Aristóteles se impuso a Platón, la lógica a las ideas. El Celta es un equipo con planes; el Levante, uno con remedios. Al Celta la realidad le resulta un acertijo doloroso e indescifrable, que esconde un disgusto tras cada interrogante; al Levante, un problema en apariencia complejo, pero que tiene solución. El Levante llega cómo debe a dónde debe. El Celta sigue probando diferentes caminos y todos lo conducen hacia Segunda División.

Buen arranque

Versatilidad o confusión. El resultado, en marcador y juego, determina la valoración en un equipo que cambia tanto de dibujo y alineación. En este Celta enfermo suena a búsqueda desesperada de fórmulas efectivas. Óscar García Junyent recuperó el sistema que había empleado en su debut en el Camp Nou. Sin duda lo decidió tras analizar las fragilidades y fortalezas del Levante. Implicó el sacrificio de alguna pieza ahora mismo importante, como Pione Sisto, y premió en cambio a otros de dudosos méritos, como Okay Yokuslu. El planteamiento, ejecutado después ya bajo el mando directo de Roger, resultó efectivo en los primeros minutos, que es cuando la realidad se siente más apegada a la teoría. El efecto comenzó a apagarse inmediatamente después del gol de Iago Aspas. Un anuncio de lo que sucedería tras el descanso.

Un adversario modelo

El Levante ha crecido sobre uno de los mejores proyectos del fútbol español en la última década, en la relación entre recursos, identidad y resultados. Ha sabido combinar calidad e intensidad; jóvenes con hambre y veteranos con oficio. Y se organiza alrededor de dos hombres cuyo desempeño seguramente sería apropiado en clubes de mayor fuste: Paco López en el banquillo y Morales sobre el césped. El jugador empezó a neutralizar la superioridad céltica buscando los espacios a espalda de los carrileros. El entrenador, superado inicialmente en la pizarra, volteó ese duelo metiendo a Mayoral por Rochina; quebrando así los límites del embudo que el Celta le había propuesto. Mientras Paco López encontraba alternativas en táctica y hombres, Roger no supo frenar a tiempo el desmoronamiento de un planteamiento que había construido junto a su hermano durante la semana y al que la escasa flexibilidad acabó convirtiendo en un castillo de naipes.

El peso del arbitraje

Al arbitraje se le suelen penalizar o elogiar los grandes aciertos, dentro del área, en goles y expulsiones. Pero una actuación arbitral se elabora a puntadas y cada una cuenta si tuerce la confeccion global. El arbitraje de Eduardo Prieto Iglesias resultó decisivo concentrando fallos en apariencia leves en apenas cinco minutos. Varias equivocaciones consecutivas contra el Celta que agravaron la angustia que el empate había provocado. Y son fallos que habrían de pesarle a Prieto Iglesias en la valoración que el comité haya hecho de su actuación. Pero la trascendencia de sus errores radica en cómo los asimilaron los célticos: con histerismo, descentrándose, abriéndole la puerta al 2-1 con una reclamación de Araújo que solo valió para regalar el espacio a Mayoral. A este Celta, ahora mismo, la contrariedad más mínima le pesa una tonelada. El refuerzo psicológico será tan vital como el futbolístico en el intento de sobrevivir a esta crisis.

En manos de aspas

Iago Aspas comienza a despertar. Marcaría goles incluso dormido, pero en ocasiones esta temporada e incluso la anterior el gol había sido más un destello puntual que la culminación de una actuación constante. Iago, demasiado empeñado en el arranque de campaña en alimentar a sus nuevos socios, ayer recuperó la verticalidad. Contactó con más frecuencia con el balón. Eligió bien las descargas. Arriesgó en el remate. Es una desgracia, después de tanta inversión en millones e ilusión, pero la responsabilidad vuelve a recaer sobre él. El año termina con Mina, Rafinha y Denis Suárez, los hombres destinados a compartir ese protagonismo, totalmente desdibujados.

Difícil diagnóstico

El Celta ha probado todo tipo de entrenadores en esta temporada y media; todo tipo de apuestas, estrategias, dibujos. Ha gastado el dinero que en otros tiempos había manejado con mayor austeridad. Ha fichado a algunos de esos jugadores que su afición reclamaba cada verano. Y no consigue desprenderse de la pesadumbre que lo acompaña. No ha sido capaz en este tiempo de enlazar un par de partidos plenos que inauguren otra dinámica. El diagnóstico no resulta sencillo, en un deporte de química tan sensible como el fútbol. No se podrá hablar este año de falta de compromiso o grietas en la cohesión del vestuario. Pero ya a estas alturas, y con la ventaja de lo sucedido, parece claro que la plantilla está escasa en voracidad física e inteligencia posicional. Le faltan carácter y oficio. Virtudes que no resultan necesarias cuando el juego fluye, pero que sí son indispensables cuando toca bregar con el temblor que provoca la zona baja de la tabla. Ese condimento es el que habría que buscar en el mercado de invierno.