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En diferido

¡Tolerancia cero!

Santi Mina y David Goldar, en el juzgado de Mojácar Carlos Barba

Esto no va de celtismo. Ni siquiera va de fútbol. No va tampoco de la estigmatización del idílico edén en el que viven el futbolista y esos jóvenes multimillonarios que medraron por doquier en la última década. Tampoco es disculpa el comportamiento tan controvertido y denostado hacia el que ha derivado hoy en día la comunidad postadolescente y con el que, del mismo modo, se puede estar o no de acuerdo.

Si me apuran tampoco va de la habilidad de los letrados en el proceso legal. Ni del desarrollo de la propia causa judicial que ha determinado una condena de cuatro años de cárcel contra un acusado que tiene derecho a recurrir la sentencia. Esto va de un daño irreparable para dos partes. Sí, para las dos. Porque esto va de una actitud y una conducta con consecuencias distintas, pero especialmente graves para ellas (las partes) y para sus entornos más cercanos. Confundir esto con la juventud, con estratagemas judiciales, con el deporte o con el club de nuestros amores es un craso error. Esto –cuando la verdad prevalece sobre la interpretación– va de vida. Esto va de que contra un sujeto – sea quien sea–, que con su comportamiento –cualquiera que sea– cercena la libertad individual de otro ser humano, dos palabras: ¡Tolerancia cero!

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