Una de esas películas discretas que se solucionan gracias a un final grandioso. Como si el guionista hubiese imaginado una solución perfecta, pero no tuviese muy claro cómo llegar a ella. Minutos de metraje innecesario que confluyen en un desenlace vibrante y lleno de emociones que permiten al espectador marcharse a casa con un gran sabor de boca. Al final es el recuerdo que perdura, el que viaja en la memoria de los aficionados. Por eso de lo sucedido ayer en Balaídos, de esos últimos minutos, de ese descuento cargado de adrenalina, se hablará de mucho tiempo y nadie dedicará un minuto al tramo pastoso en el que el Celta manejó de forma burocrática a un Mallorca que se dedicó a vivir de la generosidad defensiva de los vigueses.

Vayamos pues a ese momento dramático que convirtió una tarde más en un episodio único. Sucedió cuando el Celta dominaba por 3-2 y trataba de gestionar los últimos minutos de partido. Ya había hecho Coudet sus cambios de manual para sacar de la escena a Cervi y Beltrán –algo que nunca ha mejorado al equipo, pero que él sigue replicando– y el Mallorca trataba de forma atropellada de igualar por tercera vez el partido. Las dos primeras veces sucedió gracias a la bondad del Celta, pero en este tramo del partido la firmeza de Aidoo y Araújo mantenían a raya al rival. En el minuto 86 Muriqi enganchó un peligroso disparo que Mallo desvió ligeramente a saque de esquina.

Con los jugadores esperando el lanzamiento se produjo una de esas escenas absurdas del fútbol moderno. Un parón que nadie entiende y miradas que buscan respuestas. Y de repente el árbitro que sale corriendo hacia la pantalla del VAR. Allí Ortiz Arias observó una serie de imágenes que trataban de justificar un posible penalti por mano de Hugo Mallo. Ni una sola toma servía para demostrarlo, pero aún así, se fue al punto fatídico. El acto de fe en el que se ha convertido el arbitraje. En ese momento hay que pitar lo que dice el colegiado de Las Rozas, una forma incomprensible de entender la justicia.

El daño para el Celta fue doble porque Hugo Mallo vio por esa aberrante acción la segunda amarilla y dejó al equipo con uno menos para el arreón final. Salva Sevilla marcó el penalti y dejó al Celta en una situación delicada para afrontar el descuento y a la grada, de uñas y con ganas de emprenderla a pedradas con la terminal del videoarbitraje.

Para esos seis minutos de tiempo extra dejó el Celta lo mejor de la tarde. Un arranque de orgullo y coraje que confirma que este equipo es mucho más entretenido cuando se le sueltan las riendas y juega más con el corazón que con la cabeza. Seguramente no es lo más conveniente a ojos de un entrenador, pero sí para los aficionados. El Mallorca se asustó y el Celta se lanzó de forma desatada en busca del rival. Nadie podía suponer que estaban jugando con un futbolista menos porque todos se multiplicaron. Especialmente Iago Aspas que generó espacios de forma insistente y Denis Suárez. Ellos tuvieron el desenlace del partido en sus botas.

Primero fue el moañés con un disparo que salió acariciando el palo derecho y en la última jugada del partido el protagonismo recayó en el salcedense. Suárez se lanzó en una misión casi suicida contra la defensa del Mallorca, les desbordó por pura fuerza y desde la línea de fondo trató de poner un centro. El balón tocó en la mano de un defensa y Ortiz Arias, de forma inmediata, señaló el punto de penalti. No le hizo falta la ayuda tecnológica. Iago Aspas se encargó de lanzar y, aunque lo hizo de forma mejorable, el balón pasó por debajo del cuerpo de Soria y acabó en el fondo de la red. La apoteosis en Balaídos que gritó el gol de forma inversamente proporcional a la importancia del choque.

La gente salió de Balaídos con la tensión por las nubes. Para ellos ya era historia casi todos los minutos de tedio que habían precedido el ataque de locura desatado por el exagerado intervencionismo de un señor desde Madrid. Hasta ese momento el Celta había dominado en el marcador un partido en el que remató más que jugó. Porque a diferencia de otras tardes, los de Coudet, prudentes con la pelota y sin acelerar en exceso el ritmo del juego, sí tuvieron más colmillo en el área de Sergio Rico. Otras veces se ha echado más de menos ese detalle para trasladar al marcador su dominio. El problema fue que cada gol céltico venía acompañado de un regalo incomprensible.

Después del gol con el que el meritorio Galhardo rompió su mal fario llegó una calamidad colectiva en la que intervinieron Aidoo, Galán (por ausencia) y Dituro; el tanto de Denis Suárez que culminó la mejor jugada del partido de los vigueses fue neutralizado por un gol en propia meta de Aidoo en el arranque del segundo tiempo. Por fortuna el Celta encontró el tercer gol en otra buena jugada de ataque en la que Aidoo envió un balón a la espalda del lateral, Cervi tuvo el instinto para poner la pelota atrás y Iago Aspas la contundencia para sacar un remate seco que dejó sin respuesta a Rico.

Era el 3-2, el gol que volvía a poner al Celta por delante y que parecía definitivo teniendo en cuenta el ritmo cansino en el que se movía el partido. A los vigueses les pesaba la prudencia y a los mallorquines el miedo. Hasta que Del Cerro Grande desde Madrid dio paso a la locura y allí mandó el Celta para seguir agarrado a la esperanza de pelear por viajar a Europa.