Libre Directo

La elección de Gabri

Gabri sujeta el trofeo de mejor jugador de febrero de la Liga.

Gabri sujeta el trofeo de mejor jugador de febrero de la Liga. / RCCelta

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

En mi vida no he conocido persona más enamoradiza que Miguel Ángel, un compañero de facultad allá por Salamanca. Era guapo, estudioso, deportista y de buenos modales, por lo que me sorprendía que las parejas le durasen tan poco tiempo. Algo fallaba ahí porque siempre eran ellas quienes un día le decían que no volviese a llamar. Los amigos desarrollamos diferentes teorías al respecto –la mía, bastante benévola, era que huían de sus faltas de ortografía–, pero nunca concluimos nada definitivo. Con el tiempo, aquello que tanto nos divertía comenzó a generarle cierta angustia y después del primer cine su preocupación pasaba a ser cuánto tiempo aguantaría la chica en cuestión a su lado.

He recordado estos días a Miguel Ángel viendo el desconsuelo con el que una parte de los aficionados del Celta viven la explosión de Gabri Veiga. Sus cabezas han empezado a despedirse de él antes de aprender a disfrutarle. Como Miguel Angel con sus parejas, como el turista que al bajarse del avión ya empieza a contar los días que le faltan para volver a casa.

Los goles del porriñés les provocan una mezcla extraña de sentimientos, una alegría loca que desemboca en inmediata desazón, y cada vez que prenden la televisión y se encuentran a un sesudo analista levantándolo ante toda España como si fuese el cachorro del “Rey León” sienten que una parte de ellos se muere en esa permanente exposición. “Qué poco nos va a durar”, murmuran mientras esperan a que el semáforo se ponga verde y Twitter añade otro equipo en la lista infinita de pretendientes.

No tiene sentido el sufrimiento. Gabri pertenece a esa clase de futbolista bendecido por los dioses, dueño de su destino y para quien cualquier sueño, por ambicioso que parezca, es posible. Solo él, su familia y su agente tienen la respuesta que todo el mundo tiene una innecesaria prisa por conocer.

Conviene vivir con naturalidad una situación tan feliz como imprevista. Porque nadie lo vio venir por mucho que escuchemos o leamos a los videntes del día después darse golpes en el pecho porque ellos ya habían radiografiado a Gabri Veiga cuando jugaba en la categoría chupete. Se intuía un valor seguro, un jugador de Primera que haría con seguridad carrera en el Celta, pero ahora mismo asistimos embobados a la irrupción más salvaje de un canterano en la máxima categoría desde que Hándicap tuvo la idea de fusionar al Vigo y al Fortuna. Y eso ha modificado por completo las reglas del juego.

Hay quienes miran al club y reclaman con vehemencia medidas urgentes para evitar la posible salida de Gabri en un plazo corto de tiempo. Subirle el sueldo, aumentar la cláusula, secuestrar a su agente… Nada tiene sentido. El Celta le puso un precio de cuarenta millones a un futbolista que, no olvidemos, hace pocos meses jugaba minutos residuales con el primer equipo. Esa tarifa era completamente razonable. Parecía un blindaje adecuado hasta que su explosión se ha llevado cualquier previsión por delante.

A quien vela por sus intereses no le conviene cambiar las condiciones porque saben que habrá una lista numerosa de equipos dispuestos a pagar esa cifra y a multiplicar por cuatro el mejor sueldo que el Celta pudiese ponerle. Si el precio aumenta antes de la apertura del mercado, tal vez esa colección de equipos ya no sea tan amplia y en la criba se caiga alguno de los destinos que más ilusión pudiesen hacerle. Por eso, mientras el palco de Balaídos se llena cada domingo de ojeadores de clubes de la Premier League mirándose con recelo mientras fingen indiferencia, nadie moverá sus posiciones estratégicas.

Queda luego el lado sentimental que tanto se esgrime en estas situaciones. Piden los románticos que Gabri sea el Iago Aspas de la próxima década y que el club haga lo que sea para que permanezca en el equipo de su vida porque “esa era su ilusión desde pequeñito”. Me fascina siempre la capacidad que la gente tiene para jugar con el futuro de los demás, con sus sueños y sus cuentas corrientes.

Hay cosas que el Celta no puede darle a Gabri. Del mismo modo que a Bajcetic no podía ofrecerle un Anfield puesto en pie; en Vigo hay metas que el porriñés no podrá alcanzar. Pelear por ganar títulos todos los años, disputar la Liga de Campeones, jugar en estadios míticos, defender camisetas legendarias…yo qué sé. Solo a él le corresponde elegir el sueño que quiera perseguir. Ojalá fuese quedarse en Vigo toda la vida, o madurar un tiempo en el Celta antes de volar...aunque cuesta creerlo teniendo en cuenta el mundo que se abre ante él y lo incierto que es a veces el fútbol.

Gabri sabe lo que vale hoy, no lo que puede suceder mañana. En este escenario al Celta solo le reclamo que sea inflexible con el precio, que disimulen y eviten ciertas exposiciones públicas y que Gabri nunca se quede con la sensación de que hay esfuerzos que no estaban dispuestos a hacer por él. Y a partir de ahí, que el chaval decida en paz.

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