca gente lo sabía entonces, pero el matrimonio atravesaba una importante crisis. Elena le había contado a unos amigos que el viaje había sido idea de sus marido. El lo negaría después, diciendo que lo había gestionado ella.

Elena nunca llegó a hacer ese viaje a Lanzarote. Porque aquella jornada alguien “estaba aguardando” por ella en Porto do Son. Para matarla. Nada más entrar en la casa y cerrar la puerta tras de sí, esta azafata viguesa fue golpeada “brutalmente” en la cabeza “hasta producirle la muerte”, como se describe en uno de los informes de la Guardia Civil que forman parte de la causa. Sufrió un primer impacto con un objeto contundente, posiblemente metálico, al toparse de frente con su agresor. Tras caer al suelo inconsciente, siguió recibiendo “reiterados” golpes. Los más graves, en la cara y en la zona frontoparietal izquierda del cráneo. El informe definitivo de la autopsia fue contundente: se trató de una agresión de “extrema violencia”.

La mujer fue al chalé a coger unos bañadores ya que al día siguiente se iba a ir con su marido de vacaciones a Canarias

El ataque fue, además, sorpresivo. Elena no tuvo posibilidad de defenderse. A los forenses les llamó la atención que ni siquiera presentaba las típicas señales en los antebrazos evidenciadoras del intento instintivo de repeler unos golpes de esas características. Nada. Todo fue tan rápido que ni le dio tiempo a levantar sus brazos para proteger la cabeza. Tras el crimen, el asesino huyó y el cuerpo de la víctima quedó en el mismo sitio donde se desplomó, a metro y medio de la puerta principal. Las llaves que la mujer llevaba en sus manos le cayeron debido al ataque y serían halladas después bajo sus piernas. En el bolsillo del chubasquero estaba su teléfono móvil, que en aquel punto del chalé se quedó sin cobertura. Y al lado, en el suelo, quedó su bolso con todas sus pertenencias.

El aeropuerto vigués donde trabajaba la víctima al día siguiente del crimen Miguel Núñez

Una inusual tardanza que levantó las alertas

Elena había acudido a Porto do Son con la idea de regresar a Vigo ese mediodía. Debía recoger a su hijo mayor en el instituto. El joven llamó a su padre, Ernesto, poco antes de las tres de la tarde para avisarle de que su madre no había aparecido, algo que le extrañaba. El chico había intentado contactar con ella por teléfono, a través del móvil de su novia que aguardaba con él a las puertas del centro escolar, pero el terminal daba apagado o fuera de cobertura. El progenitor le dijo a su hijo que cogiese el autobús y, según declararía después ante los investigadores, comenzó a telefonear él mismo a su esposa. Lo intentó, aseguró, hasta en cinco ocasiones. También, agregó, le envió un SMS. “Llámame en cuanto puedas pasó algo? Besos”, fue el texto que remitió a las 16.17 horas de aquel día.

Numerosas personas acudieron a darle el último adiós a la víctima Miguel Núñez

La realidad, como evidenciaría después el informe pericial de los teléfonos móviles, es que el marido nunca llegó a telefonear desde su móvil a su esposa. “No es cierto”, concluyó la Guardia Civil. Sí quedó registrado el mensaje de texto, enviado hora y media después de ser avisado por su hijo. El análisis del terminal de la víctima fue clave para llegar a tal conclusión. Aunque permaneció sin cobertura hasta que se hizo el levantamiento del cadáver, en cuanto recuperó la señal entraron los avisos con todas las llamadas perdidas, casi una veintena, de quienes aquella tarde trataron de contactar con ella para saber la razón por la cual no había regresado a Vigo. Y no había ninguna del marido.

