Óscar García es el entrenador que la directiva del Celta se imagina al frente del equipo la próxima temporada y a medio plazo. Carlos Mouriño y sus colaboradores están convencidos de que han encontrado al ocupante ideal de un banquillo inestable desde la marcha de Berizzo. Y la sensación es que el catalán comparte esa perspectiva. La renovación se da prácticamente por hecha si se cumple el requisito más complicado: la permanencia en Primera División.

Cuando en la cúpula de Príncipe entendieron que la situación del equipo precisaba un golpe de timón y destituyeron a Fran Escribá a comienzos de noviembre, optaron por reiniciar el proyecto desde cero con un entrenador con marchamo de autor. Suponían que había margen suficiente en el calendario. Fue el mismo patrón que se había aplicado la temporada anterior al sustituir a Antonio Mohamed. Con Miguel Cardoso funcionó mal la apuesta y pronto los directivos se arrepintieron, más allá de los resultados. "Nos ha decepcionado más Cardoso que Mohamed", se dijo en los despachos -y ha sido así al menos hasta que el argentino se ha obsesionado con revisar su etapa celeste en cada entrevista que ha concedido-. Hubo que recurrir a ese perfil más pragmático, de oficio, que representaba Escribá en una maniobra ya desesperada.

La permanencia y la conexión con el vestuario supusieron los mejores argumentos en la continuidad de Escribá. Pero no se confió en su ideología futbolística. El diagnóstico que apuntaba a una escuadra más vigorosa, con bandas de ida y vuelta y juego directo, cambió cuando jugadores como Denis Suárez y Rafinha se pusieron a tiro, componiendo una "operación retorno" con la que Escribá no llegó a sintonizar del todo. Al final, la pelota decidió el nuevo volantazo.

Con Óscar García se ha resucitado desde el primer momento la fascinación que en su momento produjo Luis Enrique. "Tiene cosas de Luis", comenzó a oírse. Ya que no en personalidad, sí su ideario y en su metodología.

Lo cierto es que los principales miembros del consejo de administración y ejecutivos se sienten cómodos con el equipo que capitanean los hermanos García Junyent. Y también los técnicos han descubierto un club en el que pueden desarrollar el proyecto con el que fantasean, tanto en autonomía como en sintonía futbolística. Y ese es un factor fundamental para Óscar, que a lo largo de su carrera, todavía corta pero ya con varios destinos, se ha caracterizado por irse, incluso dimitiendo y renunciando a jugosas indemnizaciones, cuando no se ha sentido respaldado.

Ciertas cuestiones personales de Óscar García han empañado este escenario. Pero es sobre todo lo que resta de temporada lo que determinará la relación entre ambas partes. Porque el Celta se ha ilusionado con el futuro que distingue en manos de Óscar más que con una realidad áspera: con cinco derrotas, ocho empates y cinco victorias, la escuadra afronta la reanudación liguera con un solo punto de ventaja sobre el descenso. Compone con Valladolid, Eibar, Mallorca, Leganés y Espanyol, sin descartar alguna variación, una competición particular que condenará a la mitad de sus participantes.

No es que el descenso aborte cualquier posibilidad de que Óscar continúe. Pero el proceso supondría un desgaste emocional, independientemente de lo que haya conducido a ese desenlace, que complicará más la situación.

En todo caso, bajar a Segunda implica una transformación mucho más compleja a nivel de plantilla y presupuesto, que se manejará si no queda más remedio. El plan principal contemplar seguir en Primera División y lo que se necesitará para lograr un despegue que ya se pretendía esta temporada. La directiva cuenta, en esa hipótesis, con un verano bastante movido, en el que colocar a Emre Mor o Pione Sisto Pione Sisto constituirá uno de los principales problemas. Y cuyo mercado se iniciará intentando atar la continuidad de Murillo y Rafinha, a sabiendas de las dificultades: traspasos caros en la actual coyuntura económica, fichas altas y muchos pretendientes, especialmente en el caso del centrocampista.