Lo que no te dice el marcador

El Celta se quedó una vez más sin ese triunfo grande que le falta a Giráldez para dar brillo a su obra. Lo rozó en Montjuic donde tuvo al Barcelona contra las cuerdas hasta que sufrieron un pequeño ataque de pánico por tener que defender el 1-3. Todo se evaporó demasiado pronto.

Melero amonesta a Mingueza mientras los jugadores del Barcelona celebran el cuarto gol. |  LOF

Melero amonesta a Mingueza mientras los jugadores del Barcelona celebran el cuarto gol. | LOF

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

Vigo

Hay días en que el resultado es una ordinariez, una etiqueta innecesario que se pone a los partidos y que trata de resumirlos sin conseguirlo en la mayoría de los casos. Un señor de Colonia, tras ponerse tibio a cervezas, leerá que el Barcelona ganó 4-3 al Celta y verá confirmadas sus teorías de cabecera. «Fritz, qué divertido es el equipo de este paisano nuestro» le comentará a un colega antes de pedir otra ronda. El marcador les habrá contado solo una parte de la realidad y les ocultará todo lo demás, aquello de lo que hoy se sienten orgullosos en Vigo. Que el Celta rozó una vez más esa victoria grande que necesita Claudio Giráldez para que su proyecto, tan personal e ilusionante, reluzca un poco más. Se le escapó porque no fue supo manejar el arreón desesperado del Barcelona con 1-3 en el marcador, porque necesita que su portería aporte más y porque en el tramo decisivo el árbitro dio el soplido definitivo para que la bolita cayese del lado correcto. Tanta grandeza para marcharse con las manos vacías. A muchos, preocupados solo por la cuestión cuantitativa del fútbol, no les valdrá, pero en Montjuic el Celta volvió a dar motivos para tenerle no solo fe, sino casi devoción.

El plan de Giráldez

Siempre tiene un plan. Juega con el entorno y con sus propios jugadores que durante días desconocen sus intenciones reales. Equipos como el Barcelona le inspiran especialmente. Ayer cambió su librillo para igualar por dentro (Ilaix, Beltrán y Losada sobre Pedri, Fermín y De Jong) y jugó con una línea de cuatro atrás que se transformaba en lo que fuese necesario en cada momento. Al Barcelona se le indigestó porque el Celta llenó de obstáculos sus pasillos favoritos y sin Lamine los de Flick se vieron sin capacidad para amenazar. En ataque, Pablo Durán atacó la espalda de Gerard Martín y la capacidad de Borja Iglesias para entender la manera de hacer daño a una defensa tan adelantada convirtió al Celta en una amenaza permanente. cada vez que salía de su campo.

Yoel Lago

Una de las grandes novedades en la alineación. Claudio apostó por el carácter del canterano para reemplazar al lesionado Starfelt. El central del filial demostró una enorme personalidad en el cuerpo a cuerpo con Lewandowski. No se arrugó y le miró de frente todo el partido para desesperación del polaco que no esperaba semejante insolencia por parte de un recién llegado. Su partido fue impecable y solo hay que reprocharle el despiste en la jugada del tercer gol (perdió la marca) y tal vez el ímpetu en la jugada que acabó con el penalti decisivo. Partido de los que curten.

Defender un tesoro

El Celta se puso 1-3 con media hora por delante. Flick ya había llamado a filas a Olmo y Lamine. El partido estaba seguramente en la resistencia que los célticos ofreciesen durante los siguientes diez minutos. Una prueba de madurez que no superaron ante un Barcelona que se lanzó a la desesperada contra ellos. Se desorganizó por momentos el equipo de Giráldez, que liberó los peajes que llevaban a Guaita. Dos minutos después recibieron el segundo gol y cuatro más tarde el partido estaba empatado. Y como suele suceder cuando ya no hay tanto que defender...el Celta volvió a sujetar al Barcelona con soltura y a amenazarle en sus (escasas) salidas a la contra. La prueba de que en el fútbol se juega por encima de todo con la cabeza. Al Celta le falló en ese tramo clave en el que sintió miedo por proteger aquello que tanto había costado lograr.

Borja iglesias

Pasará a la historia por haber firmado uno de los «hat tricks» más inútiles de la historia. Se merecía más que nadie la victoria. Por sus goles, por su partido, por su forma de entender el juego. Podría ser peor: Pantic marcó cuatro en el Camp Nou y perdió.

Melero y Del Cerro.

La vieja historia. Estaba el balón bailando sobre la línea de gol y asomaron para darle el soplido definitivo. Primero por su forma de inhibirse en la carrera de Durán cuando fue sujetado por Iñigo Martínez (una vez más la paradoja de que el jugador que no simula se ve más penalizado que el teatrero que se va al suelo con estrépito) y poco después con el manotazo de Szczesny en la cara de Mingueza después del remate de cabeza en boca de gol. Del Cerro estuvo sin embargo más diligente a la hora de llamar a Melero en la entrada de Yoel Lago sobre Olmo. El barcelonista se quedó en el suelo dando vueltas consciente de que cuanto más aguantase en el suelo más cerca estaba el penalti. Y llegó, no falla.

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