Los registros sí dejaron fiel reflejo de las llamadas que realizó la novia del hijo mayor de Elena o las efectuadas por los dos hermanos y la madre de la víctima. En este último caso, en el de la madre, fueron un total de nueve. Y es que esta mujer, tras comunicarle su yerno que su hija no había vuelto y que no contestaba al teléfono, se preocupó. La llamó “muchas veces”, relataría después a la Guardia Civil. La tardanza no le auguraba nada bueno. Según dijo a los agentes, su hija avisaba de inmediato siempre que se salía “del horario que tenía marcado”. Por eso aquello no le pareció normal.

El hijo mayor o la madre de la víctima la llamaron varias veces; el teléfono daba apagado o fuera de cobertura

El instinto de la madre no fue errado. El marido de Elena fue a Porto do Son para ver qué ocurría. Cogió el coche y recorrió los más de 100 kilómetros que horas antes había realizado su mujer. Poco antes de las seis y media de la tarde llegó al chalé. El portalón estaba abierto y el turismo de su esposa seguía en la finca. Se dirigió a la puerta principal. Llamó por ella a viva voz, manifestaría después, pero no contestó. Al entrar en la casa apenas había claridad, pero divisó los pies y las piernas de su esposa junto a las escaleras. Cuando encendió la luz vio todo su cuerpo. Tenía el rostro destrozado y estaba ensangrentada. Según su declaración, salió corriendo para pedir auxilio, se llegó a cruzar con algunas personas en su camino y avisó al 061 y al 091. “Venid para aquí, venid para aquí”, dijo también por teléfono a una familiar. Uno de los primeros guardias civiles que llegó contó que el hombre le relató que su esposa se había caído por las escaleras.

Los indicios apuntaban en una misma dirección: era alguien de su entorno

Pero aquello no había sido un accidente. Era un claro homicidio o asesinato. Los primeros agentes en acudir al chalé pertenecían de la Guardia Civil de Noia, pero la investigación pasó a manos del Grupo de Delitos contra las Personas de la Policía Judicial de la Comandancia de A Coruña. Y la principal hipótesis, la que se fue consolidando y después se mantuvo, fue la de “un crimen pasional”, describen los investigadores, encargado a un tercero, es decir, un asesinato por encargo cometido por un sicario, un profesional. Todos los indicios, según se apunta en uno de los autos del primer tribunal que asumió el caso, el Juzgado de Instrucción número 2 de Noia, apuntaban en la “misma dirección”. Y esa no era otra que “la de la vinculación del homicidio” con una persona “del entorno afectivo/familiar más próximo a la víctima”.

¿Con quién? Antes de ahondar en lo que en su momento pareció un avance definitivo relacionado con esta vía de investigación, volvamos al inicio de las pesquisas. Tras el asesinato, los investigadores fueron descartando otros posibles móviles: estaba claro que no había sido un robo, tampoco existió motivación sexual y “las circunstancias personales, laborales y familiares” de Elena denotaban que aquello no tenía nada que ver con un ajuste de cuentas. Carecía de enemigos y de deudas. ¿Y si en realidad había sido un hecho fortuito, un homicidio por error? Otra posibilidad que se rechazó. No cuadraba con lo revelado por la escena del crimen.

“Se contemplaron todas las hipótesis y una por una se fueron descartando enseguida hasta que solo quedó una; que el asesinato fue cometido por encargo por un profesional al que posiblemente se le franqueó la entrada a la casa”, valora Antonio Ocampo, abogado de la madre y de los dos hermanos de la azafata viguesa. “Los hechos no parecen dejar lugar a dudas; el asesino la esperó con un claro objetivo, que era matarla; y tras cumplir su cometido, se fue de allí”, agrega.

