La luz que se resiste a apagarse
La aparición de Iago Aspas en el segundo tiempo permite al Celta arrancar un empate ante un Atlético que se adelantó en los primeros minutos tras un gol de Starfelt en propia puerta. El moañés marcó el empate el día que igualaba los 533 partidos de Manolo

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El carnet de identidad de Iago Aspas resume la vida del Celta. Motivo de orgullo, pero también de lógica inquietud. El moañés derriba muros imposibles como alcanzar a Manolo en partidos con la camiseta del Celta mientras su trascendencia en el campo sigue siendo capital. Es difícil imaginar la vida sin él, pensar en cómo será el día siguiente a su adiós porque una vez más demostró que hay demasiadas cosas que solo sabe hacer él, hay recetas y remedios que solo existen en su cabeza, en sus piernas. Ayer su aparición en el segundo tiempo fue una bendición para reordenar a un Celta grisáceo y darle aquello que le había faltado al equipo vigués durante más de una hora de juego. La paz con la que el Atlético de Madrid, pese a su inferioridad, defendía su ventaja en el marcador se esfumó por completo en cuanto el moañés hinchó el pecho y empujó a los de Simeone hacia su área. Marcó el empate y lideró la última e insuficiente carga en busca de ese triunfo que se le resiste en la Liga y que tiene al Celta anclado en la zona baja de la clasificación.
El Celta camina a paso lento, como si fuese un herido que regresase de la guerra, incapaz de dar esa zancada que le permita soltar amarras. Ante el Atlético de Madrid -un rival poderoso de enorme plantilla- solo alcanzaron a sacar un empate después de un partido que arrancó torcido con el gol de Starfelt. Porque el Atlético penalizó al Celta a las primeras de cambio. Los de Simeone aún se estaban reponiendo de esa jugada del primer minuto en el que Borja Iglesias cabeceó de forma incompensible fuera un centro primoroso de Jutglá–Claudio reunió a los dos puntas en ataque por primera vez en la alineación reservando a Aspas para el segundo acto–cuando encontraron un gol casi sin querer. Se desordenó la defensa viguesa por un exceso de celo de Marcos Alonso y Barrios descubrió una autopista por la que avanzar hacia Radu. Buscó el pase de la muerte y a quien encontró fue a Starfelt que incapaz de frenar su carrera desesperada abrió el marcador contra su voluntad. Se abría un panorama complejo contra el Atlético de Madrid que decidió jugar el partido frente a su área y con todos sus jugadores defendiendo por acumulación, un escenario complejo para el Celta a quien le falta jugadores que en esa zona sea capaz de encontrar claridad. Mucho más con Iago Aspas esperando en el banquillo.
Demasiado previsible
Claudio se vio en ese momento víctima de su propia alineación. Reunió en el corazón del equipo a Beltrán y a Damián Rodríguez con la idea de tener el control del partido, pero el partido se convirtió en un dominio algo aburrido del Celta ante un Atlético, fiel al modelo Simeone, que esperaba tranquilamente el momento de pegar una carrera y castigar a los vigueses. Vivían tranquilos los colchoneros, solo amenazados por el trabajo incansable de Borja Iglesias que se pegó con los centrales del Atlético para generar peligro ya sea con sus remates o abriendo espacios a sus compañeros. Ahora mismo es mucho más que un simple delantero para el Celta. Casi todo lo bueno que hizo el equipo en el primer tiempo tuvo que ver con él. Ya fuese combatiendo en el cuerpo a cuerpo o dando vuelo a sus compañeros.
Después de demasiado tiempo en el que pasaron pocas cosas la situación dio un vuelco cuando Jutglá provocó la segunda amarilla de Lenglet en el minuto 40. Una jugada algo absurda del central que volvió a caer en el desborde del atacante del Celta que no deja de insistir aunque las cosas se le resistan. Aquello fue como darle a un interruptor porque los de Claudio empezaron a encontrar espacios y en esos últimos minutos del primer tiempo obligaron a Oblak a intervenir en dos acciones, una de ellas de enorme mérito a disparo del omnipresente Borja Iglesias. Era evidente que el viento había girado para alegría del Celta.
Pero las cosas no fueron tan sencillas después del descanso. Culpa del orden del Atlético y de las escasas luces del Celta que tardó mucho en hacer evidente que estaba jugando con uno más. El problema crónico: escaso desequilibrio en esa zona en la que los partidos se deciden. La posesión de los vigueses no se transmitía en ocasiones ni en situaciones prometedoras. Cundía la impaciencia por todos lados y desesperaba algo el ritmo algo conformista del equipo. Escaso de atrevimiento. Claudio mantuvo la línea de tres centrales pese a que el Atlético ya no amenazaba de ninguna manera. Es como si el técnico porriñés tuviese claro que el partido se iba a jugar en la “última carga” y que lo importante era evitar accidentes y no quería renunciar a los tres defensas para protegerse.
La vida cambió cuando a falta de media hora Iago Aspas entró en el campo. La historia fue diferente porque el moañés, en el día en que igualaba a Manolo como jugador con más partidos disputados en la historia del Celta, empujó al Atlético hacia su área y le amenazó de forma insistente. Basta su presencia para hacerlo. A su alrededor se reordenó un equipo que estaba jugando como si le hubiesen vaciado la mente y sin entender dónde podía imponer su ventaja numérica. Con Iago, por primera vez los de Claudio tenían a alguien con capacidad para generar en medio del atasco que los colchoneros provocaron en la frontal de su área. El técnico argentino se volvía loco tratando de encontrar soluciones al partido que le tocaba jugar mientras Claudio fue probando soluciones como Hugo Alvarez (intrascendente tras entrar por Beltrán y situarse en posiciones centrales) o Bryan Zaragoza (voluntarioso aunque lejos aún de hacer daño). La presencia de Aspas también aceleró el juego y así en una buena descarga hacia Mingueza el balón acabó en Borja Iglesias que sacó un remate de la nada, de puro instinto. Oblak (acostumbrado a regalar partidos gigantescos en Balaídos) rechazó y Aspas empujó a la red. Le quedaba al Celta aún tiempo para encontrar un premio más grande, pero le faltó un punto de imaginación para transformar ese dominio en algo más. Con Ilaix y Durán en el campo subió su grado de empuje, pero solo le alcanzó para tirar pellizcos infantiles.
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