“Cuando empezamos a plantar los árboles, los lugareños se reían de nosotros”, recuerda Alexandre Pereira con una sonrisa. Él tenía un sueño, casi una utopía: generar vida en el desierto. Y lo ha conseguido. A las puertas del Sáhara, a solo 14 minutos de la localidad de M’hamid El Ghizlane, provincia de Zagora, al sur de Marruecos, ha sacado adelante con su equipo todo un bosque de alimentos. Allí crecen olivos, acacias y granados desde 2017 y en los últimos meses, tras un periodo de experimentación, se atreven ya con especies mediterráneas como las higueras, naranjos, moreras...
El experto en permacultura ofrece una charla hoy a las 19.00 en la biblioteca municipal de Nigrán
Es un oasis verde de hectárea y media “en medio de la nada”, explica este gestor de recursos forestales y paisajísticos experto en agricultura ecológica y regeneración natural de Nigrán, que coordina B-Nomad, un proyecto restaurador de ecosistemas humanos que utiliza el concepto de permacultura nómada para mejorar la calidad de vida de la población. La iniciativa nació en medio de un viaje “de mochilero” tras el que acabó instalándose en Holanda. De allí viajó a África como voluntario para colaborar en construcción de adobes y conoció a un nómada asentado con un objetivo en la vida: crear un bosque en el desierto. No tardó en sumarse al reto y el espacio echó á andar con 27 árboles en 2017. “Si morían todos no íbamos a plantar más, pero si sobrevivía solo uno ya teníamos un motivo para seguir plantando. Sobrevivieron cuatro, así que seguimos adelante y plantamos dos mil, de los que siguen vivos unos 800”, relata.
El desafío no era fácil. Hay agua en el subsuelo, a 37 metros de profundidad, pero salobre. Eso ha obligado a desarrollar procesos de desalinización para utilizarla, dificultad sumada al sistema de riego empleado para mantener la humedad en el suelo. Las temperaturas llegan a acercarse a los 60 grados en la temporada estival. “La prueba de fuego es el verano. Si las plantas sobreviven a ese calor intenso, prueba superada” , comenta. A base de riego y cuidados como la elaboración de un abono especial a base de melaza con sirope de dátil, salvado de trigo, estiércol de cabra, gallina o dromedario, tierra, carbón, ceniza y levadura de masa madre han logrado un vergel “en el que ya hay sombra, pájaros, sapos, libélulas e incluso un poco más de humedad y las temperaturas son un poco más livianas”, se enorgullece.
Juegan con una ventaja: el crecimiento de la vegetación es mucho más rápido gracias al implacable sol del desierto. “El confinamiento nos pilló allí y tuvimos que estar tres meses sin salir. Luego al volver en 2022 se me caían las lágrimas al ver cuánto habían crecido los árboles, dos metros”, recuerda Alexandre.
Promoción turística
El éxito del proyecto ha tenido repercusión en el mundo de la permacultura y Alexandre y sus colaboradores de B-Nomad ya tienen en marcha otros nuevos en Cabo Verde y en Kenia. ¿Cómo los financian? A través del turismo. Además de regenerar espacios, la sociedad organiza los B-Nomad Fest, un festivales “sin alcohol ni drogas”, bromea. Se trata de encuentros en los que se trata de convivir y vivir una experiencia en el desierto en la que se comparten talleres formativos, gastronomía consciente, construcción natural. Los participantes, además de ayudar en los cuidados del bosque, acuden a talleres de confitura de dátiles con las mujeres de la zona, de tatuajes de henna, de cuscús, excursiones a pueblos del entorno, viajes al centro del desierto para observar un mar de dunas “que es como estar en otro planeta”, meditación, yoga y cuidado del cuerpo.
Esta tarde compartirá su experiencia en una charla que tendrá lugar en la biblioteca municipal de Nigrán a las 19.00, en el marco de una jornada de la programación del Mes da Natureza que organizan el Concello, Teatro do Ar y la cooperativa Somos Terra.