Miles de veraneantes invaden cada mes de julio la villa real para quedarse hasta septiembre. Muchos de ellos habrán vivido experiencias inolvidables a lo largo de décadas, pero ninguno tendrá tantas que contar como María del Amparo López Barreiro, la veterana de los turistas del municipio. Nació en Madrid en agosto de 1912 y, a los diez meses de edad, pasó su primer verano en Baiona. Desde entonces no ha fallado jamás y, pese a vivir sólo tres meses al año en la zona, se siente casi una vecina.

La tradición estival de esta madrileña no comienza en su generación. Uno de sus abuelos era baionés, propietario del edificio histórico donde se ubica el Hotel Pinzón. Aunque se trasladó a Madrid, regresaba a la villa real cada verano, como lo hicieron después los padres de esta turista, que precisamente se conocieron en Baiona.

Los primeros veraneos de Amparo fueron entrañables. Sentada en el salón de su casa de la Avenida Elduayen, la veraneante echa la vista atrás y observa imágenes de su infancia. "Recuerdo una Baiona muy simpática y acogedora. Nos conocíamos todos los turistas, la mayoría de Madrid. Éramos como una gran familia", señala. Las reuniones de forasteros abundaban entonces. "Hacíamos chocolatadas, nos íbamos a comer a la playa de A Barbeira. Nos juntábamos varias familias para almorzar en Monte Lourido. Era divertidísimo", afirma sonriente.

Entre los primeros recuerdos baioneses en la mente de Amparo se encuentra el balneario de A Concheira, "sus bañeras rústicas y los baños con ropa de las chicas que venían de las aldeas". La falta de infraestructuras hosteleras también le viene a la cabeza. "Sólo había dos o tres hoteles y eran pequeños. La gente alquilaba casas o las compraba, pero mucho menos que ahora", afirma.

Viajes interminables

Todo lo relacionado con sus vacaciones en la villa real le parecía entonces encantador, hasta los interminables viajes. "Desde Madrid, veníamos en un tren, el Express, que cambiaba de vías en Monforte de Lemos. Tardábamos muchas horas en llegar, pero no se hacían largas", afirma.

La llegada del amor a la vida de Amparo endureció sus viajes a Baiona, pero los hizo más amenos todavía. Al igual que sus padres, la veraneante conoció a su marido en uno de sus veraneos, se casó en 1945 y trasladó su residencia a Barcelona. "Desde allí era más complicado venir. Lo hacíamos en un tren que se llamaba el Shangai. Mi esposo se quedaba en julio por el trabajo, así que mis tres hijos y yo viajábamos en dos compartimentos con cama, por lo que las rutas no eran demasiado pesadas", explica. Pero los mejores "peregrinajes" llegaron más tarde, a bordo de un Seat Seiscientos. "Cabíamos todos y el equipaje. Nos lo pasábamos bomba, cantábamos con los niños... Parábamos dos noches, una en Burgos y otra en A Gudiña. Eran viajes estupendos", dice con nostalgia.

Cambios inesperados

Desde hace veinte años, el transporte aéreo ha restado mucho tiempo a los traslados de Amparo y su familia. Pero los avances tecnológicos no han mejorado la calidad se sus veraneos, según ella misma afirma. Pese al cariño que todavía siente por Baiona, la turista asegura que "ha perdido mucho encanto". "Ahora hay mucho ruido en la calle, han estropeado la bahía con tanto pantalán, viene demasiada gente y ya no se conoce nadie", protesta.

A pesar de los reproches, Amparo no cambiaría por nada sus veraneos. Por las mañanas, toma el sol y se baña en la playa de A Ribeira. Tras la comida en casa, descansa y lee en su salón. A las ocho de la tarde, acude a misa en la antigua colegiata y, al regresar, se sienta en una terraza a tomar algo para disfrutar de la llegada de la noche. Así espera continuar cada año hasta que la salud se lo permita. Poco más se puede pedir.

Las vacaciones más largas, del 36 al 39

La única ocasión en que Amparo López Barreiro modificó sus vacaciones fue en 1936. al igual que muchos otros veraneantes de la época, su familia lo hizo para quedarse tres años en Baiona, hasta que terminó la Guerra Civil. La turista todavía da gracias por ese período en la villa real. "Aquí no nos faltó la comida y en Madrid escaseaba. Nos arreglamos con la ropa de verano y algunas prendas de abrigo que traíamos para cuando refrescaba en septiembre, pero estuvimos bien. Cuando volvimos a Madrid, nos habían requisado la casa y la encontramos hecha un asco, pero nos quedamos", afirma con amargura.