Libre Directo

Un maldito partido de fútbol

Los jugadores del Celta celebran el gol de Carles Pérez ante el Girona.

Los jugadores del Celta celebran el gol de Carles Pérez ante el Girona. / Alba Villar

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

Quedada para acudir al entrenamiento, estreno de la nueva grada, el autobús bajando por Fragoso para que los aficionados lo lleven como si fuese un paso de Semana Santa, colas infinitas en las taquillas de Balaídos, el habitual delirio de una página web propia de un equipo aficionado, mensajes en el whatsapp de amigos que buscan un alma caritativa que les ceda una localidad, niños que suplican a sus padres que les lleven al fútbol, el colega que no te hace caso mientras tomas café porque está pendiente de que le cedan un abono, redes inundadas de mensajes de esperanza… A estas horas tengo claro quién no va a perder el partido del domingo.

En Vigo casi todo el foco se ha puesto en la gente, en el entorno, en el ambiente y en generar la presión necesaria para empujar al Celta a una necesaria victoria ante el Barcelona y no tener así que poner el destino en manos de Bordalás. Pero corremos el riesgo de olvidar lo más importante, que hay que ganar un maldito partido de fútbol. El Celta, este equipo deprimente que pareció irse de vacaciones hace dos meses, necesita soluciones también dentro del campo.

El aliento de la grada con seguridad le empujará y ayudará a dar un extra, pero la última palabra está en ese vestuario que no acertó a ver el peligro que corrían cruzando esa zona de la sabana y hoy son la cebra herida en la que el león del descenso ha fijado la vista. De ellos depende encontrar ese quiebro final que les permita escapar de una muerte que en este caso no viene “tan callando” que decía Jorge Manrique sino pegando terribles rugidos.

"A estas horas tengo claro quién no va a perder el partido del domingo"

Uno se va haciendo mayor y empieza a repetir determinadas historias. Hoy es un buen día para traer de nuevo a escena a “Charly” Körbel, uno de mis favoritos. Estaba cerca de cumplir los dieciocho años cuando una noche sonó el teléfono de su casa. Le llamaba el entrenador del Eintracht de Frankfurt, Erich Ribbeck, para hacerle una simple pregunta: “¿Estás preparado para jugar el domingo contra el Bayern?” Se le habían lesionado los centrales y no había otra opción que darle la alternativa a aquel muchacho espigado que tanto llamaba la atención en el equipo juvenil. Respondió con un par de balbuceos y a la mañana siguiente ya estaba entrenando con el primer equipo.

Días después de aquel sobresalto telefónico Körbel firmó un brillante marcaje al “Torpedo” Müller que resultó esencial en la victoria del Eintracht por 2-1. Al día siguiente no se hablaba de otra cosa en la ciudad. Comenzaba así la carrera del futbolista que más partidos ha disputado en la historia de la Bundesliga. Seiscientas dos tardes “Charly” Körbel se enfundó la camiseta del Eintracht. Nunca quiso otra sobre su piel. Fueron en su busca clubes italianos, ingleses y los grandes de la Bundesliga cargados con dinero y grandilocuentes promesas, pero siempre encontraron en su interlocutor una sonrisa, una palabra de agradecimiento y un “no”. Aquella era su casa, aquel era el equipo de su abuelo. Razones suficientes.

La vida del Eintracht no se entiende sin él. Estuvo presente en los veinte años más movidos de la historia del club alemán. Solo media docena de partidos estuvo sentado en la grada durante ese periodo. Conoció los días felices, pero también los grises. Ya retirado muchas veces ha hecho un repaso a lo que fue su carrera. Abundan en esas entrevistas las preguntas sobre la gloria, sobre los cuatro títulos de Copa que paseó ante sus fervorosos hinchas o la UEFA ganada en 1980 tras eliminar en una histórica semifinal al Bayern de Múnich. Körbel siempre pone esos episodios en un segundo lugar y regresa a su escenario favorito. Para él sus días más importantes en el club fueron los partidos contra el Saarbrücken y el Hannover en la última jornada de Liga y en los que el club de su vida se jugaba la permanencia.

“Nada hay como eso”, explica años después. “En esos días es donde se mide el verdadero carácter de un futbolista. La tristeza de perder una final dura unas horas, unos días, unos meses tal vez…la de un descenso puede durar una vida. Hay clubes que no vuelven, por eso nada se le puede comparar”. Körbel y el Eintracht se libraron en 1984 del descenso y cinco años después volvieron a verse en la misma situación angustiosa. Tenía ya 37 años y estaba muy cerca de la retirada. Por nada del mundo quería emborronar una carrera impecable con un episodio dan doloroso como verse en Segunda División. Los días anteriores, cargados de tensión y nervios, tomó uno de esos riesgos que no solía en el campo. Se acercó a los medios de comunicación con la intención de lanzar un mensaje que llevaba días en su cabeza. Contestó unas cuantas preguntas convencionales y finalmente dejó la sentencia: “Mientras yo vista esta camiseta el Eintracht nunca descenderá”. Días después, Karl Heinz Körbel (Charly era su nombre de guerra) anotaba ante el Hannover el gol que suponía la salvación del equipo de Frankfurt. Años después, sus seguidores aún le paran por la calle para darle las gracias por el gol y por aquella frase que les hizo creer que nada malo les podría suceder.

Veo estos días la angustia que transmite el Celta, ese pánico que impide a sus piernas obedecer las órdenes que salen del cerebro y suspiro por la aparición de un Charly Körbel. De ello depende el futuro porque a los aficionados no pueden pedirles que bajen a rematar los corners. Es eso o soñar con ver a Bordalás dando el pregón de la próxima Reconquista.