“El homicida tenía un objetivo, que era matarla; y tras cumplir su cometido se fue”, argumenta el abogado de la familia

¿Qué determinaron los investigadores sobre la secuencia de hechos acontecidos en el chalé coruñés? Bajo la presunción de que el autor material había sido un sicario, la Guardia Civil dio por hecho de que el asesino era “conocedor” del desplazamiento que ese día Elena haría a la casa. Y que ya la “estaba esperando”. En cuanto la azafata entró, la mató. La “secuencia lógica” de los indicios recabados apuntan a que a continuación el agresor fue a la cocina, donde después se hallarían “dos gotas de sangre de la víctima”. Allí, retiró los pasadores que aseguraban el cierre de la persiana de la ventana de esa estancia, la levantó y, desde el exterior del inmueble, rompió el cristal. ¿Qué pretendía? Simular un robo. “Hacer creer” que aquel era “el punto” por donde había entrado el atacante. En definitiva, causar “confusión”.

Un cristal roto por donde era imposible que entrase o escapase nadie

Pero no hubo ningún robo. Los guardias civiles no tardaron en averiguarlo. Primero, porque no había nada desordenado, no faltaban efectos de valor y tampoco se echó en falta ninguna pertenencia de las que llevaba Elena, como dinero o su teléfono móvil. Segundo, porque ni por el hueco ocasionado por la rotura del cristal de la cocina ni por el escaso espacio que quedó tras la apertura de la ventana, bloqueada al caer los cristales sobre los raíles de la misma, era posible que entrase ni saliese ninguna persona. Y tercero, porque si alguien hubiese trepado desde fuera del chalé para saltar por la ventana, como quería hacer creer el asesino, habrían quedado evidencias en la pared exterior, blanca y asentada sobre un terreno húmedo y con tierra blanda. No se encontró ni una mancha.

La realidad era que, al margen de ese cristal roto, no había ningún acceso forzado. Todas las puertas estaban cerradas con llave. Las ventanas también estaban aseguradas y con las persianas bajadas. Las de la vivienda de la víctima, las de la contigua de su hermana y la puerta de la estancia común de los dos chalés. La conclusión parecía evidente. El asesino tuvo que entrar con llaves. ¿Y por dónde salió? Este extremo no se pudo aclarar. Lo que se demostró es que no lo hizo por la puerta principal, la única que se quedó sin cerrar con llave tras abrirla la víctima al llegar a la vivienda. En su parte baja tenía un guardapolvo. Si el agresor la hubiese abierto de nuevo para huir, esa especie de escobilla “barrería” las gotas de sangre que quedaron proyectadas en esa zona. Y las hubiese pisado. Y eso no ocurrió. No había ni una huella.

Y dos años después la sorpresa: la detención del esposo de la fallecida

La investigación fue larga y compleja. Había certezas y también fueron acumulándose indicios. Y poco más de dos años después del crimen saltaba la sorpresa. Ernesto, el marido de la azafata, era detenido por agentes de la Guardia Civil trasladados desde A Coruña. Ocurrió el 15 de enero de 2008. El juzgado de Noia, en el auto en el que autorizó la entrada y registro en su casa de Beade y en la oficina de la empresa donde trabajaba, reconocía ya entonces que no había “pruebas directas”. Pero sí una sucesión de indicios que apuntaban “en particular” a ese hombre. Era, citaba el juez, “el principal sospechoso”.

Las “circunstancias”, agregaba el magistrado en ese momento, apuntaban a la “posibilidad” de su vinculación con el trágico destino de su mujer: no con la autoría material del crimen, ya que de hecho contaba con una sólida coartada para aquella mañana del 5 de diciembre de 2005 porque estuvo son su hijo pequeño, sino con una “autoría mediata”. Así es como se define en el derecho penal al que causa un resultado (lo que se investigaba aquí era un crimen) sirviéndose de otra persona como medio o instrumento para ejecutarlo. Aquí el “medio”, según las sospechas policiales y judiciales, habría sido un sicario.

