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Cuestión de energía mental

La falta de costumbre de competir al máximo nivel cada tres días, una de las razones de la debacle del Celta en casa del Mallorca

Los jugadores del Celta, apesadumbrados tras un gol. // LOF

De la euforia al nerviosismo; de asegurar la salvación a pelear aún por la permanencia. El partido en Mallorca ha derruido la confianza edificada por Óscar García Junyent durante las últimas semanas. Al peso de la derrota se le añade el lastre de la goleada. El Celta se ampara en las matemáticas, ese colchón reducido a cinco puntos, y en la sensación de que la debacle obedece más a factores mentales que técnicos, tácticos o físicos. El frenesí del calendario facilita la montaña rusa emocional. El olvido, antes que la mortificación, será el remedio.

"El Celta ha multiplicado por diez su seguridad defensiva", se asombraba el analista Aitor Lagunas tras la victoria en San Sebastián. No era opinión sino cálculo. La escuadra celeste, tan obsesionada en los últimos años con su fragilidad defensiva como incapaz de solucionarla, había pasado de encajar 1,41 goles por partido a 0,14: solo uno, el de la derrota ante el Villarreal en el descuento, en los últimos siete encuentros.

Recibir dos ante el Barcelona no alteró esa dinámica. Se valoró más la competitividad y capacidad de reacción de los jugadores. Suele suceder que los equipos modestos, después de sorprender a un grande, caen después ante otro de similar nivel al suyo. La derrota de Mallorca había empezado a cocinarse en Balaídos.

Para un equipo acostumbrado a controlar la posesión como el Celta, correr detrás del balón le supone un especial agotamiento. Existe otro nivel de energía muy difícil de controlar: la tensión competitiva. Pese a las arengas o la voluntad de los célticos, es muy difícil mantener ese nivel de concentración.

"Creo que el resultado de Palma responde más a lo difícil que es competir cada tres días a maximo nivel", valora un entrenador de máxima categoría. La mayoría de los efectivos de la plantilla céltica no está acostumbrados a citas de la máxima exigencia con esa frecuencia. E incluso aquellos que han militado en equipos poderosos, como Denis Suárez o Rafinha, tal vez no llegaron a cuajar por esa misma circunstancia. Teniendo el talento necesario, les ha faltado la consistencia mental. Y es quizá lo que ha provocado que escuadras tan aguerridas como Getafe y Alavés, capaces de exprimirse cada fin de semana, no hayan sabido cómo administrarse en este formato tan comprimido. Ese rendimiento en dientes de sierra fue lo que definió, por ejemplo, al Celta de Berizzo cuando tuvo que compaginar los torneos domésticos con la Europa League.

Así que el Celta saltó con fogosidad al césped mallorquín, apretó a los locales y dispuso de ocasiones. Pero careció del temple necesario para sobreponerse a las adversidades: el penalti, la lesión de Denis Suárez, el gol fantasma...

El penalti que solo existió en la cabeza de De Burgos Bengoechea, aunque tanto en directo como en diferido, también se dimirió dentro de las cabezas de los célticos. Minutos de tortuosa revisión, el disgusto y la esperanza fluctuando, y al final la sensación de injusticia de la resolución. Los psicólogos deportivos han incidido en la necesidad de trabajar sobre el control emocional en este nuevo fútbol, que mantienen en vilo los festejos y las decepciones.

Hubo cuestiones específicas: la impecable eficacia del rival en sus primeras aproximaciones ofensivas igual que de su portero, errores individuales como los nunca vistos en Murillo, la arriesgada apuesta de la segunda mitad que partió definitivamente el choque... El mismo equipo que goleó al Alavés fue goleado por el Mallorca. Todo nace y muere cada tres días. Entenderlo así será la mejor forma de preparar la visita del Betis.

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