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El Celta que se salvará

El Celta que se salvará

La madrugada del lunes, mientras Hollywood y su enfermiza envidia se tomaban a coña ese monumento de película que es "El irlandés", se me ocurrió poner a funcionar la Nespresso y volver a ver la segunda parte del Celta contra el Sevilla convencido de que, en medio del frenesí final, no me había enterado de lo que realmente había sucedido. No debí hacer tal cosa. Me gustó tanto que al día siguiente repetí la experiencia y ahora vivo convencido de dos cosas: que es imposible que este cuento acabe mal y que Okay vestirá un día no muy lejano la camiseta de algún escogido miembro de la realeza europea.

El desenlace ante el Sevilla volvió a demostrar que el Celta es mejor y más peligroso cuantas más cosas pasan en el campo. Herencias de un pasado no tan lejano supongo. Hubo un tiempo (con Fran Escribá y en las primeras semanas de Óscar García) que daba la impresión de jugar intencionadamente a que los partidos fuesen un absoluto muermo, un viaje hacia ninguna parte. "Y cuando se duerman, marcamos" parecía ser la consigna clave. Más que animar, al público se le invitaba a cantar una nana y al rival le bastaba con un simple acelerón para llevárselo puesto. En vez de un equipo parecía un achaque. Era algo que no tenía que ver solo con esquemas dibujados en una pizarra o lecciones explicadas al detalle en un ipad sino con la forma que uno mira al rival. Si pueden echen un vistazo de nuevo a lo sucedido ante el Sevilla cuando Iago Aspas marca el gol del empate. Nadie pensó en ese momento en lo sabroso que resultaba un punto frente a un rival de Champions, ni hizo cuentas mentales. El Celta, favorecido por la omnipresencia de Okay en el campo rival, se lanzó al cuello del Sevilla como hace tiempo que no se le veía. Sin deserciones. Sabía del inmenso peligro que corría al darle metros al rival para que corriese, pero eligió meter el partido en la coctelera convencido de que siempre es difícil vencer a quien nunca se rinde. Y ganó porque ese día, con el partido en el alambre, tomó un puñado de decisiones correctas, deseó la victoria más que Lopetegui y el fútbol -el deporte más caprichoso que existe- decidió agradecerle el esfuerzo y el remate de Pione Sisto, que en otros días se hubiese ido un palmo fuera, acabó convirtiendo Balaídos en un manicomio y regalando a Óscar su primer momento de éxtasis desde que se sentó en el banquillo de este equipo. Y lo merecía el hombre. Seguro que en su análisis posterior, ése que ahora se hace interpretando miles de datos, habrá encontrado numerosos errores, pero hay cosas que no explica la informática y sí el carácter. Eso que faltó otros días y le sobró al Celta el domingo. Solo así habrá salvación, solo así absolutamente todos los rivales serán vulnerables, solo así el equipo se parecerá a lo que Oscar imagina cada mañana en A Madroa y lo que la grada, entre bostezos, añoraba hasta hace bien poco. Ese Celta, el que vimos el domingo, se salvará seguro. Lo sé de la misma manera que el coreano de "Parásitos" sabe que no merecía ganarle a Scorcese.

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