Junto a este hombre fue detenido un hermano, aunque este último pronto quedó exonerado de todo cargo. En relación con Ernesto, aunque la Fiscalía solicitó su ingreso en prisión provisional, el juez lo dejó libre. Continuó imputado y se le impusieron medidas cautelares: debía comparecer cada 15 días en el juzgado, tuvo que entregar su pasaporte y se le prohibió salir del territorio nacional sin autorización judicial. Lo que trascendió sobre lo ocurrido entre su arresto y puesta en libertad fue que el hombre insistió en su inocencia ante Guardia Civil y magistrado. Negó la autoría material del crimen y también la intelectual. Y nunca cambió esta versión. “Ernesto actuó siempre con la buena conciencia de no ser culpable”, señalaban entonces fuentes próximas a su defensa.

Él negó su vinculación con los hechos y el juez decretó su libertad, aunque lo mantuvo imputado

La investigación prosiguió. Y en mayo de aquel año llegó la tercera detención. La de Andrés, compañero de trabajo del marido de la víctima con el que el hombre se cruzó llamadas telefónicas la mañana del asesinato. También quedó en libertad provisional, poco antes de que la causa cambiase de tribunal. Pasó a manos del Juzgado de Violencia sobre la Mujer de Vigo, dada la imputación que pesaba sobre el esposo de la azafata. Los meses pasaban y hubo más diligencias. Como una reconstrucción de lo que hizo Ernesto en Vigo junto a su hijo pequeño la mañana en que su mujer fue asesinada en el chalé de veraneo. También se repitieron los pasos que, según el relato del entonces investigado, dio desde que ya por la tarde salió de la urbe olívica hasta que llegó al municipio coruñés y encontró el cadáver de Elena.

El esposo de Elena Calzadilla y su hermano, ayer, a su llegada a los juzgados de Noia. Xoán Álvarez

Y en 2009 la causa llega a un callejón sin salida: se decretó su archivo provisional

El caso, sin embargo, acabó en un archivo provisional en junio de 2009. El magistrado resumió primero en ese auto los indicios que habían llevado a la imputación del marido. Consideraba que podría haber un móvil: el matrimonio atravesaba una grave crisis. Junto a ello, el imputado había incurrido en “incoherencias” y era “el único o prácticamente la única persona que sabía que su mujer se iba a desplazar hasta Porto do Son aquel mismo día”. Si como parece evidente el autor material aguardaba por la víctima en la casa, alguien había tenido que avisarlo. Y en este extremo el juez ahondaba en una llamada que el investigado hizo aquella mañana desde “un teléfono público”. Tampoco pasó por alto el hecho de que ya avanzada la investigación se supo que el entonces sospechoso tenía un segundo teléfono (una tarjeta B) del que, por el tiempo transcurrido, ya no se pudo analizar el flujo de llamadas.

El magistrado veía “indicios” de una presunta autoría “intelectual”, pero no eran de naturaleza “inequívocamente incriminatoria”

Pero todo esto solo eran “indicios”. Y como previamente había solicitado la Fiscalía, el juez acordó el sobreseimiento. Porque frente a las sospechas, “no quedó evidencia ninguna de que se hubiese producido un contacto de ningún tipo con un sicario”. No quedó tampoco constancia de “movimientos de dinero”. “Que el imputado tuviese un móvil no llega para suponerlo cometiendo un crimen que sugiere un plan preconcebido y una elaboración relativamente compleja, de la que, sin embargo, sólo se evidenciaron determinados indicios que, tal y como indica el Ministerio Fiscal, no serían de lectura inequívocamente incriminatoria”, resume.

La familia: “Nos resistimos a pensar que el autor puede salir impune”

Desde ese 2009 la causa no se ha vuelto a reabrir. ¿Cómo lo afronta la familia de Elena? Los allegados, pese a la “frustración tremenda” por esta situación, no pierden la esperanza. “La causa está ahora en una situación de sobreseimiento provisional; es un caso por tanto abierto que se puede reactivar por un golpe de suerte en las pesquisas, si surge alguna nueva pista…”, valora el abogado vigués Antonio Ocampo, que recuerda que en la inspección en el chalé coruñés se encontró un perfil de ADN, posiblemente del asesino. Está guardado en las bases policiales. Algún día podría producirse la esperada coincidencia.

