Hoy cumple un mes la última derrota del Celta. Sucedió en el Sánchez Pizjuán de Sevilla. Era el primer día que Coudet dirigía al equipo sentado en la grada porque aún tenía los papeles a medio arreglar, la tarde en la que el técnico presentó un primer esbozo de lo que pretendía dibujar en su paso por Vigo. Treinta días después el cuadro apunta a obra grande. Ayer sumó ante el Alavés su cuarta victoria consecutiva en Liga, todo un acontecimiento para un equipo que lleva varias temporadas sudando sangre para juntar un par de triunfos consecutivos. Seis años y medio hacía desde la última vez que no firmaba una serie parecida. Fue con Luis Enrique en el banquillo, en aquel final de Liga pletórico en la que los vigueses no corrían sino que volaban por España hundiendo las esperanzas de quienes peleaban por Europa, por la salvación o incluso por ganar la Liga. Eso da una idea del fenómeno paranormal que se está produciendo en Vigo donde en un mes el Celta se ha levantado de la tumba en la que él mismo se había sepultado para despedir el domingo a las puertas de los puestos que dan derecho a jugar competición europea. Los aficionados han abandonado el luto y se sientan a ver al Celta con el traje reservado para los grandes festejos.

El Alavés ha sido la última víctima del mecano con el que Coudet juguetea como un niño cada fin de semana. Como el Granada, el Athletic o el Cádiz los vitorianos fueron incapaces de entender la clase de equipo al que se enfrentaban. Porque en el Celta muchas cosas no son lo que parecen. Los futbolistas se disfrazan, confunden al rival, distraen con sus movimientos, ocupan espacios donde nadie les espera y generan una vorágine imposible para la vista de los entrenadores rivales y los procesadores de las tabletas en las que tratan de desentrañar los movimientos del contrario. Con Coudet la única consigna es moverse, atacar y recuperar la pelota tan rápido como sea posible. Tan simple y tan complejo al mismo tiempo. Ayer se vio con más claridad debido a la ausencia de Santi Mina, el futbolista que pelea con los centrales en un espacio concreto y libera a Iago Aspas. Sin un delantero en la plantilla para reemplazarle –el joven Lautaro aún necesita tiempo en el horno para retos mayores– el técnico le puso a Brais la etiqueta de delantero de circunstancias y situó a Beltrán en el sitio teórico del futbolista de Mos. Un simple cebo porque a la hora de la verdad todos los futbolistas que actuaron por delante de Tapia lo hicieron con absoluta libertad para aparecer y desaparecer por diferentes sectores. Lo dicho, como un juguete cuyas piezas puedes intercambiar para que sea lo mismo aunque parezca algo diferente. El resultado fue que el Alavés no sabía a quién debía perseguir y el Celta, con seis o siete jugadores siempre por delante de la pelota (incluidos los laterales que ya pasan más tiempo en el campo rival que en el propio) encontró permanentemente un camino para llegar al área de Pacheco.

El día solo lo pudo complicar un error de Araújo en una entrega y un resbalón de ese coloso llamado Renato Tapia en el primer minuto de partido. A partir de ahí el Celta fue una oleada interminable. Velocidad en la circulación, movimiento y las llegadas aparecían solas. Siempre en situación de ventaja, de hacer daño al rival. Solo un debe se le puede poner a los vigueses y son los pocos remates a puerta con tantas llegadas claras. Muchas ocasiones se murieron por las dudas en el disparo, por los errores en el pase final o las malas decisiones. Le sucedió a Nolito en varias situaciones y también a Iago Aspas que en la jugada más clara, mano a mano con Pacheco, prefirió dar un pase de la muerte a Nolito que no llegó a destino. Pero este Celta siempre encuentra la forma de abrir la puerta. Fue Olaza el encargado de hacerlo con uno de esos centros que realmente parecen un pase a la cabeza. Brais solo tuvo que colocar el cuerpo para que el balón dejase sin respuesta al portero del Alavés. Mucho se habla de la capacidad de motivación de Coudet, pero no puede obviarse las soluciones tácticas que le ha dado al equipo para explotar precisamente las mejores condiciones de sus futbolistas. El primer gol, como tantas cosas, es un ejemplo de ello.

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Solo una cosa podía inquietar al Celta y era el enorme gasto físico que hace, algo agravado por lo limitado de su plantilla en número. En el tramo final del primer tiempo y el comienzo del segundo se pudo comprobar. Denis, que se está dando un empacho a correr, fue quien más lo acusó. Se comprometió en exceso en algunas situaciones aunque casi siempre apareció para solucionar los problemas ese bulldozer llamado Renato Tapia. La cuestión es que el Alavés, en ese arranque del segundo tiempo, sí rondó el área del Celta y en un cabezazo de Joselu encontró su mejor ocasión pero Rubén respondió con una parada soberbia. Pero Coudet no tardó en detectar el problema y eligió proteger al equipo en un momento en el que el juego aéreo podía ser un problema. Entró el joven Fontán y en el medio situó también a Okay. Asunto resuelto. El Alavés dejó de dar señales de vida y el turco estuvo especialmente lúcido tando en el robo como en la circulación del balón. El partido regresó al guión del primer tiempo, con el Celta amenazando con liquidar el choque. Aspas avisó un par de veces antes de que Tapia resolviese una jugada comprometida con un gran cambio de orientación que acabó con el balón en los pies de Iago para que este sirviese el gol en bandeja a Brais. Cuarta victoria en el saco y el cuadro que Coudet empezó a pintar hace un mes no para de mejorar.

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