Carlos Fosca se fue tras el último retrato. Es uno de esos seres imprescindibles en la historia de Redondela; lo es él y lo son sus allegados. De hecho, toda su familia está presente en el devenir de la Villa de los Viaductos, unidos a la Isla de San Simón, al convento de Villavieja, a las fiestas de la Coca, al teatro, a la musical, a la poesía, a la fotografía, al dibujo, al comercio y a la hostelería. Son muchos, de inteligencia despierta y afabilidad entrañable, seres creativos y de un vínculo con el pueblo incuestionable. Hoy me atrevo a escribir que Carlos es el perfecto paradigma de la alegría choqueira. Un artista de la bonhomía, quizás quijotesca en algunos aspectos: caballero, imaginativo, curioso y enamorado, a veces también sorprendente. Era un regalo encontrarlo en sus paseos diarios. Su prodigiosa memoria era capaz de narrar con profusión de datos la tragedia del barco que se hundió en la Ensenada de San Simón, las anécdotas más hilarantes o la fiesta más divertida. En sus bolsillos no faltaban papel y bolígrafos de colores, con ellos elaboraba hermosos dibujos de motivos preferentemente redondelanos: la Coca, los Viaductos, etc. Se paraba con todos, jóvenes, niños y mayores, a todos obsequiaba con algo, al menos con su sonrisa y buen humor. Era galante y piropeador excelso, como buen admirador de la belleza. De la nada sabía hacer un momento delicioso. Profesional y vitalmente fue retratista, según el diccionario de la Real Academia Española esa persona capaz de copiar, dibujar o fotografiar la figura de una persona o de una cosa. Carlos era la alegría misma y gozaba de ese peculiar humor redondelano, fresco, improvisado, y tan de agradecer “por los que trabajan en la bolsa” –según Pucho Barciela, mi padre y uno de sus grandes amigos, aquellos, fundamentalmente féminas, que rutinariamente realizan las compras y van y vienen por el pueblo con sus “sacos de plástico” en los que transportan sus adquisiciones–. Carlos se ha ido como en su 127 verde, atestado del cariño de los suyos, muy especialmente de su esposa Maruja, y el de sus hijos: Marisa, María José, Chelo y Carlos. El cielo es más divertido y Redondela más triste. El tiempo nos hará volver a sonreír al recordar a un gran ser humano, choqueiro, bueno y generoso. *Periodista