Será imposible poner punto final al dolor y rabia que la violenta muerta de esta vecina de Vigo causó en sus seres queridos. Sus dos hermanos, Paula y Luis, lo atestiguan. “La persona que peor lo pasó fue mi madre, no lo superó ni lo superará; perder a una hija así y que el que lo hizo no lo pague por ello es doblemente doloroso”, coinciden. ¿Su deseo? Que “policialmente se intente hacer algo más”. No tienen queja de los agentes de la Comandancia coruñesa que llevaron las pesquisas. “Fueron un 10 en implicación, dedicación y trato; siempre estaban disponibles, ante cualquier llamada, y eso es muy importante”, valoran. Pero el asesinato, y eso es un hecho irrefutable, no ha podido tener su sentencia. Al menos todavía.

“Nos gustaría que policialmente se hiciese algo más”, afirman en la actualidad los allegados de Elena

El hijo mayor de la víctima, Álex, remarca esto último. “Me resisto a pensar que se puede cometer un crimen así, matar a una persona, y que quien lo hizo salga impune”, reflexiona. Para este joven, el golpe fue doble. Primero, por el asesinato de su madre. Después, al saltar la imputación de su padre éste advierte que se llevó una sorpresa al conocer el auto judicial, observando asimismo comportamientos poco coherentes en referencia a su padre.

Igual que él, sus dos tíos, Luis y Paula, los hermanos de Elena, admiten que se llevaron una “decepción y malestar” con el sobreseimiento provisional del caso en 2009. Y eso porque en el mismo auto de archivo se argumentaban paso a paso los indicios que apuntaban en una misma dirección; la oportunidad y las contradicciones en las declaraciones del principal sospechoso, el marido de la víctima; así como la existencia de un móvil. Por ello entienden que se debía intentar seguir recabando más actuaciones.

La realidad actual es que casi 17 años después, el crimen de Elena Calzadilla sigue sin resolverse. Más allá de las sospechas que en su día sustentaron las imputaciones judiciales, no se hallaron pruebas concluyentes. Y algunas cuestiones clave continúan bajo un manto de misterio. Nunca se encontró el arma utilizada. No hay ni una sola pista tampoco sobre la identidad de la persona que con tanta frialdad ejecutó materialmente el asesinato. Un asesinato que aún espera Justicia.

PERFIL: Familiar, sociable y apasionada por su trabajo

María Elena Calzadilla

De madre navarra y padre santiagués, María Elena Calzadilla Eugui nació en Vigo, al igual que sus dos hermanos. Su infancia y juventud las pasó en la zona de la Plaza de Fernando el Católico, donde vivía la familia. Cuando falleció víctima de un crimen que conmocionó a toda la ciudad residía con su esposo y sus dos hijos en la parroquia de Beade. Llevaban ya años asentados allí. De 40 años de edad, era muy familiar, se volcaba en sus hijos y estaba también a gusto con su faceta profesional. Quienes la conocían remarcan que “le encantaba” su trabajo de azafata. Era jefa de turno de Iberia y se volcaba en ello. “Hasta el punto de verla estresada”, describen.

En el aeropuerto de Peinador, su lugar de trabajo, le tenían gran aprecio. “Hoy la estábamos esperando para desearle un feliz viaje a Canarias y ahora tenemos que darle un último adiós sin poder abrazarla”, comentaban consternadas compañeras suyas de la terminal viguesa al día siguiente del crimen. Y es que Elena, a la que le encantaba viajar, algo que hacía con su familia siempre que podía, era muy sociable. Tenía grandes amigos. De muy diversos ámbitos. Los conservaba incluso de su época del colegio o de cuando, también de pequeña, acudía de vacaciones a Navarra, de donde es natural su madre. “Todo el mundo la quería”, resumen sus hermanos.

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