Empate valioso para abrir la cuenta y por todos los factores contrarios que afrontó ayer el Celta en El Sadar. Algunos, por los pecados propios y las virtudes ajenas; otros, por los imponderables del fútbol. La Chachoneta no carbura. Es la de siempre en sus intenciones y la de nunca en su ejecución. Sigue con sus mecanismos desajustados. Lo que pareció ante el Atlético lógico por la entidad del rival se ha demostrado como interferencia interna. Eduardo Coudet necesita acertar con sus herramientas y rentabilizar mejor armas como Galán, el único ayer capaz de batir líneas y pese a todo infrautilizado. El equipo celeste ha convertido en costumbre los malos arranques, que pronto se convierten en dinámicas negativas tan complicadas después de revertir. Contra el Athletic Club aguarda un encuentro similar.

Falta de sincronía

A la presión adelantada, sobre la que Coudet construye su identidad, le ha faltado sincronización. Osasuna, con mejor pie que fama, supo salvarla sin recurrir al pelotazo y así cazar descolocados a los célticos en el repliegue, que es la fase de mayor peligro en el sistema celeste. Los navarros se impusieron en todos los balones divididos; no por mayor entusiasmo, sino gracias a esa coordinación colectiva que eleva a cada jugador sobre sus batallas individuales.

Menos faltas que el rival

Ese persecución de sombras resultó patente en la primera mitad y generó datos muy significativos. Del aterrizaje de Coudet en Vigo la pasada temporada queda la racha de victorias, las fases brillantes de juego, la rehabilitación de determinados jugadores... Generó, por contra, una estadística tan importante y quizá más desapercibida: el Celta empezó a cometer más faltas que sus rivales. Faltas bien hechas, tácticas, de elección. Ayer ni siquiera llegó a tiempo de interrumpir la circulación osasunista en el primer periodo, que concluyó con 9 infracciones cometidas por los locales y solo 3 de los visitantes.

Aciertos e imprevisiones

Coudet es tan liberal en su concepción del juego como conservador en sus procedimientos. Ha montado un grupo especializado con Solari, Beltrán y Cervi. Los empleó como revulsivo de la misma manera que ante el Atlético y casi con el mismo tiempo. Nolito y Brais no necesitan ver la tablilla para saberse los sustituidos cuando perciben a sus alternativas en la banda –lo cual supone en ambos casos un cambio de pierna en consecuencia y de las trayectorias internas a las externas–. El técnico sí introdujo ayer un matiz. Se resignó a la superioridad de la medular rojilla y reunió a Beltrán y Tapia. Una maniobra acertada, que tal vez la lesión de Kevin impidió aprovechar mejor. Pero también es en cierto modo culpa de Coudet esa inferioridad numérica de los últimos minutos. Aunque toda lesión resulta fortuita, el entrenador había desaprovechado el descanso y gastado sus tres ventanas para efectuar cuatro cambios, con escaso margen entre ellos.

Cambio de criterio

Parece obvio que ha cambiado la política en el manejo del VAR; del intervencionismo de las primeras temporadas a una mayor restricción en su empleo. Estrada Fernández concedió el mayor margen posible a las decisiones y elusiones de Alberola Rojas, como una entrada a Iago Aspas susceptible de ser castigada con tarjeta roja y que no se aconsejó revisar. En la interpretación del reglamento se ha producido un cambio. Se apuesta ahora por el concepto de lo natural en la penalización de las manos. La mano de Nacho Vidal ocupaba un lugar natural, según explicó Alberola con sus gesticulaciones, y el empujón a Santi Mina debió resultar natural o de fuerza insuficiente, aunque es fácil imaginárselo como falta fuera del área. En cambio, impulsarse para cabecear hacia tu portero, ocupando un espacio que estaba vacío y al que llega la mejilla de Quique García al mismo tiempo que el brazo de Domínguez, resulta antinatural. Son dinámicas a las que los equipos tendrán que acostumbrarse en una aclimatación que no termina de asentarse. Ayer, al menos, el Celta supo sobreponerse a esos minutos de histeria en el inicio de la segunda mitad.