El único peligro de la melancolía

Sólo una concatenación de desgracias puede hacer dudar a un Celta que ayer fue netamente superior al tercer favorito liguero

Borja Iglesias se lamentade una ocasión errada.

Borja Iglesias se lamentade una ocasión errada. / JOSÉ LORES

Armando Álvarez

Armando Álvarez

Solo así podía romperse la impecable trayectoria del Celta en Balaídos desde la asunción de Giráldez. En el último suspiro, como tantas veces con Benítez, pero de manera muy diferente. La amargura de la derrota se acentúa por su injusticia. Fue superior el Celta al tercer presupuesto de la Liga. Perdió, en lo puntual, porque Javi Rodríguez erró lo que acertó Julián Álvarez en la siguiente acción.

En lo estructural, el análisis se encarna igualmente en un nombre propio. A Simeone no lo amparan tácticas, maniobras ni instrucciones. Venció, como en tantas ocasiones desde 2014, gracias a Jan Oblak; un portero de balonmano en su incidencia en el juego. En todo lo demás, Giráldez y sus hombres se impusieron.

En una fase de la temporada en la que todavía se deben valorar las propuestas y las intenciones, nada se le debe reprochar al Celta. El único riesgo que asoma ahora mismo en el horizonte es una concatenación de desgracias que despierte dudas y genere melancolía. Si Giráldez lo evita y la fortuna se le alía, este equipo está destinado a proporcionar muchas alegrías.

Alineación con sentido

Asegura Giráldez que no rota por capricho o estadística; que existe en su método un análisis. La alineación de ayer, con seis cambios respecto a Bilbao, sostiene su discurso. Borja Iglesias entretuvo a los centrales. Starfelt secomió a Sorloth. Carreira hizo sangre por el carril. Sucedió desde el diagnóstico técnico y se concretó en la respuesta de sus hombres.

Revoluciones bajas

Simeone ha modelado desde hace catorce temporadas un equipo vampírico, que se aprovecha a su favor de la energía del rival. Claudio Giráldez lo desactivó durante 80 minutos bajándole las revoluciones al encuentro. La circulación pausada pero precisa del Celta –Beltrán cometió la primera pérdida peligrosa entrada ya la segunda mitad– dejó al Atlético sin la inercia que necesita para activar sus resortes. Cierto que el Celta, en consecuencia, no tuvo la chispa que le inyecta el ida y vuelta. Daba igual. Al Atlético es casi imposible golearlo a pecho descubierto. La media docena de ocasiones que generaron los celestes debería haber bastado. Williot, aunque sigue siendo indetectable en el área, ha perdido su infalibilidad. Borja debió buscar el contrapié. Aspas pudo haberla ajustado un centímetro dentro o veinte abajo. Javi Rodríguez debió acomodar mejor el cuerpo. En última instancia, en casi todas esas situaciones, estuvo Oblak por acción o por la ansiedad que provoca en los rematadores.

Rendimiento defensivo

La condición de equipo que más goles encaja, junto con el Villarreal, no se corresponde con el rendimiento defensivo del Celta. Se asume que la propuesta ofensiva de Giráldez implica más riesgos defensivos. Pero ayer, por ejemplo, Guaita no tuvo que realizar su primera y única parada hasta el minuto 79. El segundo disparo a puerta supuso el gol. Los locales combinaron perfectamente la presión alta, saltando en las situaciones ensayadas y a los rivales adecuados, con un perfecto repliegue. El cansancio explica en cierta medida ese desliz letal: la tranquilidad con la que Griezmann pudo centrar. Al final, en la ruleta del destino, la calidad de los adversarios también pesa si además has cometido el pecado mortal de perdonarlos.

Duelo de entrenadores

Simeone ni siquiera acertó con las sustituciones, aunque la identidad del ejecutor le valga de argumento. Saca a Julián Álvarez exclusivamente porque lo tiene, sin otra lectura más profunda. Y de hecho se equivocó inicialmente adelgazando la medular, lo que permitió al Celta transitar por espacios más claros durante algunos minutos. A Simeone le cabe el mérito, al menos, de haberse rectificado. Incluso en este duelo, por más que el resultado lo niegue, se impuso Claudio. No estuvo bien Douvikas, pero Borja Iglesias se encontraba agotado. Claudio aguantó un poco más de lo que suele los cambios porque el Celta estaba funcionando bien. Y refrescó su propio centro del campo con Moriba y Damián cuando percibió que el equipo se le estaba cayendo físicamente.

Tuvo el entrenador celeste eso que en el fútbol se conceptúa como flor en su aterrizaje en el vestuario profesional. Le aguardaba una plantilla encantada no sólo por lo que Claudio era, sino porque no era Benítez. Le favorecieron las encrucijadas, como aquella expulsión de Santi Comesaña. Le salió bien todo lo que le podía salir bien e incluso lo que le podía salir mal. La realidad de Claudio ha comenzado esta temporada, sin el lenitivo de las urgencias y con la exigencia de la normalidad.

Pero en verdad en Claudio se adivina y casi se palpa un conocimiento del juego que apunta a genialidad. No ya en la escultura del equipo, sino en los pequeños detalles. Ayer abrió totalmente la banda izquierda del Atlético a las exploraciones celestes solo con bajar a Beltrán como tercera pieza en la salida de balón para permitir que Manquillo doblase a Carreira. Merece que el fútbol premie lo mucho que él está dispuesto a regalarle.

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