Billy Bremner, el escocés pelirrojo con cara de bulldog que barría el medio del campo del Leeds, detestaba al arrogante Brian Clough desde el día que tomó posesión del banquillo y les dijo que todo lo que habían ganado hasta ese momento “podían tirarlo a la basura”. Era su forma de despreciar el estilo de juego que Don Revie, padre deportivo de Bremner, había implantado años atrás en Ellan Road para conducirle al éxito. Clough llegó con ganas de plantar fuego al pasado reciente de su nuevo equipo. Un día entró con un martillo gigante en el despacho reservado para el entrenador, destrozó el mobiliario e hizo una hoguera con la madera. No quería nada que le recordase la figura de Revie. Fichó jugadores, se libró de algunas piezas y puso de los nervios a la directiva. Pero no tocó a Bremner. Durante el viaje en autocar para jugar el primer partido de pretemporada, pese a sus evidentes diferencias, Clough se sentó al lado del escocés y comenzó a preguntarle por la familia, los niños, el clima, Escocia, la selección... El futbolista contestaba con monosílabos sin volverse apenas hacia el entrenador. Al cabo de un tiempo, cansado de la escena, decidió poner fin a la situación: “Señor Clough, si usted está buscando un amigo olvídese de mí. Yo solo seré su capitán mientras esté aquí”.

Oscar García y Hugo Mallo no viven precisamente una historia de amor. La decisión del entrenador de apartarle de la capitanía ha sido el último episodio de una convulsa relación que agrava la sensación de desorden que rodea al Celta. Que Hugo lleve o no el brazalete tendrá nula incidencia en el juego del equipo, pero sí daña la imagen del club porque golpea directamente a uno de sus símbolos. En Vigo cuesta entender que la principal mercancía que mueve el fútbol es el sentimiento. Y que hay valores, palabras y figuras que tienen una relevancia infinita en este mundo aunque no sirvan para marcar el gol decisivo del domingo. No aparecen en un balance de cuentas, ni hay partida del presupuesto donde encajen, pero movilizan tanto como un fichaje. Oscar puede sentar en el banquillo a Mallo, dejarle en la grada o pedir al club que le busque equipo porque no piensa concederle un minuto de juego. Es su derecho e incluso su obligación como entrenador. Le pagan para eso. Tocar la capitanía que Hugo se ha ganado en más de diez años de oficio o en tardes en las que ha jugado lesionado extralimita sus funciones.

Hugo debe meditar también sobre los últimos meses. Como lateral derecho su rendimiento puede caer; pero como capitán no. El capitán siempre lo es. Juegue mejor o peor, sentado en el banquillo, en la grada o delante del televisor en casa. Un capitán puede cansarse e incluso pensar que le vendría bien un cambio de aires. Pero siempre debe ser consciente de que sus gestos y su comportamiento no serán juzgados como los del resto del vestuario ni tendrán la misma trascendencia. Como tampoco lo son los mensajes que pueda dejar caer su agente o los comentarios que pueda hacer en privado. Un capitán nunca puede facilitar armamento para quienes quieran dañarle porque al final castigarán a la entidad que representa. En esta historia que ha convertido el vestuario en una subdirección general (con comisión y todo) ha faltado levantar la mirada y darse cuenta de que el gran dañado es el Celta que necesita apretar las costuras de aquellas cosas que le unen y que, en cambio, parece relajado mientras se le sueltan los puntos de sutura. Clough y Bremner lo entendieron. Eran gente difícil, pero sabían que el Leeds era más importante que ellos. La corriente se llevó en poco tiempo al entrenador; Bremner fue de los pocos que se despidió de él.