Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

LIBRE DIRECTO

El muro de Azagra

La fabulosa idea de Luis Rubiales de abrir la Copa del Rey a los equipos más modestos no ha tardado en estropearse

Celebración de la Azagresa de su clasificación en Copa // Peña Azagresa

En una de las primeras escenas de "Dammed United" aparece el intocable Leeds de comienzos de los setenta llegando a Baseball Ground para enfrentarse en la Copa al modesto Derby County que por aquel entonces dirigía Brian Clough. Sorprendentemente el autocar en el que viajan se detiene a unos centenares de metros del campo porque Don Revie ha decidido que sus jugadores cubran a pie los últimos metros del recorrido. Durante unos segundos se les ve caminar por la calle como estrellas del rock. Entre vecinos sorprendidos y niños que revolotean entusiasmados en busca de un autógrafo mientras ellos ríen y fuman como si fuesen camino de una despedida de soltero. La escena, aunque irreal y exagerada, explica en buena medida la esencia de la Copa inglesa, esa mezcla de mundos opuestos que un buen día se cruzan, esa magia que la ha hecho única y a la que, por desgracia, este fútbol en manos de oligarcas y emperadores del comercio electrónico, obsesionados por los millones de la Champions, está volviendo la espalda.

A Rubiales, en uno de esos pocos ratos en los que no está organizando un lío en el fútbol español o peleándose con Tebas por otro pedazo de la tarta que ambos codician, se le ocurrió reformular la Copa del Rey, abrirla a equipos más modestos, llevar a los clubes de Primera a la España vaciada y convertir aquellos miércoles anodinos de enero en noches angustiosas en las que los equipos importantes se pueden encontrar con un revolcón en campos cuya existencia desconocían. Una fabulosa idea que no han tardado en estropear. Esta semana un puñado de clubes han recibido la comunicación de la Federación Española de que sus modestas instalaciones no reúnen las condiciones mínimas para recibir a la nobleza del fútbol español y que busquen con urgencia un estadio de acogida. A poder ser, más bonito, más grande y más limpio. Los pretextos que la gente de Rubiales ha ofrecido a clubes como el Peña Azagresa (rival del Celta) o el Bergantiños (que se enfrenta al Sevilla) resultan enternecedores teniendo en cuenta que están analizando campos que Tercera: el tamaño de los banquillos, la poca luz, la proximidad de la grada al campo o el poco espacio para los medios de comunicación. Admito que este último punto me conmueve en particular porque aún tengo fresco el recuerdo de la grada de Arlonagusia la noche en la que Boban nos dijo adiós con la clase de un galán de cine clásico. Apretujados todos, las radios de pie, el ordenador sobre las rodillas, con la afición local leyendo lo que habías escrito para asegurarse de que no te equivocabas con el nombre de alguno de sus futbolistas. Y ahora, de repente, la Federación ha descubierto que supone un problema insalvable que As Eiroas no tenga dónde sentar a los enviados especiales de Radio Sevilla.

Pero la argumentación más delirante de las apuntadas en los últimos días es la que alude a la seguridad de esos mismos campos de fútbol. Tal o cual elemento que, según rezan los informes técnicos, "pone en peligro la integridad de los futbolistas". En el caso del rival del Celta es un pequeño muro que el club navarro prometió cubrir de forma concienzuda para evitar accidentes. Más allá de estos remedios más o menos efectivos llama la atención que ese mismo celo por la salud de los deportistas no exista cada domingo que esos campos acogen partidos de su categoría o de los chavales de sus divisiones inferiores. Ellos se enfrentan todas las semanas a esos mismos elementos que amenazan su integridad sin que sus federaciones muestren la mínima inquietud porque se puedan abrir la crisma persiguiendo un balón imposible. Si el muro es peligroso también lo será el domingo. Sin embargo todo cambia cuando el que se puede dejar los dientes es un futbolista famoso. Entonces sí aparecen los reparos, las recomendaciones, los temores y la obligación de buscar acomodo en otro escenario. Y por el camino se pierde la parte más entrañable de este torneo, que los vecinos de Azagra vean al Celta en su campo o que Nolito caliente por la banda de As Eiroas mientras los niños de Carballo le piden que les regale la camiseta. En 1972, al Newcastle le tocó rendir visita al Hereford que entrenaba Colin Addison. Había llovido a mares los días anteriores en toda la región, el campo estaba muy embarrado y el modesto club preguntó a la Federación y al Newcastle sobre la conveniencia de buscar otra fecha. La respuesta de ambos fue la misma: juguemos. Y el Hereford protagonizó una de las grandes sorpresas de la historia de la competición. Addison aún llora al recordarlo. Y es que de eso se trata.

Compartir el artículo

stats