El edificio sin construir del “arquitecto”

Más allá de sus decisiones en el mercado, el paso de Campos por el Celta estuvo condicionado por la petición de Mbappé de que liderase el proyecto del PSG y que convirtió a los vigueses desde ese momento en un segundo plato

Luis Campos, durante su única rueda de prensa en Vigo.

Luis Campos, durante su única rueda de prensa en Vigo. / Marta G. Brea

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

Vigo

Pocos mundos hay más oportunistas que el fútbol donde los fracasos no suelen tener padre. Hoy el celtismo celebra el fin del experimento Luis Campos, una suerte de externalización de la dirección deportiva que al club solo le ha reportado desorden, vacío de poder y un elevado gasto pendiente de justificación.

Hace algo más de año y medio, casi todo el mundo se felicitaba de la llegada de un ejecutivo de primer nivel, de quien convirtió en ganadores proyectos como el del Mónaco o el Lille, del hombre que había descubierto una nómina de joyas encabezadas por Mbappé. Parecía un personaje inalcalzable para el Celta porque su órbita era otra. Pero se sumó al proyecto gracias a las posibilidades que vio en él y a la insistencia de Carlos Mouriño y sobre todo de Antonio Chaves, que ya había intentado incorporarlo al Celta con anterioridad.

El día que se anunció su fichaje llovían las felicitaciones en los despachos de Príncipe. Incluso algunos clubes rivales y la propia Liga de Fútbol Profesional enviaron mensajes entusiastas convencidos de que aquello redundaría en el potencial de la Liga. El Celta le preguntó a Luis Campos cómo quería que se le presentase y él dijo que sería “el arquitecto” del proyecto. Un escalofrío de emoción corría por el club en aquel momento.

Arriba, Campos con Marián Mouriño, Benítez y Carlos Mouriño. Al lado, con Juan Carlos Calero en el centenario del Celta. A la izquierda, celebra en el palco la victoria sobre el Betis.  | // RICARDO GROBAS/ MARTA G.BREA

Juan Carlos Calero y Campos, en el centenario del Celta. / Marta G.Brea

Nada fue lo que imaginábamos entonces. Todo se fue pudriendo poco a poco. Ni Campos resultó ser un mago ni su compromiso con el club fue tan honesto como se trató de vender. Hay razones para ello y la principal de ellas se llama Kylian Mbappé. En el mes de junio de 2022, cuando el Celta y Campos sellan su compromiso, el delantero francés estaba convencido de que su futuro estaba en el Real Madrid. En medio de aquella operación/negocio estaba Luis Campos que para Mbappé es su “padre deportivo”. Se conocieron en el Mónaco cuando el francés era un adolescente y el directivo portugués impulsó su carrera y se convirtió en una suerte de consejero al que consultaba todos sus movimientos.

El plan de la pareja Campos-Mbappé pasaba por seguir juntos en el Real Madrid: uno haciendo goles en el campo y el otro trabajando cerca de la direccción general en tareas que podrían ser similares a la “asesoría externa” que regentaba en Vigo. Florentino Pérez tiene una magnífica relación con Campos, al que conoció cuando Mourinho le reclutó en su etapa de entrenador del Real Madrid, y no pondría reparo alguno. Ese era el plan de vuelo.

El edificio sin construir del “arquitecto”

Campos celebra la victoria ante el Betis en Balaídos. / Marta G.Brea

Pero llegó Mbappé y, empujado por la presión externa en la que no faltó el propio presidente francés, decidió quedarse en el PSG aunque puso una exigencia a la propiedad: que Luis Campos fuese el director deportivo del club parisino. El portugués viajó a Catar, se disculpó ante Florentino, aceptó la propuesta y dejó claro que no traicionaría al Celta y que su vínculo con Mouriño era sagrado. Durante un fin de semana eterno, sin otras noticias que las que el PSG hacía llegar desde sus medios más próximos, en Vigo temieron quedarse sin Campos en mitad de su primer mercado de fichajes. Pero no sucedió y el portugués se mantuvo fiel al acuerdo con el Celta.

