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La camiseta de Miñambres

Miñambres, sentado en la grada de Balaídos. // Marta G. Brea

A estas alturas aún no tengo claro qué quería decirnos Miñambres cuando se lanzó de cabeza al mundo textil y en una frase mezcló aquello de la camiseta nueva, la de la temporada pasada que no le gusta a tu hermano, el Corte Inglés y la paga de tus padres. Honestamente esperaba un poco más del equipo de producción del Celta que tuvo tiempo de testar la eficacia de las metáforas. Alguien debió caer en la cuenta de que había agujeros en el guion, como le pasó a Howard Hawks que tras dirigir "El Sueño Eterno" dijo aquello de "hay una muerte que no acabo de entender". En cambio al director deportivo se le entendió mejor cuando convirtió a Vadillo (¿se acuerdan de él, un chico moreno, delgado y con barbita que hasta hace poco correteaba por A Madroa?) en un jersey por el que sacas unos euros en Wallapop porque no piensas ponértelo ni bajo amenaza de muerte.

Miñambres trató el miércoles, sin mucho éxito, de dar respuesta al lógico desencanto que ha dejado este mercado en esos aficionados que por momentos confundieron deseos con realidad -el caso Rafinha, perdón Rafael, es el ejemplo más claro-- pero que también escucharon en verano promesas por boca de su presidente que han quedado muy lejos de cumplirse. Y más allá de esa enfermiza voracidad por nuevos fichajes que siempre padecen los seguidores, esta gente reacciona así porque tiene miedo. Y lo tiene porque cuando cierra los ojos aún se les aparece Oscar Rodríguez encarando a Areola para ajusticiarle en el descuento de Butarque. Ese disparo que se fue a las nubes salvó a un grupo de jugadores que estaba en Cornellá rezando el rosario y que, disminuido tras el adiós de Rafinha (perdón, Rafael), Bradaric, Smolov, Pione y algún otro, es con el que el Celta afronta la nueva temporada. Sorprende que a Miñambres le sorprenda la reacción de la calle.

Con la que tenemos encima desde el mes de marzo resulta absurdo discutir que este verano es diferente a todo lo que hayamos conocido hasta ahora. El club hizo unas previsiones que finalmente no se han podido cumplir en un mercado extraño, con poco movimiento de dinero, donde los ingresos han caído y en el que la rebaja del límite salarial que ha establecido Tebas para que no se le descontrole el corral ha llevado a muchos a resignarse y quedarse prácticamente con el mismo vestuario de la temporada anterior.

Pero el límite salarial no lo explica todo. Hay veces que rebusco en los cajones y encuentro camisetas que sinceramente no sé cómo han llegado hasta allí. Las veo con desconfianza, sospechando si son realmente mías y preguntándome en qué momento vital o bajo qué circunstancias debieron gustarme. A Miñambres parece pasarle con algunos futbolistas. Tal vez en alguna de sus visitas a A Madroa se quede observando al grupo y tras unos instantes de reflexión se pregunte: "¿Pero quién trajo a ese chico de mirada triste?" Pues tú, Felipe. Tú y tus jefes.

Al Celta no cabe tanto reprocharle este mercado, demasiado condicionado más allá de que no haya demostrado audacia para sacar adelante ciertas operaciones, sino los errores que ha cometido en el pasado reciente y que se ve condenado a arrastrar en esta delicada situación. El club llenó sus cajones de camisetas (vamos a seguir con el símil de la vestimenta) que no necesitaba o que no le sentaban bien, ha pagado por otras seguramente más de lo que valen y, por si fuera poco, se desprendió de alguna más modesta, pero que le sacaba del apuro. Y ahora las primeras (Costas, Juncá, Sáenz...) le ocupan un espacio en el armario que necesitaba para los jerseys y el abrigo que uno siempre debe tener siempre a mano para cuando llegue el frío de verdad.

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