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Orellana se aferra a la felicidad en el Eibar

El chileno, capital en la consolidación del Celta, ha encontrado otro hogar junto a Mendilibar tras su abrupto final en Vigo

Orellana celebra un gol junto a Charles y otros compañeros del Eibar. Julio Muñoz

El Celta volverá a encontrarse en Ipurua a dos excelestes, que resultaron valiosos en la consolidación del equipo en Primera División durante las últimas temporadas: Charles Dias, que vive su tercera campaña en la escuadra armera, y sobre todo Fabián Orellana, un hombre cuya carrera futbolística solo se entiende desde los extremos, sin tibiezas. El "poeta", tan sensible y talentoso como diletante; el "histórico", por el gol con el que Chile derrotó a Argentina iniciando su época dorada, ha encontrado en Eibar el refugio ideal donde disfrutar de sus últimos grandes años de fútbol. En Vigo, el abrupto final de su relación con Berizzo ha enfriado su recuerdo, pero no disminuye su trascendencia.

A Orellana, como suele suceder con los artistas, lo marca una personalidad contradictoria: tímido e irascible, suspicaz y capaz a la vez de superar obstáculos, siempre mimoso y en ocasiones tenaz. Todos han reconocido su talento, pero no todos han sido capaces de rentabilizarlo. Un análisis que ha trufado su trayectoria de más cesiones que traspasos porque todos los clubes confiaron en que explotase antes de rendirse y venderlo. El Granada se lo trajo a España desde Italia tras una efímera experiencia en el Xerez. Fueron años de ida y vuelta entre el club nazarí y Vigo, donde igualmente vivió su particular montaña rusa: héroe del ascenso, Aspas le reclamó al club que lo trajese de vuelta en el mercado de enero de Primera, cuando ya el descenso amenazaba. Orellana aceptó, exiliado interior en Granada, enfrentado a gran parte del vestuario. Pero no fue importante en el milagro del 4% y Luis Enrique, después, le aconsejó buscar acomodo. Al asturiano, tan áspero como flexible, lo acabó seduciendo.

Fue sus mejores tiempos, también ya bajo la batuta de Berizzo. Se sentía importante, querido. Y más cómodo aún cuando Aspas, el que mejor lo ha entendido tanto dentro como fuera de la cancha, regresó a A Madroa. Una bella historia que tuvo un final amargo: Berizzo lo apartó del equipo en enero de 2017. "Conmigo ya no jugará más", sentenció el argentino. Un último exabrupto de Orellana (" ¡que se vaya a cagar! No voy", espetó cuando Bonano le dijo que Berizzo lo reclamaba) había colmado su paciencia. Orellana replicaría en el diario chileno Emol: "Ya he reconocido que cometí un error, pero de algo muy pequeño se generó algo muy grande (...) Dice que le falté el respeto a él y al equipo, y no es algo colectivo. Fue algo personal entre él y yo y que él traspasó al lado profesional. Fue desleal conmigo, no merecía salir así". La directiva céltica se vio forzada a colocarlo en el Valencia, que buscaba fichajes para salir de una situación angustiosa. En la cúpula de Príncipe, en el pulso entre entrenador y jugador, optaron por el entrenador. En junio ya no tendrían a ninguno de los dos.

En Valencia, Orellana fue de más a menos, sin sitio en el esquema desde el ingreso de Marcelino. Orellana ha terminado encontrarse ese nuevo hogar que buscaba en Ipurua, con Mendilibar de casero. Un entrenador de aspecto rudo pero de trato franco, un padre severo, con una notable capacidad para incrustar futbolistas geniales en la consistente estructura del equipo. A Orellana lo ha adoptado al punto de pedirle al club que pagase dos millones de euros, cifra elevada en magnitudes del Eibar, al Valencia. El chileno ha respondido. Conserva su estatus en este inicio de temporada. Ha sido titular en los seis partidos y solo en dos ha sido sustituido. Acumula un gol y dos asistencias. A sus 33 años, siente como propio ese pequeño valle eibarrés. Orellana sonríe a su modo, sin despojarse del todo de la tristeza, en esa permanente persecución de una alegría que al cabo siempre le ha sido efímera o esquiva.

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