Pero el escenario había cambiado. Hasta ese momento se veía cuidando de Mbappé en Madrid, trabajando para Florentino, haciendo negocios en otros mercados y dirigiendo al Celta con la ayuda de Juan Carlos Calero, su enlace diario con el club. Pero de repente se hacía cargo de la dirección deportiva de un gigante como el PSG que exigía dedicación casi plena, donde ganar es una obligación y se maneja un presupuesto sideral.

Visto con perspectiva, lo ideal hubiese sido que Campos y el Celta rompiesen en aquel momento, pero siguieron juntos y durante un tiempo el portugués dio la impresión de estar comprometido. Se le veía en Afouteza de vez en cuando (el club, cómplice en vender esa farsa, publicitaba sus visitas), acudía al palco de Balaídos puntualmente (el día del Betis festejó el triunfo como un aficionado de toda la vida), aparecía en las actas por encararse con algún árbitro en los vestuarios y a finales de noviembre, aprovechando la disputa del Mundial, se acercó a Vigo a dar su primera y única rueda de prensa. Sucedió poco después de que tomase su primera gran decisión en el Celta: destituir a Coudet. En aquella intervención estuvo didáctico, esclarecedor y próximo con los periodistas a quienes pedía su nombre de pila “para la próxima vez”.

Esa próxima vez nunca llegó. En el mercado de invierno, cuando se empeñó en el fichaje de Seferovic, las cosas se fueron torciendo ligeramente. La crisis en el PSG, como imaginaban quienes torcieron el gesto al conocer su intención de “compatibilizar” ambos clubes, empezó a distanciarle del Celta donde en un final de temporada agónico echaron de menos una presencia más constante al lado del equipo. El día que el Celta ganó al Barcelona para lograr la salvación Campos no estaba en el estadio.

El edificio sin construir del “arquitecto”

Marián Mouriño, Benítez, Carlos Mouriño y Luis Campos. / Ricardo Grobas

Llegó la revolución al Celta. Carlos Mouriño cedió el testigo a su hija Marián y Antonio Chaves, figura esencial en todo lo que ha pasado en el club en la última década, decidió marcharse. Eso dejó a Luis Campos algo desorientado porque de repente desaparecían las dos personas que le habían llevado al Celta y con quienes tenía una cierta complicidad. Se planteó muchas cosas entonces, pero las primeras reuniones con Marián Mouriño fueron positivas. Hubo buena sintonía entre ambos y la futura presidenta celebraba la implicación del portugués con quien mantuvo la comunicación directa durante semanas muy intensas en las que además de convencer a Benítez llegaron a cabo numerosas operaciones aunque dejaron sin cerrar la más importante de todas: la del famoso mediocentro que no llegó a cerrarse por problemas de última hora.

El comienzo de temporada trajo los malos resultados y la desconexión de Campos, cada vez más exigido por la maquinaria del PSG, a quien se vio por última vez en la celebración del centenario. Desde entonces solo se supo que acudió al partido que el Celta perdió en Girona. Marián Mouriño no tardó en entender que necesitaba volver al modelo tradicional de director deportivo y que externalizar el servicio, por mucho Luis Campos que hubiese al otro lado, no le estaba dando al club ninguna clase de rédito.

Sin un director general con presencia en el entorno del vestuario (como sucedía con Chaves) y sin un director deportivo ejerciendo también de guardián en el día a día era evidente el desamparo y el vacío que había alrededor del primer equipo. Y decidió romper. “El arquitecto” sale de la vida del Celta sin poner apenas los cimientos de su supuesta obra. El club seguirá defendiendo aquella decisión por la necesidad de elegir caminos innovadores para competir con el resto, pero el fracaso ha sido indiscutible.

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