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Una bomba con retardo

Hace tres años el Celta fichó a Santi Mina pese a la acusación que pesaba sobre él con la esperanza de que algo evitase el episodio de ayer, que ya forma parte de la historia negra del club

Santi Mina lamenta un fallo en Balaídos. RICARDO GROBAS

Hace solo tres años el Celta afrontó la llamada “operación retorno”, un ambicioso movimiento de mercado que resultó muy celebrado por el refuerzo deportivo que suponía para un equipo que había salvado el cuello de milagro y por la carga simbólica que encerraba de cara a sus aficionados. A cambio de Maxi Gómez, ansioso por volar a Valencia, el club vigués repatriaba a Santi Mina y conseguía el dinero necesario para afrontar otras operaciones como el anhelado fichaje de Denis Suárez, a quien el Barcelona le había abierto la puerta de salida a modo de torniquete de urgencia con el que frenar la hemorragia de su descarriado límite salarial. Parecía un plan perfecto, sin apenas fisuras. El movimiento reunía coherencia empresarial, deportiva y sentimental. El Celta se reforzaba con su propia sangre, con futbolistas jóvenes y contrastados que habían abandonado el hogar familiar en un tiempo de apreturas económicas para volver convertidos en profesionales contrastados.

Pero había un problema, aunque en aquel momento se reparó poco o nada en él. Santi Mina regresaba a casa con una oscura mancha que nadie midió de manera exacta. Y si se midió se hizo de forma deficiente. En 2017, solo dos años antes de su festivo regreso a Balaídos, se habían producido en Mojácar los hechos que mucho tiempo después han acabado con la condena por abuso sexual del delantero vigués.

En verano de 2019, cuando estampó su firma en el nuevo contrato, el caso había comenzado su recorrido judicial, pero eso no frenó al Celta a la hora de unir su camino con el de Santi Mina. Un terrible error de cálculo. Los tiempos de la justicia en este país son dolorosamente lentos, pero era muy probable que en algún momento estallase esa bomba cuyo reloj había comenzado a correr en una caravana aparcada en una playa de Almería. Resultaba casi seguro que el capítulo final de esta historia se produjese con Santi Mina vistiendo la camiseta del Celta y eso suponía un evidente riesgo para la institución que asumió ese peligro.

Pero en el club siempre existió la esperanza de que alguien (sobre todo gracias a un acuerdo extrajudicial) detuviese esa cuenta y el episodio de ayer, con el nombre del equipo vigués abriendo los informativos de deportes de algunas televisiones nacionales, nunca llegase a producirse. A ese clavo se aferraron, casi siempre alentados por la versión que llegaba del entorno del futbolista. Durante este tiempo cuando el Celta tenía que referirse al “asunto” (solo en contadas ocasiones) echaban mano de ese lugar común que es la presunción de inocencia y con el que uno puede ir tachando fechas en el calendario mientras cruza los dedos para no verse obligado a tomar medidas más comprometidas. Mientras tanto, Santi Mina ha podido eludir el tema públicamente con cierta facilidad durante estos tres años. Para él ha resultado sencillo porque desde que regresó al Celta no ha concedido entrevistas personalizadas ni ha protagonizado rueda de prensa alguna. Se ha puesto delante de los micrófonos solo para piezas realizadas por el departamento de comunicación del Celta o para “canutazos” inmediatamente después de la conclusión de un partido y en los que la Liga deja preguntar sólo sobre lo sucedido en el terreno de juego. Era como si el caso no existiese. Estaba ahí, pero nadie veía hacia él aunque las manecillas del reloj siguiesen dando vueltas de forma imparable.

Entonces apareció 2022. Se acabaron los días para un posible acuerdo entre las partes y la realidad comenzó a abofetear con fuerza a sus protagonistas, algo que resultaba fácil de apreciar cada vez que Mina pisaba el terreno de juego. Llegó el juicio en Almería, las imágenes del futbolista sentado en el banquillo de los acusados junto a su amigo David Goldar, las declaraciones de los forenses, de los testigos, los interrogatorios, los debates paralelos, las conclusiones finales, las cinco semanas de espera y finalmente la sentencia que condena al jugador a cuatro años de cárcel y que escribe el final de Santi Mina como jugador del Celta. Sucederá a su tiempo porque la entidad debe protegerse a la hora de tomar determinadas decisiones, pero nadie piensa en otro desenlace para este terrible episodio en la historia del club. Durante estos tres años, y aunque mantuviesen la esperanza de encontrar otro final, los responsables del Celta han tenido tiempo para preparar la mejor forma de cerrar un caso que daña gravemente la reputación y el nombre el Celta. La falta de cálculo entonces no debería repetirse ahora. Aquella ilusión de que la bomba nunca llegase a explotar y no salpicase al club acabó por desvanecerse. Ahora toca limpiar.

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