Escambullado no abisal

Manual para un drama

Aficionados, ayer en Afouteza.

Aficionados, ayer en Afouteza. / ALBA VILLAR

Armando Álvarez

Armando Álvarez

A veces un chiste nos define con mayor precisión que la más profunda sesión con el psicólogo.

–Me gusta jugar al póquer y perder.

–¿Y ganar?

–Ganar tiene que ser la hostia.

Llevo unos días sintiéndome atrapado en este diálogo. Soy vigués, celtista, republicano, nacionalista gallego... Jamás he ganado o apenas. Me viene de niño. Ya quería que venciesen los indios en las películas del salvaje Oeste. Siempre he comprendido mejor al villano que al héroe. “El perdedor es su universo”, le cantaba Aute a Sabina, entonces zurdo “por donde escora Bakunin”. En ese flanco aún habito yo. “Aunque pretende ser feliz”, añadía Aute. Yo lo soy así.

No es que renuncie a la victoria o apologice el fracaso. Me define el afán. Sueño con triunfos que sé que jamás podrán colmarme. Ninguno verdadero soporta la comparación con los que imagino. Nada tan bello como lo que no llega a florecer. Pero es así, igual en el fútbol que en la vida. Incluso los que alcanzan sus metas se terminan decepcionando en su consecución, su resaca o su recuerdo. La victoria siempre caduca. A veces constituye un lastre. Finis gloriae mundi. Todo se pierde y todos perdemos en el último estertor. Lo que cuenta en realidad es el camino.

Alicia Barreiro, abonada número 1 del Celta, de 91 años, lleva nerviosa varios días. No acudirá hoy a Balaídos por cuidar su corazón. Alicia ha visto descender al Celta en once ocasiones, incluso a Segunda B, desde aquel 1 de noviembre de 1939 en que se sacó el carnet. Para ella solo existe lo que hoy suceda, aunque no quiera conocerlo hasta que ya haya sucedido. Yo pienso en todo lo que ella ha visto suceder. No me confío a la esperanza, que gestiono con ansiedad, sino al peor escenario, al que me resigno.

El Celta descenderá antes o después. Lo he repetido con frecuencia durante estas once temporadas en Primera. Está inscrito en su naturaleza; en el humus socioeconómico del que se alimenta. No debía suceder esta temporada por coyuntura y presupuesto. Muchos han sido los errores cometidos por directiva, director deportivo, entrenadores y jugadores para que hoy exista ese riesgo. Si se concreta el desastre, anticipo la secuencia: a la depresión y la ira, que se antojarán infinitas, le seguirá la asunción y una mañana, antes de lo que pensamos, nos despertaremos discutiendo fichajes y ambicionando el regreso. Que también llegará, en un año como tantas veces o en diez como en los sesenta. El sol asomará como siempre por el horizonte. El fútbol reiniciará su digestión. Se reanudarán los empeños. Todo termina y todo continúa. Formamos parte de ese ciclo eterno.

La camiseta de un equipo es nuestro pelele y nuestro sudario; la primera decisión que nos acompañará durante toda nuestra existencia y que posiblemente alguien tomó por nosotros antes de nacer, como una especie de pecado original que ningún bautizo lava. Jamás podremos apostatar, por mucho que lo proclamemos. Ni siquiera obedece demasiado al fútbol en sí. En su manifestación pública nos reconocemos como comunidad. Es un sentimiento que nos cose a los extraños y un legado que recibimos y entregamos en la sucesión de las generaciones. La camiseta celeste registra nuestra historia como los anillos de un árbol.

Alicia no habla mayormente de glorias o miserias cuando resume su celtismo, sino de aquellas tardes en Balaídos sobre el regazo de su padre, Máximo. Atraviesan su mirada las lluvias y las caricias. Descienda o permanezca el Celta, yo seguiré poniéndome a diario el anorak del club que le regalé a mi padre y que conservé tras su fallecimiento porque retiene su amor. Si algo nos duele es porque nos importa. Desconfío de la piel sin cicatrices. Prefiero las heridas a la indiferencia. Cualquiera de nosotros podría jurar mañana que es del Real Madrid, sin que le exijan oposiciones, y automáticamente atesoraría en su vitrina catorce Champions. Sería una impostura. Nos desconectaría en el tiempo y en el espacio. Ni un minuto me he arrepentido o maldecido esta herencia. Tal es mi manual en los dramas. Me gusta ser del Celta y perder.

–¿Y ganar?

–Ganar será la hostia.