Hay cosas que permanecen inalterables en el Celta. Casi todo cambia para seguir al final en el mismo sitio. Se renueva la plantilla, entran una decena de caras nuevas en el vestuario, la plantilla sufre la mayor transformación en una década pero el germen de pegarse un tiro en el pie sigue vivo. El respeto a las costumbres por encima de todo. Ayer esta vieja tradición captó un nuevo socio: Óscar Mingueza. Salió el central catalán a jugar el descuento de un partido que el Celta tenía aún cogido con pinzas. Solo veinte minutos antes parecía a buen recaudo gracias a los tantos del inclasificable Iago Aspas y de Gonçalo Paciencia. Pero un gol de Expósito en una jugada aislada del segundo tiempo alimentó la incertidumbre de cara a la recta final. Y llegó entonces el último minuto. Mingueza, presa del entusiasmo del estreno, metió el pie donde no debía para castigar el gemelo de Joselu que, de espaldas y sin el balón controlado, no suponía una amenaza. La jugada reclamaba otra solución. El árbitro no se enteró del suceso, pero sí el VAR, que delató a Mingueza. Y Joselu no perdonó a la hora de ejecutar a Marchesín. El Celta se quedó en el campo con la cara de quien llega a casa después de un viaje en el metro y descubre que no tiene la cartera donde acostumbra. Su estreno liguero, que parecía feliz después de encontrar soluciones a los desafíos que le planteó Diego Martínez, se había arruinado de un modo absurdo. Con el equipo sin el rodaje necesario y a la espera de sus últimos retoques el revés resulta incómodo porque estas victorias tienen una importancia gigantesca ya que permiten ir llenando la despensa ante de tiempo.

El triste desenlace fue la peor noticia de un día que el Celta había sabido reconducir con acierto y buen criterio. En el primer tiempo fue incapaz de soltarse de la tela de araña en la que le había enredado Diego Martínez. El técnico vigués, en su vuelta a los banquillos tras un año sabático que dedicó a mejorar su formación, planteó el partido de forma perfecta. Pese a su alarmante escasez de efectivos encontró recursos suficientes para hacerle daño al Celta. Eligió bien dónde presionar, cómo complicar la salida del balón y cerrar de paso los caminos que llevaban a Aspas. Sin muchas ocasiones, el partido se desarrolló siempre cerca de lo que había sido dibujado en la caseta del Espanyol. Poco dijo el Celta en ese primer tiempo, desconcertado y algo perdido sin forma de encontrar a sus medios, sostenido por la firmeza de Aidoo –que se tragó a Joselu– y la seguridad de Marchesín que resolvió con eficacia el trabajo que le llegó a su área. Pero en el último minuto del primer tiempo se hizo la luz. Oscar Rodríguez, a quien le cuesta asumir la dirección del juego y apareció en acciones contadas, colocó un balón magnífico al área, Solari realizó una dejada prodigiosa con la cabeza y Iago Aspas puso su dosis de magia. Un toque sutil, extraordinario, con la pierna derecha para ganar la acción al central y colocar el balón junto al palo derecho de Lecomte.

El gol reactivó al Celta que salió en el segundo tiempo como si el partido comenzase en ese momento. La ventaja alejó temores y refrescó las piernas del grupo de Coudet. Todo lo contrario sucedió con el Espanyol que le perdió el paso al choque. Por si fuera poco Coudet acertó al dar entrada a Tapia por Solari. De golpe mejoró la circulación del Celta, la salida del balón y la presencia en campo contrario. Los centrales encontraban con facilidad a Beltrán, a Tapia o a Oscar para iniciar el juego. Ese paso tan sencillo cambió por completo el panorama porque ayudó a la hora de presionar, de recuperar y acortó las distancias para llegar al área contraria. Fue el mejor momento del Celta que en ese tramo se sintió cerca de lo que pretende su entrenador. En una de esas oleadas Gonçalo Paciencia se hizo grande para controlar un balón y descargó con acierto hacia la izquierda. Javi Galán puso un buen centro y el delantero portugués, que había olfateado la oportunidad, llegó al segundo palo como un mercancías para conectar un poderoso cabezazo por encima del central y poner el 2-0. Paciencia, a diferencia de lo que históricamente ha sucedido con los compatriotas que vistieron esta camiseta, parece haber caído de pie en el Celta.

Paciencia, a diferencia de lo que históricamente ha sucedido con los compatriotas que vistieron esta camiseta, parece haber caído de pie en el Celta

Los vigueses parecían tener todo controlado. El Espanyol, que ya no encontraba al magnífico Darder como en el primer tiempo, parecía fuera del partido. Coudet dio entrada a Carles Pérez con la intención de sacar provecho a los veinte minutos en plenitud que ahora mismo le puede dar el catalán. Con los “pericos” casi sin aliento parecía un buen plan. Pero a veinte minutos del final todo se complicó en una sucesión de malas decisiones que nacieron en un mal pase de Unai Núñez.

Hasta el momento no se había complicado en una sola jugada, pero el 2-0 y la sensación de tener al Espanyol sometido le llevaron a tomar un riesgo innecesario. Recuperaros los barceloneses que se encontraron una autopista para llegar al área. El centro lo despejó Aidoo, como siempre, hacia la frontal del área donde llegó Expósito sin que nadie se hubiese preocupado por perseguirle. Su remate cruzado fue inapelable. El 2-1 alimentaba la incertidumbre, pero sin embargo no cambió en exceso el escenario porque el Celta mantuvo el manejo del partido mientras el reloj acercaba el final del partido. Coudet dio entrada a Gabri Veiga y en los últimos instantes eligió jugar con tres centrales para que Mingueza le ayudase en los centros laterales. Un exceso de prudencia porque hasta ese momento Aidoo y Unai habían solucionado el trabajo con esmero. En esa confusión final el Espanyol encontró un tesoro en el último minuto del descuento. Mingueza, algo desbocado, golpeó a Joselu en el área por detrás en una jugada completamente innecesaria y el VAR llamó la atención del árbitro que, tras una rápida consulta, señaló la pena máxima. El delantero de Silleda superó a Marchesín en el mano a mano y dejó al Celta con la cara de quien espera que alguien le diga que aquello había sido una inocentada.