Contra todo pronóstico, la labor de Óscar García ha quedado bajo sospecha en el último momento. Nada de esto se intuía cuando el Celta anunció la renovación del entrenador sabadellense con un amplio margen de siete puntos sobre la zona de descenso y apenas un puñado de partidos por delante para certificar la permanencia. La ardua tarea realizada por el técnico catalán para elevar el nivel competitivo del equipo se ha esfumado de forma repentina en los partidos decisivos frente a Osasuna, Levante y Espanyol, que el equipo celeste afrontó con los nervios a flor de piel, en un estado de angustia impropio de su condición profesional. En el momento decisivo, con el equipo paralizado por el miedo, se echó de menos el temple de un técnico capaz canalizar las emociones de los futbolistas, atemperar los nervios y convencer a los jugadores de la necesidad de demostrar en el campo quién era el que se estaba jugando la vida.

A Óscar, sin embargo, se le ha visto ausente en estos últimos partidos, como superado por los acontecimientos, incapaz de reaccionar él mismo a la parálisis del equipo. El planteamiento y el manejo táctico han sido cuestionables y la gestión de los recursos, pese a contar con algunas bajas importantes, improductiva. Y la deficiente lectura de las necesidades del choque y el tardío movimiento de piezas en busca de una reacción tampoco han contribuido a mejorar las cosas.

Pero el sabadellense es el hombre elegido por Carlos Mouriño para liderar su nuevo proyecto y merece el beneficio de la duda o al menos la oportunidad para iniciar un proyecto con una pretemporada al uso, sin los vaivenes vividos esta temporada por causa de la pandemia, y con un equipo armado para desplegar la idea de juego que pretende llevar a cabo.

El club, pese a lo ocurrido en las últimas jornadas, mantiene su confianza en el técnico y no contempla otra opción que la de que Óscar se siente en el banquillo la próxima campaña. Luego será la competición la que dé y quite razones.

Lo cierto es que el Celta no ha sido aún capaz de reponerse al trauma de la marcha de Eduardo Berizzo, el técnico que devolvió al conjunto vigués el esplendor de los buenos años europeos y lo hizo competir a un nivel que no se veía en mucho tiempo. Desde que el argentino se desvinculó del club por falta de acuerdo económico, todo parece haberse torcido irremediablemente. Ninguno de los que lo han sucedido ha sido capaz de sacar lustre al equipo, pese a la inversión récord en refuerzos realizada por el club.

La primera opción fue Juan Carlos Unzué. El preparador navarro llegó acompañado por el grupo de trabajo que tuvo con Luis Enrique, otro técnico que dejó una huella que su segundo, pese a no firmar una mala campaña, no fue capaz de consolidar. Desde entonces todo ha ido cuesta abajo. La apuesta por Antonio Mohamed, sin experiencia en la Liga española, resultó estéril y la cosa empeoró con su sucesor, el portugués Miguel Cardoso, con el que el equipo entró en barrena.

Acudió al rescate Fran Escribá. El valenciano consiguió salvar los muebles, pero fracasó al año siguiente cuando tuvo la oportunidad de empezar desde cero con un equipo aparentemente mejorado que no tardó en volverse a meter en problemas. Le relevó Óscar, que ha cumplido a duras penas con el objetivo.

Desde el punto de vista estrictamente estadístico, el sabadellense ha mejorado, con 1,17 puntos por partido, los registros de Mohamed (1,15), Escribá (1,04) y Cardoso (0,73), pero está por debajo de los firmados por Luis Enrique (1,30), Juan Carlos Unzué (1,33) y Eduardo Berizzo (1,48).