Los aficionados que en la mañana de ayer acudieron al campo de Barreiro vivieron un partido repetido. Un encuentro igual al que el filial disputó ante Marino y Langreo, dominio abrumador y numerosas ocasiones de gol, y con el mismo final, la derrota. Nueve puntos que se escaparon de Barreiro y que en condiciones normales habrían servido para catapultar a los vigueses a lo más alto de la clasificación.

Desde el pitido inicial, los jugadores entrenados por Jacobo Montes sabían de la dificultad del encuentro. Julián Calero, entrenador del Rayo Majadahonda, colocó de forma milimétrica cinco jugadores por delante del guardameta Basilio, que únicamente se deshacía cuando el equipo recuperaba el balón. El plan era claro, y pasaba por defenderse a ultranza de los vigueses, y recuperar el balón para salir los laterales con velocidad. Y el resultado no fue malo, ya que Iago Díaz fue una pesadilla para la defensa céltica, a pesar de que se pasó todo el partido de arriba para abajo.

El partido comenzó totalmente loco. Era como si los dos equipos quisieran agotar las baterías en los primeros minutos de juego, con disparos lejanos que intentaban sorprender al rival. La velocidad del juego era máxima, y si el equipo vigués le quería meter a su juego una quinta marcha intentando sorprender el repliegue madrileño, no era menos la salida del Rayo Majadahonda. De hecho, en la primera media hora de juego, la mejor ocasión fue para el cuadro madrileño, con una falta ejecutada por Iago Díaz que se estrelló en el travesaño de la meta defendida por Álvaro Fernández.

Poco a poco las cosas volvieron a su sitio. El Celta B serenó el juego, provocando que tuvieran más posesión del balón y controlaran el centro del campo. El Rayo Majadahonda continuaba replegado, y pasaba por minutos en los que le costaba mucho más salir con velocidad a la contra.

Las ocasiones comenzaron a llegar para el filial céltico, sobre todo a balón parado, en donde Farrando subía casi siempre a rematar con mucho peligro, convirtiendo al cancerbero madrileño en el mejor de su equipo. Sin embargo el Celta B no conseguía corregir lo lejos que Apeh se encontraba del área. Fuera de esa zona, el delantero pierde efectividad, por lo que una de las funciones principales de los madrileños era tenerlo alejando de los dominios de Basilio.

El partido estaba del lado céltico, que a pesar de ese control tenía muchos problemas para llegar con peligro. La acumulación de jugadores madrileños en su área imposibilitaba que los disparos lejanos vieran portería, y los pases en profundidad siempre encontraban una pierna que despejaba el peligro.

Al descanso el marcador no se había movido, la sensación de peligro la llevaba el Celta B, pero esa era una historia que le sonaba a todos los aficionados que habían acudido a Barreiro.

En la segunda parte el guión del partido no varió. El Rayo Majadahonda continuaba defendiendo con cinco, y únicamente dejaba los tres centrales cuando recuperaban el balón y salían con velocidad por las bandas. Farrando continuaba siendo una pesadilla para la defensa madrileña, Apeh se acercaba más al área, Yeboah le metía velocidad al juego por la banda y hasta Ros se atrevía a subir a rematar los saques de esquina. Todo estaba para el gol céltico, hasta que llegó la jugada desgraciada, esa que últimamente le ocurre a los vigueses con demasiada frecuencia y que les cuesta los tres puntos.

Fue una jugada extraña, en la que el balón llega al área y Álvaro lo deja muerto tras caer al suelo. Mientras todo el mundo se queda en shock, Moyita aparece para recuperar el esférico y marcar a puerta vacía. Lo pero no fue el gol, que sí lo fue, sino la lesión del guardameta céltico, que debió abandonar el terreno de juego, para llegar al banquillo posteriormente con muletas.

El partido acababa de dar un giro inesperado, pero no por ello reconocible. Jacobo no tardó demasiado tiempo en reaccionar. Faltaban poco más de veinte minutos, y por lo visto en lo que se llevaba de partido, el gol se antojaba demasiado complicado. Bermejo entró en la banda, y el técnico sacrificó a un mediocentro para meter más dinamita en ataque con la entrada de Lautaro. Sin embargo la precipitación, y la experiencia de los madrileños a la hora de ralentizar todas las acciones, aceleraban el paso de los minutos sin que llegara esa jugada que acabara, como mínimo, en el gol del empate. Una derrota inmerecida, pero que comienza a ser demasiado repetitiva.