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La azarosa historia de un icono de la ría de Vigo

La construcción del monumento a la Marina Mercante Universal de Monteferro, a punto de cumplir un siglo, fue un proceso plagado de avatares

Momento de su construcción. Archivo FdV

Está tan integrado en el paisaje de la ría de Vigo que parece que siempre estuvo ahí, como referencia inevitable de su entrada sur, visible a diario para miles de ojos, desde mar y desde tierra. De hecho, es probable que nadie vivo recuerde cómo eran esas vistas antes de que esta “insigne obra pétrea” de 25 metros coronase Monteferro. Pero, ¿cuántas de esas miles de personas, habitantes del área o turistas, conocen la azarosa historia del monumento a la Marina Mercante Universal? Idea de un británico de la que luego se apropió el nacionalismo español más conservador, su construcción estuvo moteada de dificultades administrativas y constructivas, así como de ceremonias fastuosas regadas por champán.

El primer equívoco, para aquellos que se acerquen hasta la cumbre de la península que separa las rías de Baiona y de Vigo, surge al leer la placa colocada en su cara oriental: “Se inauguró este monumento el 28 de julio de 1924, reinando S.M. Don Alfonso XIII, por el Presidente del Directorio, Excmo. Sr. Don Miguel Primo de Rivera”. Pero no. Ese día, cuando todavía ni siquiera había carretera y las autoridades –dictador incluido– subieron a caballo, lo que allí ocurrió no fue una inauguración. Más bien se trató de una ceremonia de colocación de la primera piedra, eso sí, con las obras ya en marcha desde hacía tres meses. Habrían de pasar cuatro años, con un derrumbe de por medio y una modificación del diseño original, para que se diese por finalizada la construcción, de nuevo con honores al máximo nivel.

Estado actual del monumento.

Estado actual del monumento. FdV

Todo comenzó tiempo atrás, cuando al final de la Gran Guerra el cónsul británico en Vigo, Arthur Nightingale, propuso honrar a los marinos muertos en la contienda. Su idea inicial era que las islas Cíes acogiesen el edificio conmemorativo. Sin embargo, las fuerzas vivas de la ciudad se opusieron a la ubicación y lanzaron la idea de levantar el monumento en Monteferro.

Pero desde 1918 hasta 1924 no se movió una piedra. En marzo de ese año al fin arrancaron los trabajos, con el industrial Tomás Mirambell, presidente de la Cámara de Comercio de Vigo y exmarino él mismo, a la cabeza de la Junta Pro Monumento a los Marinos. La financiación, referida con escasez de detalles la prensa de la época, se consiguió por “suscripción nacional”, en la que tuvieron un protagonismo especial la Diputación de Pontevedra, el Ayuntamiento de Vigo y varios navieros, además de los ministerios de Marina de Italia, Portugal, Brasil, Estados Unidos, Inglaterra o Francia. Después, el Ministerio de Fomento aportaría 37.930 pesetas para construir la vía que, aún hoy, conecta Panxón con la cumbre.

Momento histórico de la inauguración. FdV

La construcción cogió cuerpo, se destacaba “la admiración” que despertaba en las tripulaciones que navegaban por estas costas. El monumento se convirtió en un icono de doble dirección, como referente paisajístico y como lugar desde el que disfrutar de unas vistas de postal. De hecho, al margen del recuerdo –revestido con nostalgia imperial– a los “esforzados navegantes”, las autoridades del momento insistían en que la obra sería la “nota final” para que Monteferro se convirtiese en un “lugar de atracción” no solo para los marinos, sino para la gente de la comarca y para los turistas. Mal encaminados no estaban.

Cuando se realizó aquella ceremonia inaugural, a la que asistieron más de 1.000 personas llegadas a caballo, en carros de bueyes o a pie, ya se había construido la base cuadrangular, de 18 m², y los dos primeros escalones. Así que lo que hizo el jefe del Gobierno fue colocar el dintel sobre los dos primeros pilares del frontón. En el cuerpo superior se situaría después la inscripción Salve Regina Marum, y , más arriba, la estatua de cuatro metros de la Virgen del Carmen del escultor Enrique Marín Higuero, que también colaboró con Gómez Román en el Banco Pastor. El discurso más prolijo de la jornada fue el de Tomás Mirambell. Impregnada del nacionalismo autoritario que caracterizaba a la dictadura de Miguel Primo de Rivera, la alocución confería al monumento el objetivo de simbolizar “el amor de España a su Marina Comercial”, que tuvo un papel imprescindible en la “epopeya de la conquista de América por Castilla”. “Aspiramos a que sea la encarnación de este pasado portentoso, que no ha sido hasta ahora por nadie glorificado, y además sea un símbolo de afirmación española y de confianza en nuestra raza”. Tanta épica les debió de dar hambre, porque después de los discursos se sirvió un “lunch” y se consumió con gran abundancia el champagne Galicia, además de repartirse puros habanos.

Tras la ceremonia los trabajos continuaron sin problemas aparentes. Se aprobó el presupuesto para la carretera de 2.700 metros entre Panxón y la cima –el primer tramo, a día de hoy, se llama rúa Tomas Mirambell– y se inauguró también su construcción también con fanfarria. En una visita en septiembre de 1925, el presidente de la Junta Pro Monumento constató “todos los entusiasmos” del contratista, Eugenio González Romero, así como su “demostrada competencia”. La construcción alcanzaba ya los 20 metros y faltaría el último cuerpo, en forma de pirámide, de otros 23 metros.

Colapso

En la primavera siguiente todo parecía marchar bien. Pero el jueves 1 de abril llegó la noticia de que el monumento se había derrumbado. Días después, un abatido Tomás Mirambell explicaba en FARO los pormenores del colapso.

Las referencias al edificio desaparecen durante justo dos años, de manera que resulta imposible determinar quién asumió los gastos de los trabajos y cómo se fraguó esa reconstrucción. El 7 de abril de 1928 el FARO publica que las fotos del monumento ya rehecho han aparecido en un libro. El 25 de mayo se da cuenta de que “las obras de la insigne obra pétrea están terminadas” y que se están realizando reparaciones en la carretera, afectada por las “incesantes lluvias”.

La entrega oficial al Estado quedaba marcada para el 16 de julio, día de la Virgen del Carmen –protectora de marineros–, con la presencia del vicepresidente del Gobierno, El colofón a la historia lo pondría, cuatro años después de aquella estruendosa primera piedra, el propio Miguel Primo de Rivera, con una visita al monumento el 7 de agosto. A las 15:00 partía desde el balneario de Mondariz para coronar Monteferro –esta vez ya en automóvil y no a lomos de un caballo– una hora y 45 minutos después.

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