BAIXO MIÑO
Rubén deja huella en Goián
Eva González / GOIÁN
La historia de Narciso Rubén Rodríguez Iglesias podría llevarse al cine. Ayer volvía su mirada hacia atrás para recordar su infancia "como el niño más pobre de Goián", con una madre discapacitada y siendo hijo natural de un médico portugués. "Debo a Goián estar hoy aquí, porque de niño vivía de la caridad de sus habitantes", recordaba ayer con lágrimas en los ojos.
Pocos podrían imaginar entonces que aquel pequeño muchacho, servicial y honrado, como demostró tantas veces, llegaría a ser el reconocido y próspero industrial de hoy, con explotaciones mineras y forestales de gran importancia, a 200 kilómetros al sur de São Paulo (Brasil).
A sus 83 años, conservando intacta su vitalidad y capacidad emprendedora, recibía ayer un emotivo homenaje de la directiva del Centro Goianés que resumía, en una placa de plata, su dedicatoria a este hombre "en agradecemento pola súa colaboración". Rubén ha sido el mecenas que ha contribuido económicamente en el resurgimiento de esta institución goianesa, cuya historia está eternamente ligada a la emigración. "Para mí Goián es como el campo para un animal. Es mi tierra, y es la mejor del mundo", decía el industrial en presencia de los que calificó como "hijos y nietos de mis amigos de infancia, que mis amigos son".
Está convencido de que el rastro que dejará por este mundo es "mi comportamiento con honradez, y limpio de corazón", lo que considera puede ser un legado para las nuevas generaciones.
Apostó e invirtió firmemente por el Centro Goianés "porque es el lugar de convivencia armoniosa del pueblo. Aquí se reúnen los vecinos para hablar de todo. Y aquí bailé muchas veces", recordaba ayer muy sonriente.
Contaba resumidamente su aventura. Salió de Goián hacia Castilla, donde mostró su habilidad emprendedora construyendo cuadras para la cría de yeguas del ejército y almacenes para el servicio nacional del trigo. Recuerda que el 18 de marzo de 1950 emigró a Brasil, donde empezó como albañil, aunque "a los 8 meses de estar allí, ya construía casas por mi cuenta". Decidió ser industrial y construyó una fábrica de cal. A los tres años tenía un capital de 500 "contos" en caja, pero nadie le había pagado y "no tenía ni para comprar tabaco". Se lanzó a construir molinos para caliza, montó una tienda de confección, una zapatería, una lechería y optó por la explotación minera de caolín. Su explotación forestal tiene una dimensión que supera el doble de superficie de Goián.
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