No hubo marcha de aficionados camino del estadio, ni puestos de bufandas y rosquillas, tampoco los habituales atascos de tráfico el día del partido. Por primera vez en la historia jugó el Celta un encuentro oficial en su campo sin público en las gradas. El coronavirus obligó a seguir el encuentro ante el Villarreal por televisión desde casa o en cafeterías donde el respeto a las medidas de distancia social e higiene fue escrupuloso. Animar al equipo sí, siempre, pero con sentidiño.

Fuera del estadio se adivinaba lo que sucedía sobre el césped por los focos iluminados, los interludios musicales de megafonía, el rumor "enlatado" de una afición virtual y los gritos, estos reales, de jugadores y técnicos. Golpes de chut y pitidos de silbato. Silencios que invitan a conectar el transistor o los auriculares del teléfono móvil. El fútbol en vivo ya no se ve, pero se siente.

Dos momentos del partido de ayer en que se apreció esta extraña comunicación entre el campo de fútbol y el público alejado fueron el paradón de Rubén Blanco en el minuto 18 o la oportunidad en las botas de Rafinha en el 35, casi los únicos motivos de aplausos entre los seguidores celtistas.

El amplio despliegue policial en torno al estadio municipal vigués resultó desmedido ante la escasa afluencia de público en Balaídos. Media docena de furgonetas y agentes de la Policía Nacional se apostaron en la zona para disuadir de cualquier exceso de euforia por el reencuentro con el fútbol.

Pero la amenaza del Covid-19 ha cambiado también costumbres futboleras. Los saludos entre los celtistas son ahora más comedidos, sin grandes efusividades. Sillas y mesas en los bares están más apartadas de lo que solían. Un veterano celtista se preguntaba en una terraza: "¿Y por qué no nos dejan entrar a los socios?". A metro y medio de distancia, respondía una aficionada: "Es lo que hay, así lo manda el Gobierno, y esperemos que sea para bien".

Apenas la mitad de los locales de hostelería de Balaídos abrieron sus puertas ayer por la tarde, con el aforo reducido según las reglas que impone la situación sanitaria. Con mascarillas los camareros y casi la totalidad de los pocos transeúntes. Solo clientes habituales o quienes se apuntaron a listas de cita previa tuvieron la ocasión de presenciar el partido de Liga desde los bares del entorno, a apenas unos cientos de metros de los jugadores.

Raro y extraordinario

En la terraza de la bocatería La Kabaña, varios amigos se reunían de nuevo para animar al equipo, tres meses después del último encuentro. "Es raro y extraordinario", resumía Miguel Cabaleiro mientras veía de reojo el televisor. "Seguimos la tradición, cuando hay partido siempre venimos a Balaídos porque somos celtistas de corazón; así parece que estamos más cerca de ellos", dice señalando el estadio.

Como gesto de comunión con los hinchas ante el obligado cierre del coliseo, el club permitió a unas 60 personas ver el partido en directo desde el Salón Regio de A Sede do Celta, en la calle del Príncipe.

En la cafetería Don Balón, frente a la grada de Tribuna, la vuelta a la "normalidad" pasó por una lista de inscripción para ver el choque en directo en las pantallas del interior. En la terraza dos jóvenes celtistas, Goyo y Manuel, ansían que alguno de los jugadores locales "marque gol, que lo escucharán dentro". No sucedió, pero las ganas están ahí.

"Tal vez era mejor que dieran por acabada la liga, así nos salvamos", confesaba uno de ellos a la vista del juego anodino que ayer mostró el equipo celeste. Como a la mayoría de los espectadores, les sorprendió que la retransmisión televisada incluyese público "virtual" en las gradas de Balaídos, "como en el Fifa [el videojuego]", explican. "Nunca Balaídos se vio tan lleno", comentaron jocosamente varios usuarios de las redes sociales.

La Praderita, un café en la calle Manuel de Castro, se convirtió en uno de los puntos más animados de Balaídos al reunir en su amplia terraza a cerca de un centenar de aficionados, el máximo del aforo permitido. "Nos están pidiendo sitio desde una semana antes", aseguró el responsable del local, que es la sede de dos peñas: 'Irmandiños' y 'Natxo Insa'. Dos grandes pantallas y la organización calculada de las mesas permitieron un tránsito tranquilo de la butaca del estadio a la silla del bar, con la distancia adecuada. Aunque a medida que el partido contra el Villarreal se volvía desesperante para los intereses del Celta, los gestos se endurecían. Las manos a la cabeza y los soplidos de desaproberación, con el gol rival en el último minuto, recuerdan que hay cosas que no han cambiado y en el tramo final de la temporada, volveremos a sufrir con el Celta.