El Celta no es un equipo serio. No puede serlo quien cada semana arruina su trabajo de la forma más absurda y ridícula posible. Corre el Celta con una mochila que él mismo se encarga de llenar de piedras y que le impiden alcanzar la velocidad necesaria para instalarse en la zona cómoda de la clasificación.

El esperpento que el equipo vive en Balaídos –donde solo ha ganado un partido y en el descuento– vivió ayer otro episodio grotesco. El Valencia, el más ramplón que se recuerda en Vigo y que llegaba con una alineación de circunstancias debido a las bajas, se llevó los tres puntos casi sin querer. Le bastó con sentarse a esperar y aprovechar los incomprensibles regalos de un Celta que de manera infantil tiró por la borda un partido que había encarrilado gracias a una genialidad de Iago Aspas. Pero este equipo es su propio enemigo y compite contra sí mismo más que contra el rival, una catástrofe que amenaza con arruinar la temporada.

El partido tuvo un arranque espectacular gracias a Iago Aspas, que es el hombre orquesta del Celta. El delantero tardó un suspiro en dejar claro que la noche iba a ser muy larga para la defensa del Valencia, recompuesta por Bordalás como buenamente podía. Presionó el Celta una salida del rival con acierto y Iago se quedó frente a Alderete. Le tiró una bicicleta y sacó luego un remate con la puntera al palo largo que Cillessen solo pudo ver pasar de largo. En el instante del disparo el futbolista moañés sintió un pinchazo y, consciente de que tenía cuatro amarillas y tal vez le tocaba descansar el viernes en Mallorca, se quitó la camiseta para ganarse una amarilla y matar dos pájaros de un tiro. Todo lo procesó en unos segundos. La jugada del gol y la estrategia posterior. Hay más fútbol en ese minuto que en tratados enteros que se hayan hayan escrito sobre este deporte. La pueba de que estamos ante un futbolista excepcional. La sola idea de imaginar un Celta sin él hiela la sangre.

Iago se marchó del partido en el minuto diez, pero lo hizo con su trabajo hecho. Otra vez el Celta examinaba su capacidad para sujetar un marcador, su madurez. Una prueba interesante teniendo en cuenta que en Balaídos hay una vía de agua por la que se han escapado puntos a borbotones. Y una vez más fracasó. Siete minutos tardó en pegarse el primer tiro en el pie. Estaba el Valencia incómodo porque no encontraba la forma de llegar con el balón limpio al campo del Celta, más intenso en la presión y en los balones divididos. Pero entonces Dituro decidió ponerle la guinda a su mes catastrófico. Regaló un gol contra el Villarreal; repitió la semana siguiente en Vitoria y completó la serie ayer. Araújo le hizo una cesión y él, en vez de sacarse la pelota de encima, cayó en ese pecado del fútbol moderno que consiste en que los porteros vivan en el alambre. El pase se quedó muerto en el área; Tapia fue flojo a la disputa y Hugo Duro marcó a placer. Lo que tanto cuesta conseguir el Celta lo lanzó a la basura en un pestañeo.

Levantarse de la lona después de esa bofetada no era sencillo. El Celta le puso interés al menos. No se puede reprochar nada de su actitud; casi todo de ciertas decisiones. La defensa del Valencia tiritaba ante cada llegada de los vigueses –lo que hacía más dolorosa de ese Iago Aspas que venía mejorando cada semana–, pero al Celta le faltaba un poco de dinamita. Coudet recompuso la delantera con Brais ejerciendo de Iago Aspas y Beltrán en el costado derecho del medio del campo. Eso mató la banda derecha del ataque vigués y dejó todos sus recursos pendientes de lo que sucedía en el otro costado donde Javi Galán y Cervi –otra de las novedades en la alineación– le hicieron un buen lío a Piccini, desbordado por completo. Pero el Celta no fue capaz de convertir en ocasiones su dominio y mayor intensidad. Sobraba alboroto y faltaba claridad en esos últimos metros.

Pero el Celta aún tenía guardado otro pase de su función para el arranque del segundo tiempo. Esta vez fue Kevin Vázquez el principal protagonista. Recibió un balón de Dituro y lo perdió de manera estrafalaria. Gayá colocó un balón a la frontal del área y Araújo cometió un error de cálculo y colocación. Cuando quiso cortar el balón le había superado y Maxi Gómez estaba frente a Dituro. Tres meses llevaba el uruguayo sin anotar y ya se sabe que esa es una de las especialidades del Celta, resucitar muertos y levantar la moral de quien llega con ella por los suelos.

Maxi marcó y condujo el partido a otra carrera alocada contra el reloj, con la salvedad de que enfrente estaba Bordalás. El Valencia fue cerrándose en torno a Cillessen y Coudet echó mano de los recursos que tenía en el banquillo. Poco. Primero Nolito y luego Solari. No aportaron casi nada. Las posibilidades del Celta quedaron en manos de que Santi Mina, incansable, cazase alguno de los centros. Pudo marcar en un gran cabezazo que sacó Cillessen y también en una chilena de Brais que también murió en las manos del portero neerlandés.

En esos minutos Denis Suárez, aislado en el medio del campo por el deficiente partido de Tapia, tiró del equipo lo que pudo aunque ahora mismo no le da para ser diferencial. Pero se le puede agradecer su esfuerzo en esos minutos de zozobra en los que el Valencia trataba de sentenciar en algún contragolpe y en los que el Celta empujaba aunque de un modo deslabazado, incoherente. Era una cuestión más de orgullo que de fútbol. Murieron los de Coudet en el área de Cillessen soñando con un gol que salvase la noche o con un gesto de piedad del Valencia. Pero hay pecados que solo el Celta es capaz de cometer. El resto de los equipos tienen un mínimo de seriedad.