Suenan en Balaídos acordes de otro tiempo, casi olvidados. De aquellos días en los que uno se sentaba a ver al Celta con la seguridad de que iba a ser sometido a una descarga eléctrica y que lo iban a zarandear en su butaca hasta perder el sentido. El aficionado asiste hoy, entre agradecido e impresionado, a la transformación absoluta del Celta, protagonista de un cambio tan radical en las últimas semanas que sitúa a Eduardo Coudet a la altura de los mejores chamanes del planeta. A este paso no tardarán en pedirle sanaciones milagrosas. Después de mucho tiempo torturado por un juego que tenía la misma intensidad que la música ambiental de un ascensor, a Vigo ha regresado el rock duro, la locura, el desenfreno y esos partidos en los que uno le ruega al cronómetro que no corra demasiado para dejarle disfrutar de unos minutos más de alegría, de unos instantes más de ese placer infinito que es ver jugar a Iago Aspas.

En medio de una noche loca, sumaron los vigueses su tercer triunfo consecutivo –algo que no sucedía desde que Unzue se sentaba en el banquillo del Celta–, una circunstancia que les permite alejarse de la zona de descenso y adelantar en una noche a ocho equipos de Primera División. Todo sucedió tras un recital inmenso de un equipo que se ha librado de ataduras y complejos, que se ve en el espejo y se gusta, que cree y defiende lo que hace. Trabajo y mérito de Coudet, que ha cambiado el dibujo, el ánimo y que va camino de convertirse por sí mismo en la mejor campaña de abonados del club. El Cádiz se vio desarbolado en ese intercambio de golpes que propuso el Celta y que dejó resuelto el choque antes del descanso.

Todo ello hubiese sido imposible de entender, una vez más, sin la presencia de Iago Aspas en la escena. El Celta juega descaradamente con la idea de potenciar la participación del moañés porque sabe que eso, inevitablemente, traerá grandes noticias. Pura lógica. Se trata de generar improvisación dentro de una idea clara de juego y Iago se mueve por ahí como un niño en un parque de bolas. Se ha convertido en una especie de fantasma que aparece y desaparece, que surge en el área pequeña para resolver una acción, que un minuto después inicia una jugada disfrazado de Olaza y que al poco tiempo está dando el pase de gol donde debería estar otro compañero. Un martirio para las defensas rivales que no pueden trazar una estrategia porque Aspas les cambia el tablero e incluso el juego sin que ellos se enteren.

Así empezó a resolverse el partido que el Celta jugó con un equipo casi calcado al de las últimas semanas (Aidoo entró por el sancionado Murillo) haciendo bueno el dicho de que las alineaciones hay que recitarlas como si fuesen una oración. Y a los cinco minutos Nolito y Aspas ya habían enredado a la defensa del Cádiz en una jugada imposible que el gaditano culminó con un remate ajustado al palo derecho. Un golpe de realidad a un Cádiz atrevido que se fue con mucha gente al ataque y que con dos delanteros intentó generar oleadas al área que castigasen a un Celta que sitúa casi todos sus elementos por delante del balón. Con ese riesgo y esa amenaza juega Coudet. Pudo empatar Negredo en un cabezazo al palo que alertó al Celta, pero volvió la locura al área de Ledesma. Con una contundencia poco habitual, los vigueses convirtieron cada llegada al área en un gol. Más efectividad que juego. El segundo de ellos tuvo un alto coste. Aspas se inventó un pase grandioso a Mina que corrió al espacio como mejor sabe hacer, Ledesma le arrolló en el área y en la caída el delantero se dañó la clavícula. Lesión con mal aspecto que podría dejar al Celta sin un futbolista importante para este esquema, porque hace al equipo más vertical, por su trabajo y porque libera a Aspas de otras funciones. El moañés marcó el penalti y empezó a decantar la noche. Fue solo un aviso de lo que vendría porque el Cádiz bajó un instante la cabeza y el Celta le castigó con la potencia de un peso pesado. Marcó Beltrán (a quien Coudet dio entrada por Mina con la idea de retener un poco más el balón y no correr en exceso) y en los últimos instantes del primer tiempo fue Brais quien se apuntó a esta orgía goleadora en la que vive el Celta.

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Le sobraba el segundo tiempo a los de Coudet que manejaron el partido con tranquilidad aunque sin olvidarse ni un momento de aumentar la cosecha de goles. Se trata también de no perder el ritmo, ni regalarse momentos ociosos. De hecho cayeron otros tres goles (con Aspas dando un concierto acústico) pero la juez de línea, perfecta, los anuló por poco para frenar la voracidad de un equipo que también gestionó el cansancio y los esfuerzos. El técnico aprovechó para que descansasen futbolistas como Tapia, Brais o Denis que son con diferencia los que más metros están recorriendo cada partido. Mención especial merece el de Salceda que está aportando esa pausa y seguridad en el pase que se le exige a un equipo que no solo puede ser locura y desenfreno. Coudet le ha encontrado el acomodo y la paz mental que necesitaba para que se empezase a ver al futbolista con el que siempre soñó el Celta. Su crecimiento parece más difuminado porque hay una luz cegadora que lo llena todo y que se llama Iago Aspas.