"Hay un Guernica original que tiene su simbolismo, pero estos son los 'guernicas' reales y hay que salvarlos". Así de rotundo se muestra el historiador Javier Costas Goberna sobre las pintadas que dejaron en las paredes interiores del monasterio de Oia los prisioneros del campo de concentración en que se convirtió el cenobio entre 1937 y 1939, que llegó a reunir a más de 4.500 personas en un espacio para 250. Es autor, junto con las investigadoras Lorena González Vicente y Lucía Álvarez Caeiro, del libro que edita el Concello de Oia y que relata el horror que allí se vivió en aquella etapa. La publicación se presenta mañana miércoles a las 19.00 en la Casa Cultural de Santa María de Oia.

Goberna se refiere a los "escalofriantes" grafitos de los republicanos capturados por el bando nacional y confinados en el cenobio cisterciense, que había sido declarado Bien de Interés Cultural por parte del Estado tan solo unos años antes, en 1931. Dibujos y textos que la propiedad del conjunto arquitectónico, Residencial Monasterio de Oia, restaurará para mostrarlos al público en cuanto disponga de la autorización de la Dirección Xeral de Patrimonio y que han servido de fuente de información para elaborar el libro, titulado "Con otra mirada. El horror de la Guerra Civil española en el monasterio de Oia. 1936-1939", junto con decenas de entrevistas a algunos de los propios presos y sus familiares y a vecinos de la zona que recuerdan aquellos negros episodios, los menos conocidos de la historia del cenobio cisterciense del siglo XII.

Penurias y miedos

"Lo primero que vi escrito en aquellas paredes me dejó helado. Con un tipo de letra decía 'aquí llegó el 12-2-39 Eugenio Blanco y salió'. Con otra caligrafía, escrita por otra persona, se completaba la frase: 'pal sementerio el día 18-4-1939'. Muy duro", relata el historiador todavía sobrecogido con las historias que ha descubierto a través de los grabados y de los testimonios. Y es que "estos graffittis", asegura, "son como un periódico de la época. Representan en hambre, la falta de libertad, la ausencia de lo femenino, la guerra...".

Las entrevistas les han permitido conocer tragedias en primera persona. "Lo que más recuerdan los prisioneros y sus descendientes es el hambre, compañeros que se suicidaban arrojándose al mar, el miedo que tenían a que se los llevaran de noche porque sabían que no volverían o relatos como el de una familia que llegó con un aval para sacar a su hijo y se encontró con que había muerto el día anterior", afirma Goberna. "Los testimonios de los vecinos apuntan a la solidaridad de una gente que intentaba ayudarlos con los pocos alimentos que tenían porque los veían comer hasta algas", apunta.

Muertes y enterramientos

Uno de los aspectos más crudos de la investigación realizada por los tres autores de la obra está relacionado con las muertes y enterramientos. Registrados en documentos históricos del campo de concentración tan solo aparecen 25 fallecimientos, por diversas enfermedades, ocasionadas con toda probabilidad por la falta de alimento y de higiene y el hacinamiento, apunta el autor. Aquellas personas, relata Goberna, fueron inhumadas en un cementerio "oficial" construido en el recinto del monasterio, hacia el norte. Pero décadas más tarde, en los años 60-70 "sabemos que apareció en las proximidades una fosa con cuerpos desconocidos cuando un vecino construyó un chalé con piscina. Esos no aparecían en ningún listado", señala. "No se sabe qué pasó con ellos, pero era un campo de concentración, no una residencia de la tercera edad", añade.