El Celta no puede con el alma

El equipo vigués, sin fútbol ni energía tras una semana que le ha dejado en los huesos, cae ante el Athletic de Bilbao y pone fin a su buena racha en Balaídos

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

Sopla un viento frío en contra del Celta que obliga a apretar los dientes y a buscar mantas con las que abrigarse. A Giráldez se le acumulan las malas noticias en un tramo complicado de la temporada que medirá también la capacidad de resistencia de una plantilla joven que cada semana se descapitaliza un poco más y que se enfrenta por primera vez a un panorama inquietante.

Lesiones, sanciones, salidas constantes en este mercado, cansancio...derrotas. Se multiplican los reveses para un Celta que tres meses después volvió a doblar la rodilla ante su gente. El Athletic de Bilbao aprovechó el precario estado del equipo vigués para llevarse el triunfo en un partido condicionado por la diferencia de energía existente entre ambos equipos después de una semana marcada por el desgaste generado por la eliminatoria copera. Compitieron los vigueses –huérfanos de juego y de jugadores para amenazar al Athletic– hasta donde les dio el pecho, pero un par de errores en el segundo tiempo desequlibraron un partido jugado a alta velocidad y en el que el arreón final, con lo poco que tenían dentro, le dio algo de emoción al partido, aunque insuficiente para rescatar al menos un punto.

Pesó demasiado el esfuerzo aún reciente del pasado jueves. Giráldez, que no tenía disponibles a jugadores como Aspas, Marcos Alonso o Alfon, concedió descanso también a piezas esenciales como Starfelt, Mingueza o Moriba que llegaron al fin de semana con la luz de la reserva lanzando señales inequívocas. La alineación sonaba muy parecida a cualquiera de no hace mucho en el Celta Fortuna. Parecía mucha concesión ya de salida ante los recursos de los vascos. El porriñés recompuso el equipo con una novedosa defensa de canteranos formada por Javi Rodríguez, Yoel Lago y Carlos Domínguez. Igualar en todo lo posible la intensidad ante un equipo con un nivel físico como el del Athletic de Bilbao, con los Williams amenazando permanentemente, parecía esencial para regalarse una oportunidad.

Y el Celta dio la cara en un primer tiempo deslabazado, de poco fútbol pero mucho choque, imprecisos ambos, sin apenas juego. Guaita sacó las dos opciones más claras (remates de Nico y de Prados) antes del descanso. El problema es que el Celta no tenía nada con lo que amenazar a los bilbaínos.

Sin amenaza

Más allá del esfuerzo sin recompensa de Pablo Durán, los vigueses no tenían nada para hacer daño. Williot era un espectro de sí mismo, Borja Iglesias bastante tenía con quitarse de encima el marcaje rozando siempre lo ilegal de los defensas rojiblancos (favorecidos por el criterio de Ortiz Arias), a Cervi, eficaz en el trabajo defensivo, es imposible considerarlo un peligro para el rival y Carreira estaba más pendiente de Nico que de pisar el campo rival. Solo un accidente podía concederle alguna oportunidad al equipo vigués que le dio una importancia capital a no equivocarse en la salida de la pelota y estirar la incertidumbre en el marcador todo lo posible.

En el descanso Giráldez le dio una vuelta al partido con la entrada de Mingueza y Hugo que mejoró de forma mínima el manejo de la pelota del Celta, aunque el partido seguía estando en el mismo sitio, en no regalar. Y sucedió que fueron los vigueses los primeros en equivocarse. Fue precisamente en la zona del campo donde más firme estaba siendo el Celta.

Una pérdida de Javi Rodríguez (que había estado enorme hasta ese momento) fue aprovechada por el Athletic para pisar el área en situación de ventaja. Berenguer apareció en el momento justo para meter la puntera y dejar sin respuesta a Guaita. Una herida grande se le abrió al Celta a quien se le vino encima todo el cansancio, el agotamiento físico y mental de los últimos días, de la prórroga en el Bernabéu, de la rabia por lo sucedido con el arbitraje en Copa del Rey. Le pesaron las piernas y se volvieron más ligeras las de un Athletic que advirtió en los ojos de los célticos la falta de aire. Cargaron los de Valverde sobre el área de Guaita y en una sucesión de fallos de colocación apareció Vivian en el área pequeña para anotar el segundo tras fusilar a Guaita.

Reacción

Todo parecía perdido, pero este equipo anda sobrado de fe y de alma. Como ocurrió ayer le puede fallar el fútbol, la energía, pero es difícil que lo haga el espíritu. Entró Moriba en el campo (ya está tardando el día en el que se haga efectiva su opción de compra) y para el Celta, que parecía un montañero perdido fue como si apareciese un equipo de rescate cargado de bombonas de oxígeno. El medio, que empuja sin desmayo, insistió en rebelarse contra el marcador.

Tenía el Celta un arreón aún en las piernas que escenificó en una jugada a quince minutos del final cuando Boiro se enredó con un balón y Hugo Alvarez, despierto, lo aprovechó para quedarse ante Unai Simón y batirle con calidad para recortar diferencias y alimentar la esperanza de Balaídos que volvió a creer, aunque remotamente, en el milagro. Giráldez echó mano también de Douvikas (ausente en las últimas semanas tras su proceso gripal y esa indisposición mental para jugar en los últimos partidos). Balaídos, maduro en su comportamiento, aparcó cualquier resquemor con el futbolista griego que estaba ante la oportunidad de protagonizar un hermoso acto de desagravio. Pero tal vez en otro momento eso hubiese sido posible; el viento ahora sopla en contra.

Conscientes del riesgo que implicaba, el Celta apretó en busca de darse una oportunidad más. No se le puede poner un reproche porque no se guardaron nada, pero otra vez se vio que no había argumentos suficientes para inquietar la portería de Unai Simón. El Athletic se aplicó en una suerte que dominan como nadie, dobló laterales, reunió a todos los defensas que tenía a mano cerca de su área a la espera de una embestida final que no llegó. No tenía en el cuerpo un gramo de fuerza, una gota de fútbol, para regalarse una nueva oportunidad. Balaídos volvió a conocer el amargo sabor de la derrota; el Celta se adentra en un terreno pantanoso, oscuro, en el que se multiplican los enemigos y los problemas. Tiempo para el entrenador, para los jugadores y también para el palco.

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