Gabriel Fernández, el Toro, rindió su primer y último servicio al Celta anotando la temporada pasada el gol que dio al equipo vigués la victoria frente al Valencia en Balaídos. Ocurrió en la segunda jornada, en Balaídos. El delantero uruguayo cruzó al fondo de la red una asistencia de Denis Suárez en el área chica con un taconazo que hizo inútil la estirada de Cillessen. Un gol de hermosa factura, aderezado con sutileza y calidad, que auguraba al Toro días felices en Vigo y hacía pensar al Celta que había encontrado un sustituto de garantías para su compatriota Maxi Gómez, vendido un mes antes, precisamente al Valencia.

La realidad fue muy diferente. Fernández ya no volvió a ver puerta y, con el paso de los partidos, su protagonismo en el Celta se fue diluyendo hasta desaparecer casi por completo. Apenas fue titular en tres de los veinte partidos de Liga que disputó con la casaca celeste esa temporada. Ni Fran Escribá, ni luego Óscar García, a pesar de las grandes dificultades que atravesó el equipo vigués aquella temporada, le concedieron oportunidades y acabó concluyendo el curso con poco más de 500 minutos sobre el terreno de juego. Las dificultades de adaptación a la Liga se adujeron como razones de su ostracismo.

Los 3,5 millones pagados a Peñarol por su traspaso comenzaron a parecer entonces un mal negocio. Y esta impresión se ha confirmado tras su cesión el pasado verano al Zaragoza. El paso por un histórico de la Segunda División debía servir al artillero para completar su adaptación y disponer de minutos antes de regresar a Vigo, pero el Toro tampoco ha cuajado en Segunda, a pesar de que el Celta incluyó en el contrato de cesión una penalización económica si el artillero no jugaba una treintena de partidos. Gracias a ello lleva jugados 22, la mitad como suplente, sin acercarse al gol. El Zaragoza incluso se planteó cortar la cesión en enero. En verano regresará al Celta, que probablemente lo volverá a ceder.