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Él siempre se está yendo

El eslovaco ha sido un caso permanente en cada mercado pese a que su crecimiento no ha respondido a la promesa del primer año

Él siempre se está yendo

En su cuento, el lobo anunciado por el pastorcillo nunca acababa de llegar hasta que lo hacía, cuando ya nadie lo esperaba; en su propio cuento, Lobo -como lo llaman sus compañeros- nunca acaba de marcharse, pese a los rumores recurrentes. Tal vez en este mercado invernal se cumpla lo tantas veces profetizado. Lobotka imita a Xoel López en Tierra: "Y hace tiempo que yo ya me fui, yo siempre me estoy yendo. Pero siempre estoy contigo, aunque a veces pienses que no hay nada".

Lobotka está y a la vez no está desde el mismo día en que Marián Mouriño anunció su contratación de manera misteriosa una noche de julio de 2017. "Tercer fichaje en Vigo", escribió la hija del presidente en su cuenta de Twitter, bajo una fotografía de la puesta de sol tras las Cíes. Lobotka se ha definido como la luz del crepúsculo, inaprensible, tan hermosa como efímera en sus espacios intermedios, ni día ni noche; igual así para el juego que para su vigencia.

Prácticamente desconocido a su llegada, canterano frustrado en el Ajax, cuajado en el Nordsjaelland, estrella de la selección sub 21 eslovaca, Lobotka parecía un capricho de la fiebre nórdica -en este caso, por militancia- que había acometido al Celta. Su eclosión y la de Maxi Gómez, sin embargo, constituyeron las mejores noticias de una campaña con Unzué que se percibió decepcionante a nivel colectivo pero cuya tibieza hoy se añora. Por ambos hubo ofertas ya en invierno, pero Maxi Gómez no quiso irse a China y Mouriño se remitió a la cláusula de 35 millones ante el tanteo del Inter por Lobotka. Tan segura pareció entonces su progresión, sin problemas con su agente a diferencia de Maxi, que el club amplió hasta 2023 y mejoró su contrato, elevando esa cláusula a 50 millones.

Proyecciones estériles. El Celta no ha sabido o podido construir un proyecto estable sobre ellos que reemplazase al llorado de Berizzo. Y el aumento de la cláusula no ha impedido que sobre Lobotka penda permanentemente esa sensación de provisionalidad que la apertura de cada ventana de traspasos refresca. Desde aquella primera oferta interista, jamás PSG, West Ham o cualquier otro pretendiente ha pasado del pálpito o el rumor. Jamás hasta ahora que el Nápoles, el más insistente en esos devaneos, al fin ha levantado el teléfono.

Lobotka y su representante se han comportado con cierta ambigüedad en este juego, dejándose querer o proclamando su fidelidad. "Solo quiero ser feliz y en Vigo lo soy", decía el centrocampista al principio de estos galanteos. Este verano, sin embargo, anunció a un periodista de su país: "Me gustaría probar algo diferente, te sorprenderemos".

La venta de Lobotka hubiera generado indignación en el celtismo en verano de 2018. A estas alturas se discute más bien el precio adecuado o el nombre de su sustituto. Se cuestiona en todo caso si el Celta, en plena lucha por el descenso, debe desprenderse de un titular. Porque Lobotka ha sido indiscutible para todos sus entrenadores. Sin embargo, aquel único pivote de referencia en el sistema de Unzué, con Wass, Tucu o Jozabed a los costados, que giraba como una peonza para quebrar la primera línea de presión, no cumplió como se esperaba cuando otros sistemas y compañeros le han soltado las amarras. Sus conducciones han carecido de eficacia; sus pases, de riesgo. Conserva el embeleso suficiente para que su cotización no caiga por debajo de los 25 millones, que el Nápoles calcula en su ingeniería financiera. "Y ahora está tan cerca, casi ya la puedo oler", cantaba Xoel de una playa que ha resultado ser napolitana.

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