Durante semanas el Celta ha cabalgado persiguiendo una quimera, una fantasía en la que casi nadie creía por mucho que los futbolistas llenasen las redes sociales de llamadas a la ilusión y emoticonos esperanzadores. Europa parecía más bien un pretexto para alimentar el día a día de un equipo anclado hace semanas a esa zona de la clasificación en la que no sucede nada y el tiempo pasa demasiado lento. Se trataba de encontrar un entretenimiento, un sudoku con el que abordar las tardes más tediosas. Hoy esa fábula es más real que nunca.

El Celta ha exprimido las matemáticas hasta un punto inimaginable. Ayer sumó ante el Getafe el cuarto triunfo consecutivo para cerrar el día a solo dos puntos del Villarreal, equipo que en estos momentos ocupa la séptima plaza y al que espera un calendario realmente envenenado en los próximos diez días. Ya nadie puede decirle al vestuario de Coudet que persigue un imposible. Dejó de serlo hace bien poco. Hoy el Celta es la clase de equipo capaz de hacer cualquier cosa, de manejarse en partidos diferentes, de mudar de piel en función del compromiso, que sabe cómo dormir al rival, que sobrevive sin la mejor versión de su estrella, que no lamenta las ausencias y que da con éxito la alternativa a futbolistas que no acusan ni la inexperiencia y la inactividad.

Todo sucedió después de un partido en el que el Celta sacó oro de su eficacia y de la consistencia de su defensa, línea tantas veces vilipendiada y que ayer ofreció un rendimiento sobresaliente. Mucho más teniendo en cuenta lo extraño de su configuración debido a las lesiones y sanciones. Villar hizo dos intervenciones prodigiosas (en las únicas oportunidades de los madrileños), Aidoo fue un muro confirmando que pide a gritos más protagonismo y Carlos Domínguez, el último cachorrillo en llegar al primer equipo, sufrió en momentos puntuales del primer tiempo pero finalizó el choque como un titán.

Ellos y la complicidad del resto del equipo fueron esenciales para sujetar los intentos de un Getafe lleno de voluntad, pero sin el talento para inclinar el partido. Justo lo que tiene el Celta. Bastó una acción en la que todos los atacantes sincronizaron sus voluntades para fabricar la jugada del gol de Nolito. Hubo más talento en esos diez segundos que en los noventa y cuatro minutos que jugó el Getafe. La delicadeza contra el mecano en el que Bordalás convierte a su equipo.

Precisamente ese fútbol industrial se le atragantó al Celta en el arranque del partido, incapaz de salir de esa presión a la que someten los azulones al rival. Devoradores de oxígeno. Pero también se vio pronto que la idea de Bordalás era abusar de los centros y sobre todo atacar el costado que Hugo Mallo (que descansó de inicio) había dejado prestado a Kevin. Y por eso Cucurella monopolizó el ataque azul. Su técnico, consciente de la debilidad histórica del Celta, jugó convencido de que en las alturas estaba la solución. Pero no imaginaba que la mutación que Coudet había llegado a ese extremo.

El Celta resistió sin pestañear. Aidoo tenía un imán en la cabeza y aunque con la pelota los vigueses no eran capaces de hilvanar acciones con un mínimo de sentido, las pulsaciones no se le alteraron. Los ataques de histeria de otros momentos de la temporada cada vez que un balón volaba hacia su portería pasaron a mejor vida. Y así es como los equipos van ganando confianza. Porque tarde o temprano los buenos llegan a la cita.

Lo hicieron a partir del minuto 15. Poco después Brais, Denis y Aspas organizaron un festival en la banda derecha, un rondo lleno de plasticidad, que acabó con un centro de Denis que Mina peinó hacia Nolito. El de Sanlúcar, con su pierna mala, colocó el balón por debajo del cuerpo de Soria para adelantar a los vigueses. Era el primero y último remate del Celta entre los tres palos. No le hizo falta mucho más.

Los de Coudet, con ventaja en el marcador, se dedicaron sobre todo a la gestión del tiempo. Fundamental el comportamiento de la defensa, pero también el orden de Beltrán (siempre coherente con la pelota en los pies) y la claridad y piernas de Denis Suárez, convertido en un fondista. Solo en el tramo final del primer tiempo un par de imprecisiones, sobre todo de Carlos Domínguez, y apareció entonces la figura de Iván Villar que sacó una mano asombrosa a un remate de Angel. Otro que se ha sumado a la causa de forma brillante.

El Celta narcotizó el partido en el arranque del segundo tiempo. Que pasen pocas cosas. Eso pensaban en la caseta viguesa. Seguramente Coudet imaginaba que acabarían por encontrar una situación clara para liquidar el partido, pero las buenas intenciones con la pelota se quedaron en eso. La faltó chispa al Celta. No la tuvo Aspas, impreciso y errático en situaciones que él suele convertir en un regalo; tampoco Brais fue el de hace cuatro días. Pero los vigueses aguantaron con solvencia, lo que tiene una especial importancia teniendo en cuenta que no estaba en el campo Renato Tapia. En otro momento hubiese sido un problema insuperable, pero ayer los centrales, Beltrán y Denis se las ingeniaron para que la gente solo se acordase de él cuando lo enfocó la televisión en un palco de Balaídos.

Una chilena de Angel y un disparo lejano de Chema fueron las únicas ocasiones que fabricó el Getafe. En ambas respondió con eficacia Villar. Sucedió antes de que Coudet diese descanso a Brais y a Nolito pensando en el Camp Nou y que asomasen Solari (el mejor del Celta en el tramo final) y Holsgrove. Luego cambió el sistema al meter a Hugo Mallo como tercer central. Era hora de sellarle las juntas al partido. Y el Celta lo hizo con la madurez de los equipos que se creen importantes. Cuarto triunfo consecutivo. El sueño ha dejado de serlo. Vuela el Celta en busca de una oportunidad.